La campanilla del restaurante sonó una vez más, anunciando la llegada de otro cliente. Era lunes y la tormenta azotaba con furia las calles de Londres. En la última semana, las lluvias habían crecido en intensidad, dejando avenidas inundadas y provocando cortes de luz en varios sectores de la ciudad. Pero aquí, en Lilith, la energía seguía intacta, y Dan, mi jefe, tenía un generador de repuesto. Para él, esto era como Navidad y solo veía billetes venir por doquier: la gente entraba en busca de refugio y los billetes volaban de un lado a otro.
Miré el reloj colgado en la pared. Apenas eran las 10 a.m., y aún faltaban tres horas para que mi turno terminara. Era la única camarera del lugar aparte de Lucinda, la esposa de Dan que con sus 69 años mantenía ese lugar lleno de vida y alegría, ambos eran unas personas amables y pacientes, más cuando de mí se trataba que podía llegar a ser muy torte, pero al menos viéndole el lado positivo, toda la propina era mía.
El sonido de las conversaciones llenaba el espacio mientras los clientes entraban y salían. Algunos pedían café, otros waffles, y unos pocos, aquellos que ya habían terminado su jornada laboral, ordenaban el plato fuerte de la casa. Dan, además de ser el dueño, era un cocinero no experto pero con un talento nato para improvisar recetas que, sorprendentemente, encantaban a la clientela, especialmente en días tan fríos y lluviosos como este.
Estaba limpiando una mesa cuando la campanilla sonó anunciando a un nuevo cliente y fue cuando lo vi.
Un hombre entró, sacudiéndose la humedad de su chaqueta a medida que se la quitaba.No habría sido nada especial si no fuera porque su cabello negro caía húmedo sobre su frente, sus ojos oscuros eran profundos y su piel pálida contrastaba con los tatuajes en sus brazos y cuello. Por un segundo, el tiempo pareció detenerse.
Rideon.
El aire se espesó en mi garganta. No, no podía ser él. Pero su presencia me golpeó como un eco lejano de algo que había querido olvidar.
Flashes de una noche enterrada en el pasado me asaltaron.
La lluvia cayendo a cántaros. Rideon, parado en medio de la calle, la ropa empapada pegándose a su piel. Su mirada perdida, sus labios apretados en una línea delgada. Y luego, el beso. Uno que no era un reencuentro, sino una despedida.
Parpadeé rápidamente, tratando de alejar la imagen. Pero mis manos temblaban, mi corazón golpeaba contra mi pecho y mi respiración se volvía errática. Quise escabullirme en la cocina pero Tropecé con una de las mesas, justo al lado de donde aquel hombre estaba sentado. Sentí su presencia, pero él no levantó la vista. Yo tampoco me atrevi a verlo por completo, al menos no de cerca.
“Solo es tu imaginación”, me dije, sacudiendo la cabeza y apretando los puños. “No es él. No puede ser él”.
—¡Tu pedido está listo! —gritó Dan desde la cocina.
Su voz me sacudió, y me encamine para llevar el pedido al hombre de traje gris que esperaba en el ala continúa,intentando concentrarme en mi trabajo. Sin embargo, la sensación persistía, como si el aire estuviera cargado de algo que no podía ver.
Finalmente, cuando reuní el valor para volver la vista hacia la mesa donde él estaba, mi estómago se hundió.
La silla estaba vacía.
El hombre se había ido sin que yo lo notara. Pero sobre la mesa, quedaba una taza de café a medio terminar y, junto a ella, un pequeño anillo de papel.
Me quedé congelada, incapaz de moverme, incapaz de respirar. Algo dentro de mí se quebró de forma imperceptible, aceptando lo que con mucho detenimiento quise evitar, era él y estaba aquí.