09 años…
—Richard, si alguna vez pasara algo y necesitaras esconderte, debes correr hacia acá, ¿está claro?
Miro a mi padre, estoy algo confundido. No sé por qué me está diciendo esto.
—¿Está claro?
Me pregunta otra vez al no obtener una respuesta de mi parte.
Únicamente me dedico a asentir.
Tengo nueve años, ¿cómo pretenden que procese todo esto? Un niño a esta edad no debería tener que preocuparse más que por sus juguetes.
Pero yo, en lugar de eso, tengo que preocuparme por mi vida. Ese es el peso que tengo que cargar por ser el hijo de un mafioso. No escogí esto para mí. Cada día me recuerdo que no debo ser como mi padre, no quiero que mis hijos tengan que pasar por todo este desastre que estoy viviendo.
Y es poco común mi pensar, porque a esta edad, los niños suelen decir que quieren ser como sus padres, siempre los ven como sus héroes; ese no es mi caso.
***
“¿Es el hijo la liebre?”
Escucho que murmuran a mis alrededores mientras voy caminando hacia mi curso.
La liebre, es como se hace llamar mi padre en su clan. Todos saben a qué se dedica; los policías de la zona se hacen de la vista gorda, están vendidos, son unos corruptos.
Soy muy solitario, en la escuela nadie me habla. Según ellos, soy muy peligroso y por eso tienen miedo de acercarse a mí. «Gracias papá».
“El hijo del mafioso”.
Así es como me llaman todos a mis espaldas.
Un nuevo alumno se une a mi aula y una chispa de esperanza comienza a crecer en mi interior. Él no me conoce, así que, no tiene motivos para hacerme a un lado.
Le hablo antes de que se entere de quién soy hijo.
—¡Hola! Soy Richard, ¿cómo te llamas tú? —le sonrío.
El chico me mira, recoge sus cosas y abandona el lugar como si un ser terrorífico estuviera delante de él. Siento un nudo en mi garganta. Me pregunto si esta es la vida que tendré siempre, porque si es así, entonces no sé si quiero vivirla.
***
11 años…
Once años, ya tengo once años y mi vida sigue siendo un asco.
—Ya no quiero volver a la escuela.
Le comento a mis padres durante el desayuno.
—¿Por qué?
Me pregunta papá. Su tono de voz sonó tan áspero que siento miedo de decirle lo que estoy pensando.
—Ya no lo soporto más. Todos me ven como a un bicho raro, nadie se acerca a mí. No tengo amigos, incluso los maestros me tratan con indiferencia.
Estoy mirando a mi papá, quien está pensativo después de escuchar mis palabras.
Es un hombre tan frío, no recuerdo haber escuchado una palabra de afecto de su parte, ni siquiera en mis cumpleaños. Mamá tampoco es muy amable, la forma en la que me tratan no es muy diferente a la del resto. Aún así, sé que muy en su fondo no quieren mal para mí.
Intento entenderlos, sé que gracias a ellos tengo esta vida tan miserable, pero quizás, ellos no pudieron elegir su vida, ya que así es como funciona esto, pero yo quiero marcar la diferencia, voy a demostrar que ser hijo de un mafioso no te convierte en uno.
—Renunciar es de débiles. Eres un hombre, no deberías estarte quejando por estas pequeñeces.
Siento un gran enojo. ¿Pequeñeces? Miro a mamá y ella parece estar de acuerdo con papá, como siempre. No sé por qué me molesto si sé que no tengo voz ni voto.
No le digo nada más, cierro mis puños y me paro de la mesa de repente, empujando la silla con bastante fuerza hacia atrás, haciendo que esta suelte un molesto ruido. Subo corriendo las escaleras.
—¡Richard vuelve aquí!
Escucho a mi padre gritar detrás de mí.
Entro a mi habitación y azoto la puerta. No puedo con tanta frustración y comienzo a llorar. Es la primera vez que lloro en mucho tiempo, mi padre me estaría regañando si me viera llorar. “Los hombres no lloran”, eso es lo que siempre dice.
«Desearía no haberlos tenido como padres».
Pienso esto en un arranque de rabia.
***
Todo parece haberse detenido. La casa está sumergida en rotundo silencio. Me parece raro, porque hace un momento escuché a mis padres en una conversación que parecía ser importante. Por eso, sentir que todo el sonido que provenía de abajo se ha detenido de forma repentina, me parece tan extraño. Y no sé por qué tengo esta sensación de miedo.
Decido salir a puntapié de mi habitación para ver por las rejas de las escaleras. Veo a un tipo con pasamontañas y un arma muy larga. Mis ojos se abrieron de repente al verlo. Él está como buscando algo con desesperación, no sé qué, pero tampoco voy a quedarme para averiguarlo.
No alcanzo a ver a mis padres y eso me pone los nervios de puntas.
«Richard, si alguna vez pasara algo y necesitaras esconderte, debes correr hacia acá, ¿está claro?»