No sé por cuánto tiempo he estado observando estos dos cuerpos. Uno con un orificio en el pecho y el otro con un agujero en la cabeza, ambos sin vida.
Alguien está intentado abrir la puerta, eso me ha sacado de mis pensamientos, pero me quedo donde estoy. Tiran la puerta. Veo a tres sujetos armados; en otro momento, me estaría muriendo del susto, pero hoy…, hoy no me importa, en este instante veo a la muerte como una puerta por la que puedo salir de esta pesadilla.
Los hombres entran y con arma en mano caminan hacia mis padres.
—Mierda —dice uno de ellos.
“Están muertos”.
“Sí”.
“El niño está vivo”.
“Entendido, jefe”.
Son las palabras que salen de la boca de uno de los sujetos mientras habla por teléfono.
—¿Tú eres, Richard? —me pregunta al colgar la llamada.
Evidentemente son mafiosos, conocidos de mis padres seguramente; parecieron estar afectados al ver sus cuerpos sin vida, por lo que deduzco que no quieren hacerme daño.
—Responde, niño —vuelve a decirme, esta vez con un tono de voz más firme.
—Sí —digo entre los dientes.
—Vendrás con nosotros.
—¿A dónde?
—Jacobo, llévalo al auto, el jefe quiere que lo lleven con él, te alcanzo en un momento. Peter, tú encárgate de los cuerpos —fue su respuesta.
No quiero ir con estos hombres, pero supongo que no tengo otras opciones, de lo contrario, será cuestión de días para que vengan por mí los asesinos de mis padres y aunque quiero morir, no quiero que sea en manos de ellos, primero tengo que matarlos yo.
Miré los cuerpos de mis padres por última vez antes de que este sujeto llamado, Jacobo, me tomara del brazo y me arrastrara al auto.
Me mete a la parte de atrás y cierra la puerta con un fuerte empujón.
Escucho los pasos del sujeto que estaba al teléfono; un frío indescriptible está cubriendo mi estómago, el tipo se pone al volante y enciende el motor. Me volteo a mirar mi casa, no aparto la vista de ella, cuanto más avanzamos, más pequeña se vuelve esta, hasta llegar al punto en el que se hace completamente invisible, volteo mi cabeza hacia el frente, sabiendo que jamás volveré a ese lugar donde pasé once años de mi infeliz vida, ¿nostalgia? ¿Así es como se le llama a esta sensación?
No sé a dónde me están llevando, pero puedo sentir el gran impacto que esto tendrá en los próximos años de mi vida.
Ya estamos en lo que parece ser un bar, estoy seguro de que en otras circunstancias no me hubieran dejado entrar a este lugar, las mujeres semidesnudas, hombres en ropa interior, bailando como si estuviesen poseídos. Me miran como si fuera algo de comer, ¿no ven que soy un niño?
Seguimos caminando, ahora nos encontramos en el interior de un pasillo que parece ser interminable, mientras el fuerte ruido que antes escuchaba se desvanece con cada paso que doy.
Bajamos unas escaleras y a mano derecha veo una puerta muy llamativa, es roja y tiene una cabeza de un ciervo colgada, siento escalofríos, estoy casi seguro de que la cabeza no fue sacada de una tienda de decoraciones.
El otro sujeto que no es, Jacobo, empuja la puerta, dándonos acceso a su interior.
Es una habitación muy amplia, no puedo evitar examinarla, hay muchos objetos que no puedo describir, simplemente porque son completamente desconocidos para mí. En el centro se encuentra una silla de esas de oficinas y en ella, un hombre muy misterioso, él está de espaldas, pero estoy seguro de que este es el tal “jefe”.
—Por fin llegan, Black —pronuncia el hombre que se encuentra de espaldas en la silla.
Ahora sé cuál es el nombre del tipo que habló por teléfono en mi casa, Black.
El “jefe” voltea la silla, de forma que puedo ver su rostro y todo su cuerpo, estoy muy sorprendido, ¿qué ha pasado con sus piernas? No tiene el estilo de jefe de un clan, en su lugar, parece ser un inofensivo y vulnerable hombre sin piernas.
Me distraje tanto mirando sus piernas cortadas, que no me percato de que tiene su mirada clavada en mí, aquí es donde pienso en el famoso dicho que dice: “Si las miradas mataran, yo ya estaría tres metros bajo tierra.”
—Así que, este es el famoso, Richard. El sustituto de la liebre —declara el jefe, mientras da unos toques en el borde de la silla con su dedo índice.
¿Qué? ¿Sustituto?
No, por favor. Yo no quiero ser como mi padre, cualquier cosa menos eso.
—Tu padre nos habló mucho de ti —vuelve a decir.
No puedo explicar todo lo que está pasando dentro de mí en estos momentos. Quiero gritar, pero no puedo, así que, solo puedo mantenerme en silencio.
—¿No dirás nada? —me pregunta.
—No, señor.
Claro que quiero decir algo, quiero decir que no quiero estar acá, que no me agrada la idea de ser uno de ellos, que no quiero ser un maldito sustituto.
¿Pero para qué? ¿Acaso van a cambiar de idea porque yo se lo pida? No creo.