Roak City

I

El ser humano es curioso por naturaleza, hambriento de respuestas, ansioso por comprender lo que le rodea. Pero también por desentrañar lo que le incomoda. Lo que no encaja. Lo imposible. Incluso cuando el entendimiento se convierte en un veneno. Pero hay respuestas que no deben conocerse. Hay verdades que, cuando se revelan, devoran la cordura de quien las mira de frente.

Escribo esto en las últimas páginas de mi libreta. Si alguna persona se adentra en el laberinto, debe saber que esto no es una broma absurda. Lea con atención. Dé vuelta por donde vino. Trate de regresar. Si aún puede, hágalo. Si ignora mi advertencia, no lo culparé. La naturaleza humana está diseñada para desafiar. Para cuestionar y dudar de lo que se le entrega como cierto. Si ha elegido hacerlo, si ha cruzado el umbral, entonces ya es tarde. Bienvenido.

Las siguientes notas serán mi única guía. Un recordatorio para cuando la consciencia me abandone. Si la maldición persiste en mí tiempo restante de vida—si es que aún puedo llamarlo vida—no tendré más opción que leerlas y repetirlas, hasta que la locura me devore. Hasta que la última chispa de razón se extinga. De otro modo, quedaré atrapado en un ciclo interminable de visiones difusas de un pasado que no logro descifrar.

He estado aquí demasiado tiempo, días que se acumulan en números vacíos, en una rutina sin propósito.

Durante mi tiempo atrapado aquí, conocí a hombres con destinos similares. El consuelo de saber que no estaba solo se convirtió en nuestra única ancla. Un triángulo de amistad construido sobre desesperación y una realidad difusa. Nadie recuerda quién llegó primero ni quién después. La noción del tiempo murió hace demasiado. Los recuerdos son escasos y fragmentados. Miramos atrás, pero los pasajes de nuestra memoria parecen cubiertos de niebla. Cada intento de recordar nos deja más agotados, preguntándonos si el olvido es un mal necesario. O si es solo otra forma de morir lentamente.

Hace unos días, nos reunimos en la madrugada alrededor de una fogata improvisada por Jack. Hojas secas, media botella de alcohol y la colilla de un cigarro ardiendo con rapidez.

Las botellas se apilaban a su alrededor. Fred, bajo el influjo de su licor, bailaba vacilante sobre la orilla de la fuente. Cantando con una voz desafinada antiguas canciones de su tierra natal. Jack, siempre observador, seguía la danza errática de Fred, exhalando aros de humo, Pero no estaba allí, sus ojos estaban perdidos en las estrellas. Luego volvía a la realidad. Me miraba y preguntaba si quería escuchar historias de fantasmas. Aunque todos se negaban, Jack comenzaba a contarlas igual.

—Entonces, ¿vas a irte? —preguntó Fred, dejando de cantar.

Se balanceaba en la orilla de la fuente, como si caminara sobre una cuerda floja.

—Es una idea estúpida, pero los estúpidos hacen cosas estúpidas.

—No importa lo que digas, nada va a detenerme. — Dije, levantando la mirada para notar una mariposa negra que se posó sobre su sombrero de copa, y el cómo sus alas temblaron un instante antes de emprender vuelo, desapareciendo en la oscuridad.

— ¿Irás a la ciudad? ¿A las casas abandonadas? — Pregunto Jack exaltado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.