Y este dolor punzante, que quebranta mi alma y conduce mi hado, me consiente narrar como los cielos colapsaban e impedían a esa esfera luminosa fulgurar a la cadencia del viento. La gloria, atormentada, no voceaba una cúpula colorida, si no es más, un huracán con ímpetu de arrancar los pétalos de mi vergel.
Ella, dejando caer perlas de sus almendrados ojos, ostentaba malos presagios. Y francamente la razón no le fallaba.
El cosmos oscurecía, y las bestias de la noche encubrían las bellas garras de lo que aquellos nombraban La democrática.
Y, entonces, desprendía de sus labios ensangrentados su ultimo hálito de esperanza. Nunca más su alma podría habitar de nuevo su vida.