—¡Debes correr y no detenerte! —Grito, mientras intento correr a su par lo más rápido que puedo—. Debes llegar a la torre Meln y entrar a la oficina de Mason.
Asiente ligeramente. Suelta mi mano y comienza a correr más rápido. Me detengo y solo observo como se aleja lentamente. Limpio una lagrima que amenaza con salir y doy media vuelta. Los soldados vienen por mí, justo como imaginaba.
—¡Por aquí, estúpidos!
Giran su vista hacia mí y comienzan a correr en mi dirección. Me adentro por los pasillos del laboratorio e intento esconderme detrás de un anaquel.
Mi corazón late muy rápido y mi respiración esta agitada. El laboratorio está en absoluto silencio y solo hay pequeños destellos de luz, salientes de los monitores. Cubro mi boca con la palma de mi mano, intentando controlar mi reparación. Escucho pasos acercándose. Me desplazo lentamente hacia atrás, intentando que no me miren con la luz de sus linternas. Grave error.
—¡Esta por acá! —Grita uno de ellos.
Uno de mis pies se ha atascado entre los cables y he tirado un monitor. Me levanto rápidamente y comienzo a correr de nuevo. Salgo por la otra puerta del laboratorio. Miro a todos lados y no tengo salida. Estoy justo en la entrada a la Habitación Blanca. Mierda.
—No tienes escapatoria, querida —dice, aquella voz que odio demasiado—. Sera mejor que no pongas resistencia alguna.
—¿Crees que me entregaría tan fácil? —La miro retadora, mientras sonrió ligeramente.
—Es lo mejor que podrías hacer —plantea.
Lo dice tan tranquilamente que no puedo contener mis ganas de apretar mi puño. Solo quiero golpearle una vez. Recuerdo que la última vez que lo hice, me golpearon cinco soldados, al grado de dejarme casi inconsciente. Sin duda alguna lo haría de nuevo, sin importar las consecuencias.
—Ni en tus mejores pesadillas —mascullo.
Doy un paso hacia atrás y corro hacia los soldados que le cubren. Me arrojo sobre ellos y los lanzo fuertemente hacia los costados, ocasionando que se golpeen con las paredes. Cierro mi puño y lo estampo fuertemente en su cara, haciendo que se tambalee y de unos pasos hacia atrás. Agito mi mano, intentando calmar el dolor debido al impacto contra su cara. Duele demasiado. «Espero aprenda a que no se debe meter conmigo.»
—¡Atrápenla! —Grita, torpemente.
Intento correr de nuevo, pero los soldados son más rápidos que yo y me sujetan fuertemente de los brazos, inmovilizándome totalmente.
—Ya saben qué hacer con ella.
Se da media vuelta y comienza a caminar hacia los laboratorios. Los soldados abren la puerta y me empujan hacia la Habitación Blanca. Intento correr hacia uno de ellos, pero inmediatamente me apuntan con un arma. Me siento lentamente en el frio suelo.
—¡Demonios! —Mascullo.
Siento de pronto mi mejilla arder y mi cabeza girar hacia la izquierda. Me han abofeteado. Les dedico una mirada amenazante. Vuelven a golpearme.
—Ya no tienes salida, estúpida.
Me apuntan con un arma y por instinto, cierro los ojos. Escucho un fuerte estruendo y siento mi cuerpo golpear contra el suelo.
—¡Noo!
Abro los ojos de golpe y miro a mi alrededor, algo confundida. Mí respiración esta agitada. Me siento sobre el borde de la cama y froto ligeramente mis ojos. Esa maldita pesadilla, otra vez.
La mañana es cálida, el sol ilumina toda mi habitación y el café de mi madre indaga en mis fosas nasales. Todos los días, a esta hora de la mañana, se comienza a escuchar el fragor peculiar de la ciudad; y aunque puede molestar en algunas ocasiones, también me causa tranquilidad y en estos casos, me da calma, después de tener una pesadilla.
—¿Cuándo podre tener un sueño decente? —digo, para mí misma.
Me levanto de la cama y miro las hermosas hojas del árbol de Jacaranda que esta frente a mi ventana. Me coloco mis tenis y salgo de mi habitación en dirección a la concina, para desayunar con mi madre. Tengo el extraño habito de no usar pantuflas o algo cómodo dentro de mi casa. Siempre tengo mis tenis blancos o negros, dependiendo la ocasión.
Antes de entrar, la admiro desde el marco de la puerta, tan linda y alegre como siempre. Analizo cada facción de su cara y me doy cuenta de lo afortunada que soy de tenerla. Salgo de mis pensamientos cuando la observo mirándome fijamente. Se ha dado cuenta de que le he estado observando por un par de minutos. Suelta una risita nerviosa. Niego con la cabeza levemente al ver su reacción y solo me limito a caminar hacia la mesa. Nos sentamos al mismo tiempo y comenzamos a tomar de nuestra taza de café.
—Es un bonito día, ¿no crees?
—Sí. Podríamos ir a comer al parque Central.
—Me agrada tu idea, Emi —sonríe ligeramente.
Asiente y sigue tomando de su café. De pronto, comienzan a escucharse gritos en el estacionamiento del edificio. Mi madre se levanta de su silla rápidamente y se dirige hacia la ventana de la sala, donde se puede observar mejor todo lo que pasa en los edificios vecinos.
—Emilia, están aquí —susurra mi madre, mirando aun por la ventana.
Mi corazón se acelera al escuchar aquellas palabras que creí jamás escucharía, pero que sabía en lo más profundo de mí ser, que algún día lo haría. Mi madre voltea a verme y su expresión es de preocupación y enojo al mismo tiempo. Ella y yo habíamos planeado hace meses, todo lo que haría cuando los regentes supieran la verdad, aunque en estos momentos, no puedo recordar ni la mitad de todo el plan.
—Emilia, reacciona. Tienes que irte, ¡ahora! —Los gritos de mi madre me obligan a salir de mi pequeño transe.
Corro hacia mi habitación y tomo mi celular de la mesita de noche, enciendo la pantalla y miro que solo tiene 22% de batería —mierda, lo que me faltaba—. Tomo una sudadera de mi armario y guardo mí celular en uno de sus bolsillos. Me dirijo hacia la sala, donde se encuentra mi madre, activando los seguros de la puerta que mando a poner hace un par de meses atrás. Comienzo a ayudarle a poner los muebles contra la puerta, para que tenga más tiempo de poder escapar. El grito de mis vecinos comienza a escucharse en todo el edificio y sé que ya es tiempo de irme, antes de que lleguen a mi piso.