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Viernes, 30 de agosto de 1957
Barbara Johnson
18 años
Un grito escapó de mi garganta al intentar inhalar y una punzada aguda me atravesó el pecho. Abrí los ojos de golpe y a pesar del dolor aspiré una bocanada profunda de aire mientras las lágrimas bajaban a borbotones por mi rostro. Miré a un lado y luego al otro, no sabía en dónde estaba, si bien sentí una cánula conectada al brazo.
—¡James!
Volví a girar la cabeza pues era incapaz de creer haber sobrevivido al ataque que recibí. Si bien, el olor a desinfectante parecía confirmarme que estaba en un hospital. Llevé las manos a la cabeza. La sentía demasiado ligera, no obstante, mis pensamientos eran incoherentes y escurridizos. No lograba aferrarme a ellos.
Todavía podía sentir los brazos de James alrededor de mí, la ansiedad con la que me sostenía del costado, quizás eso fue lo que me salvó, si bien me pregunté dónde estaba él. A lo mejor no podía estar junto a mí porque era hombre. No obstante, lo necesitaba. Una opresión se enrevesaba en mi corazón al no verlo, saber si estaba bien.
Quise recordar el rostro del hombre que me atacó, pero no lo conocía. No sabía por qué me hirió. Creía recordar que él también demostró sorpresa al verme como si no fuera yo la persona que esperaba.
Aprisioné la cabeza con las manos mientras un grito escapaba de mi garganta… «En mi mente me veía con un vestido al “estilo nuevo”. Caminaba del brazo de alguien… ¿Michael?».
La puerta de la habitación se abrió y entrecerré los ojos, pues una neblina opacaba mi visión, solo percibía sombras. No obstante y por algún motivo, mis brazos y piernas comenzaron a temblar. Deseé esconderme, mas intentar moverme era una tortura.
—¿James?
—¡¿Barbara?!
Reconocí las callosas manos de mamá cuando rodearon mi rostro. Ella se inclinó y me llenó de besos, sus mejillas cubiertas de lágrimas. Varios quejidos brotaron de mi pecho y mis ojos se humedecieron, pues su exabrupto me provocó dolor. Si bien a pesar de necesitar aire, contuve el aliento y me quedé inmóvil. «James… ¿Dónde estaba James? ¿Cómo regresé a 1957? ¿Acaso todo fue un sueño?».
—Dottie, hija, la lastimas. —Esa era la voz de la abuela. Existía cierta melancolía y cansancio en ella.
Mamá se separó de mí y dijo:
—Lo siento. ¿Cómo te sientes?
—Me… —Intenté inhalar una vez más, pero el pinchazo en el pecho seguía ahí—. Cuesta… —Otra pausa—. Respirar…
Giré el rostro a la derecha al sentir las arrugadas manos de la abuela. No entendía mi incapacidad de fijar la mirada en algún punto. Creí que el motivo era el trauma por el que acababa de pasar, tal vez solo necesitaba descansar.
—¿Qué me sucede? ¿Dónde estoy?
—Hija…
Escuché la puerta una vez más y de inmediato reconocí la colonia penetrante de Michael. Giré la nariz hacia un lado en el afán de detener la repugnancia que alborotó mi estómago.
Volví a agarrarme la cabeza, intentar pensar provocaba estallidos de dolor como chocar una y otra vez contra la pared… «Un hombre con una cámara tropezó conmigo y su mano me rodeó para que no cayera. Entonces se disculpó con Michael, quien le aseguró que no pasaba nada…». Llegamos a una casa, abrí la puerta y un golpe atroz me robó el aire. Michael me gritaba: «¡¿Pretendes escapar de mí?! ¡¿Ese es tu amante?!». Sacudí la cabeza y me pregunté si solo fue un mal sueño, por lo que sucedió en el paraje.
Quise tomar las manos de mamá y la abuela otra vez, pero ellas ya no estaban y no pude hacer nada para que permanecieran junto a mí. No comprendía qué sucedía. Solo presentía una barrera entre las mujeres que más amaba y yo. Quizás estaban molestas porque no llegué a casa después del baile. Si tan solo me dejaran explicarles. James podría decirles que tuve que esconderme en su hogar porque Michael intentó perjudicarme. Él tomó mi mano y el deseo de que me soltara fue tal que forcejeé hasta que un tirón en el costado me dejó inmóvil.
—¡Por Dios, nena!
Se abalanzó sobre mí y me aprisionó entre sus brazos. Tuve que abrir la boca para encontrar el aire que se negaba a llenar mis pulmones y un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
—Creo que necesita un poco de agua. ¿Es mucho pedir que vayas, Dottie?
Entrecerré los ojos, si bien la bruma en ellos no me permitía fijar la mirada en nadie. Solo sabía quién estaba en la habitación por el roce de las manos o el olor de su cuerpo. No entendía qué sucedía. Me pregunté qué hacía Michael allí y cómo logró engañar a mis abuelos y a mamá.
—No, claro que no, hijo.
—Mamá, quédate —susurré.
El corazón me latió errático. Sobre mi pecho, un cúmulo de piedras y vidrio. Entonces me tomó desprevenida el beso que ella dejó en mi frente. Agité la cabeza para aclarar la mirada, pero era un imposible. «James…». Aunque ni siquiera en mis pensamientos me atrevía a nombrarlo. Escuché la puerta abrir y cerrar y tragué para eliminar el bulto en mi garganta.
Una vez más tuve que agarrarme la cabeza, pues el dolor era atroz. Hasta podría jurar que alguien la abrió en dos e intentaba extraer su interior con saña… «Después del golpe caí al suelo y Michael pasó por encima de mí. A lo lejos lo escuché decir: “Dottie, alguien entró a la casa… Le dije… Le insistí que esperara y no me escuchó… Tropezó con algo… ¡Está herida! No sé qué hacer… No quiero que muera… Yo la amo… La amo…”». Ya no estaba segura de nada. No sabía qué era real y que no.