Rideon

5

El sonido del despertador me sacó de mis recuerdos. Eran las 6 a.m. y, aunque hoy no trabajaba, tenía la maldita costumbre de nunca desactivarlo. Me levanté con pereza y me dirigí a tomar una ducha.

El aroma a café me envolvió en cuanto salí al pasillo, avisándome que mi hermano estaba en casa o que simplemente me había dejado mi café matutino preparado. Entré al baño y me miré en el espejo: un desastre. Mi rostro estaba más pálido de lo normal, mis ojos hinchados y mis labios resecos. No podía entender cómo un simple mensaje suyo me había puesto fuera de mí. Cómo todavía tenía ese poder sobre mí.

Me metí bajo el agua helada, dejando que la frustración se escurriera con ella.

Envuelta en una toalla, salí hacia la cocina, escuchando la voz familiar de mi hermano. Seguramente estaba hablando por teléfono con algún cliente. Dayrin trabajaba en bienes raíces, siempre corriendo de un lado a otro, excepto cuando estaba con la idiota de su novia.

Más tranquila al saber que no estaría sola, me acerqué, esperando que terminara su llamada. Pero al ingresar a la cocina, me detuve abruptamente.

Dayron estaba allí, pero dándole la espalda había otra persona. No necesitaba que se volteara para saber quién era.

Rideon estaba en mi casa. En mi cocina. Hablando con mi hermano como si nada hubiese pasado.

Dayron miró sobre el hombro de Rideon y sonrió, algo incómodo.

—Enana, al fin despiertas. Tu café ya está listo, y estábamos esperándote para hablar.

El maldito apodo. Lo usaba solo porque era dos cabezas más alto que yo.

No respondí. No podía moverme. Sentía que mi cuerpo se había clavado al piso.

—¿Bella, estás bien?

Y como si la mención de mi nombre fuera suficiente, él se volteó. Sus ojos oscuros chocaron con los míos, y su mirada me penetró, descendiendo lentamente por todo mi cuerpo antes de volver a subir. Sonrió de medio lado e inclinó levemente la cabeza.

—Buenos días, Bella. Me alegra verte después de tanto tiempo.

Su voz fue un golpe a la realidad, trayendo de vuelta todos los recuerdos que perturbaban mi mente. Miré hacia abajo y me di cuenta de que aún llevaba puesta la toalla. Dayron también lo notó y sugirió que fuera a cambiarme antes de desayunar.

En mi habitación, mi mente no dejaba de dar vueltas. ¿Por qué mi hermano lo había traído aquí? Sabía que no lo quería cerca de mí.

Respiré hondo, me puse una camiseta grande y unos pantalones cortos, y salí a la cocina. Ambos estaban sentados con sus tazas de café en las manos. Frente a ellos, mi taza humeaba.

—Enana, siéntate. Necesitamos hablar —dijo Dayron con tono serio.

Tomé asiento con las manos temblorosas. Rideon no dejaba de mirarme, como si intentara leerme la mente.

—Mira, Bella… —Dayron suspiró—. No creo que te agrade esta noticia, pero tuvimos algunos problemas, y por ahora, Rideon se quedará aquí.

Mi respiración se detuvo.

—Vivirá con nosotros.

Y en ese instante, supe que todo esto había sido planeado.
El eco de las palabras de Dayron seguía resonando en mi cabeza como un tambor incesante. Vivirá con nosotros. No podía procesarlo, no podía aceptarlo.

Mi mirada se clavó en él, buscando alguna señal de que estaba bromeando, de que todo esto no era más que una mala jugada del destino. Pero no, Dayron estaba completamente serio, y Rideon… él solo me miraba.

—Solo será por un tiempo —continuó mi hermano—, hasta que podamos resolver nuestros problemas. No podemos decirte todo, pero entiende que las cosas serán así. Ya hablamos y todo irá en paz. No se meterá contigo, y tú tampoco notarás que está aquí.

No notar que estaba aquí… como si eso fuera posible. Como si su simple presencia no me quemara por dentro.

—Por favor, enana, hazlo por mí y lleva la fiesta en paz.

Mi garganta se cerró. Quería gritarle, preguntarle ¿por qué? Sabía que él no quería a Rideon aquí, sabía que nunca aprobó lo que pasó entre nosotros, entonces ¿por qué lo estaba trayendo de vuelta a mi vida?

El sonido del teléfono de Dayron rompió el silencio.

—Me tengo que ir, pero volveré en la noche —dijo, poniéndose de pie apresurado. Miró a Rideon y le dio una palmada en el hombro—. Instálate como en tu casa, amigo.

Luego se giró hacia mí y me miró con esa mezcla de cariño y advertencia que solo un hermano mayor puede dar.

—Enana, por favor, lleva la fiesta en paz.

Y sin más, salió por la puerta, dejándonos solos.

El silencio se hizo pesado, espeso. Sentía su mirada clavada en mí, pero no tenía la fuerza para levantar la cabeza.

Rideon no dijo nada al principio, simplemente tomó su taza de café y bebió un sorbo, con la tranquilidad de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

—¿No vas a decir nada? —su voz rompió el aire, arrastrada, grave.

Cerré los ojos un segundo antes de obligarme a alzar la cabeza y mirarlo.

—¿Qué quieres que diga?

Él sonrió, ladeando la cabeza como si estuviera entretenido con mi reacción. Como si hubiera esperado exactamente eso de mí.

—No sé… tal vez un “bienvenido”, después de todo, vamos a ser compañeros de casa.

Sus palabras me revolvieron el estómago.

Me puse de pie bruscamente, sin siquiera terminar mi café. No podía seguir ahí, no con él mirándome como si estuviera jugando un maldito juego.

—No intentes hacer esto más incómodo de lo que ya es —solté, sintiendo la ira burbujear en mi pecho.

Di la vuelta para irme, pero su voz me detuvo en seco.

—¿Sabes, Bella? —dijo, arrastrando las palabras con esa maldita voz suya que todavía tenía el poder de erizarme la piel—. Me extrañaste, ¿verdad?

No le di el gusto de mirarlo. Solo apreté los puños y salí de la cocina.

Pero su risa baja y satisfecha me persiguió hasta mi habitación.




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