Era una noche de verano, húmeda y turbia, en la que Londres se sumergía bajo un manto de neblina densa. Las luces de la ciudad se difuminaban en la distancia, como si todo fuera un sueño en el que ellos dos se encontraban atrapados. Las calles vacías ofrecían un escenario perfecto para lo que estaba sucediendo. Solo existíamos nosotros dos allí, y en ese instante, el resto del mundo dejó de importar.
-¿Sabes que nadie entendería lo que estamos haciendo?-susurró,su voz rasposa, apenas audible. Sus palabras, aunque suaves, tenían un peso palpable, como si estuvieran marcando una línea invisible entre lo que podíamos y no podíamos hacer.
Me detuve, sintiendo cómo el aire entre nos se tensaba, como si estuviera al borde de un precipicio. -No importa-, respondí con la misma intensidad, el aliento entrecortado por la proximidad de su cuerpo. -Lo único que importa es ahora.-
Rideon me miró fijamente, sus ojos oscuros como un abismo, y algo en su mirada me hizo estremecer. Era más que deseo. Era algo posesivo, como si, al mirarme,él reclamara algo más que mi cuerpo: quería mí alma, quería controlarla.
-Me perteneces- murmuró, como una afirmación, no como una pregunta.
El frío de la noche se apoderó de la calle, pero su cuerpo ardía.
-No es así, Rideon-, intente sonar firme pero mí voz temblaba y mis palabras se ahogaron en el aire. Sabía que estaba mintiendo. Sabía que él tenía razón.
Sin un aviso, él agarro mi cuello con una fuerza que no me dio oportunidad de protestar, y me presionó contra la pared de ese callejón oscuro.Tropecé ligeramente, pero no pude ni quise apartarme de su agarre, era algo magnético, más fuerte que yo. Rideon no me dejaría ir, ni por un segundo. No podía. No mientras me tuviera cerca.
El callejón olía a humedad y a algo más, algo más peligroso, como si la oscuridad misma nos estuviera esperando. Su cuerpo quedó pegado al mio, sus labios rozando los míos.
-Te he estado esperando, ¿sabías?- Su respiración cálida le rozó la mejilla, y senti cómo mis piernas se debilitaban, atrapada entre el deseo y la necesidad de huir.
Rideon me sonrió, pero no fue una sonrisa agradable. Fue una sonrisa posesiva, posesiva de una manera que me hizo sentir pequeña y, al mismo tiempo, deseada. -No te dejaré ir, Sogno mio-, murmuró, usando ese apodo que solo él usaba, como si de alguna manera ese nombre me reclamara.
La lluvia comenzó a caer, de apoco y luego con más fuerza, pero ni él ni yo nos movimos. El momento era demasiado intenso para romperlo. Y sucedió, Él inclinó la cabeza, sus labios encontrándose con los míos en un beso feroz, casi brutal. No había dulzura en ese beso, solo una necesidad salvaje, como si estuviera marcándome, como si quisiera dejar en claro que era suya, y que nada podría separarlos.
Las manos de Rideon se apretaron en mis caderas, sacándome un gadeo que ni yo misma sabía que tenía atascado. No dejaba espacio para la duda. -Eres mía-, me susurró entre besos, sus palabras impregnadas de una posesividad que me hizo estremecer. -Siempre lo fuiste.-
Intenté alejarme, pero me sostuvo firmemente, como si fuera una orden no negociable. -No puedes irte, nunca más. No después de esto.- Su tono era autoritario, como si él creyera que tenía derecho sobre eme, y en ese momento, no sabía si debía resistirme o sucumbir.
-Esto está mal, Rideon-, murmuré, pero sus palabras ya no tenían el peso que deberían tener. El miedo se mezclaba con el deseo, y aunque sabía que lo que estaban haciendo era peligroso, no podía detenerse. Él me había atrapado de una manera que ya no tenía vuelta atrás.
-Lo sé-, respondió él, su voz ahora un susurro sombrío, -pero me perteneces.-
Con esas palabras, Rideon me atrajo nuevamente hacia él, como si su posesión no fuera solo física, sino algo mucho más profundo. Algo que la ataba a él, incluso cuando lo deseaba, incluso cuando sabía que ya no podía ser la misma persona.
La lluvia golpeaba fuerte sobre nuestros cuerpos , pero ambos permanecimos ahí, atrapados en nuestro propio mundo oscuro, en un momento que nunca podría deshacerse.