Robaste mi futuro

Capítulo 2

2

Domingo, 25 de agosto de 1957

Barbara Johnson

18 años

 

Para mi familia el doctor James Montgomery era el joven profesor y me era curioso el apodo porque nadie más lo utilizaba. Como yo era la más pequeña entre ellos y no quería parecer ridícula ante él, le decía solo profesor.

La primera vez que tuve conciencia de James Montgomery, sentí a mi estómago caer al vacío y una especie de liviandad se apoderó de mí. Era algo más fuerte que yo y mi corazón latía frenético los días en que no lo veía. Lo único que lograba sosegarme era entrar a su casa y encontrarme con él. Su olor personal y el de su hogar creaban en mí una familiaridad que no encontraba en ningún otro lugar.

Sin embargo, en ese momento me entristeció que sus labios permanecieran en una línea recta al percatarse de mi vestido, al parecer, no olvidaba aquella única ocasión, hacía casi cinco años, en que no pude controlar mis sentimientos y él tuvo que regañarme. La abuela tenía razón en decir que jamás me observaría como mujer. Y no acababa de comprender por qué eso era tan importante para mí. Solo sabía que lo era.

Los abuelos y mamá se adelantaron, por lo que cerré la puerta. Mientras me quitaba los guantes y el sombrero, escuché al abuelo preguntar:

—¿Cómo está tu sobrino después de que llegó en segundo lugar en el Derby?

—No van ni cuatro días y ya piensa en el otro y en cómo mejorar el soap box[1]. Yo le digo que no los puede ganar todos y que ya tiene su pase a la final. Pero ya conoces a los jóvenes de hoy en día.

—¿Supiste que Brown[2] vino a visitar a los Rebeldes? Quizá se lleve a alguno de nuestros peloteros para las grandes ligas.

—Este año no hay buenos candidatos.

—Puede que tengas razón. La selección será el próximo domingo después del juego. Tal vez el tal Michael llame su atención.

—No lo hará. —Entrecerré los ojos ante la seguridad en el tono del profesor.

Después de dejar mis pertenencias en el perchero del vestíbulo, entré a la sala donde ellos estaban.

—Él dice que puede golpear un Grand Slam dentro del parque[3].

Mordí el interior de las mejillas al percatarme de mi intromisión. Jamás lo hice antes, pero creí que al cumplir dieciocho podría participar en esas conversaciones. Además, quería algo más que su cortesía.

—¿Como el joven Clemente[4]? —El abuelo rio a carcajadas.

Al parecer, mi comentario logró captar la atención del profesor, pues fijó la mirada en mí.

—¿Lo has visto hacerlo, Barbara?

—No…

Tenía los labios en una línea recta y no sabría deducir el porqué del furor en su mirada. Sin embargo, logró estremecerme y deseé no haber dicho nada. Quizás debí ir con Michael y mis amigos a la fuente de sodas. Allí bailaríamos y hablaríamos de cosas sin importancia… No me sentiría como una tonta.

—Entonces no aumentes el ego de ese muchacho sin saber si es capaz de hacer lo que presume.

Era la primera vez que lo escuchaba emitir algún juicio sobre Michael por lo que bajé la mirada y dibujé un círculo diminuto en el piso. Al parecer, compartía la opinión del abuelo, quien dijo:

—El joven Clemente tiene potencial. Lástima su procedencia…

El profesor seguiría hasta la cocina con la caja de provisiones cuando el teléfono comenzó a sonar.

—Dottie, ¿podrías contestar? —le pidió él a mamá.

Ella asintió y se acercó al aparato.

—Cariño, Carol está al teléfono.

El calor se instaló en mis mejillas. A menos de veinticuatro horas de llegar a la adultez, seguía siendo una niña. Yo que me creía muy madura y eficiente.

—¿Carol? ¿Sucedió algo?

—Es que te fuiste tan rápido de la iglesia que ni tiempo nos dio de hablar.

Giré para no tener al profesor tan presente, si bien no creía que le interesara la conversación con mi amiga.

—Si no hubieras estado tan embelesada con Robert…

—¡Ay, Bobby! Tengo a mi propio James Dean. Somos afortunadas.

—¿Y eso por qué? —Fruncí el ceño mientras sonreía.

—¡Tú tienes a Elvis!

Abrí los ojos y fingí tos para ocultar la risita que se atoró en mi garganta. Al parecer, Carol necesitaba un oculista.

—Michael no se parece en nada a Elvis.

Escuché el gruñido que emitió antes de que dijera:

—No sé cómo puedes ser tan cruel. Yo que floto en el aire por mi Robert. Es tan grandioso y atento… Me pidió ir juntos al baile.

Carol Bines era mi mejor amiga. Lo éramos desde que teníamos cuatro años y fuimos juntas a la escuela. Si bien, desde hacía cuatro años que esta estaba cerrada. Ella asistía a la escuela superior en Montvale que estaba abierta ya que una de sus tías vivía en esa comunidad. Robert y Michael iban a la misma.




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