El resto del día, mi mente se perdió. El anillo de papel yacía en mi bolsillo izquierdo y, cada cierto tiempo, lo tocaba para recordarme lo que había pasado. Él no tendría que haber regresado, jamás tendría que haber vuelto.
Dan y Lucinda me preguntaron muchas veces si estaba bien, pues mi cara pálida solo dejaba al descubierto que algo había pasado, pero mi respuesta siempre fue la misma: "Estoy bien, solo algo cansada".
Llegadas las 15:00, fue el final de mi turno. Con un beso en la mejilla de ambos, me despedí y salí rumbo a mi apartamento. El edificio quedaba a pocas calles, pero la lluvia hacía que todo pareciera más lejano. Empapada, llegué al edificio, que se mostraba aún oscuro y tenebroso debido a la falta de suministro eléctrico. Rápidamente subí las escaleras y, agotada, llegué a mi apartamento, en el piso ocho. Solo esperaba que Dayron estuviera en casa; mi hermano solía ausentarse por días, por estar con su linda y tonta novia, Nina.
Prendí la linterna de mi móvil y me dirigí al baño. Al despojarme de mi ropa, tomé una rápida ducha. El agua helada caía sobre mí, intentando despejar mi mente sobre lo que había sucedido hoy. Realmente, ¿era él? Rideon había vuelto. El anillo de papel en la mesa del bar me decía que sí.
Recuerdo que la primera vez que me dio uno tenía 10 años, y a los 12 me pidió que lo guardara hasta el día en que me pusiera uno real. Desde ese momento, siempre me encontraba anillos de papel por doquier: en la escuela, en la casa, en el patio de juegos, incluso en mi cuarto. Habíamos sido inseparables los tres, hasta que todo se arruinó, hasta que él se marchó.
Salí envuelta en una toalla y con el teléfono en mano me encaminé hacia mi habitación. A mitad de camino, la luz volvió y el alivio me recorrió. Solo quedaba esperar que Dayron volviera para cenar juntos, si es que realmente volvía esa noche, pero lo esperaría acostada, descansando y disfrutando del calor de mis mantas… o eso creía.
Mi teléfono vibró con un nuevo mensaje y mi corazón se detuvo.
— "Qué hermosa te veías hoy, Sogno mio."
El mensaje de Rideon apareció en la pantalla de mi teléfono como una daga fría que se clavó en mi pecho. "Sogno mio", esa palabra, ese apodo, me atravesó el corazón. Era algo que solo él usaba, una mezcla de cariño y complicidad que parecía tan lejana en el tiempo, pero que en ese instante volvió a cobrar vida con una fuerza abrumadora.
La toalla que aún me envolvía me pareció insuficiente, como si no pudiera cubrir el caos que se desató dentro de mí. Mi cuerpo se tensó, los recuerdos se desbordaron, y la tormenta que azotaba Londres ya no era la única que se desataba dentro de mí.
Habían pasado años, años de silencio absoluto, de olvido aparente, y ahora él volvía a mi vida como si nada hubiera pasado. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si el beso y la despedida de aquella noche no hubieran significado nada. Pero yo sabía que sí lo habían hecho. Sabía que esa despedida había sido el fin de todo, el final de nuestra amistad, el final de nuestra historia.
¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo? me preguntaba mientras miraba el mensaje una y otra vez. Sus palabras parecían tan cercanas y, a la vez, tan ajenas. Ya no podía ser la misma persona que había sido antes. Los recuerdos que compartimos eran buenos, pero los que siguieron después de su partida fueron un mar de dolor y confusión.
— ¿Por qué ahora, Rideon?- susurré más para mí que para él.
Con el corazón acelerado, mi dedo tembloroso pasó sobre la pantalla de mi móvil. Con cada segundo que pasaba, mi mente se debatía entre las ganas de decirle todo lo que había guardado en mi corazón durante años y la necesidad de cerrar esa puerta de una vez por todas.
Finalmente, tomé una decisión, aunque no sabía si era la correcta. Respondí.
"¿Por qué ahora?"
Lo dejé allí, sin más. Mi corazón seguía acelerado, mi respiración agitada. No sabía qué esperar, pero de alguna manera, ya había tomado la decisión de que mi vida ya no podría seguir siendo la misma después de ese mensaje.
Me recosté en la cama, esperando una respuesta. Mientras tanto, mi mente siguió dándome vueltas a todos los recuerdos, a todo lo que habíamos sido, a todo lo que habíamos perdido.
Y en el silencio de mi apartamento, con el sonido de la lluvia como única compañía, esperé.