Robaste mi futuro

Capítulo 11

11

Viernes 30 de agosto de 1957

Barbara Johnson

49 años

 

Fui yo quien denunció a James Montgomery y llevó a la policía a la casa. Ellos lo encontraron tirado en el suelo en tanto se agarraba las sienes como si la cabeza le fuera a estallar. Una vez más él hacía que Barbara viajara en el tiempo, de nuevo estaría atrapada y su cumpleaños número diecinueve se convertiría en el cuarenta y nueve, solo porque él lo decidió así.

 

 

Había acompañado a la policía a la jefatura y declaré en contra de Montgomery. Fui testigo de cómo un desconocido se abalanzaba contra él y cruzaba su rostro de lado a lado con una navaja. Estaba todavía en el lugar cuando regresaron con él de enfermería. La atención de los oficiales estaba en mí y mi comodidad por lo que poco a poco logré que me dejaran a solas con él. Fue entonces cuando me acerqué y lo abofeteé.

—¿Quién eres?

Montgomery mantuvo la cabeza en alto y el rostro impasible por lo que la bilis subió por mi garganta. Sin embargo, me reajusté los lentes, asegurándome de que no pudiera reconocerme. Sabía que eso lo volvería loco por más que aparentara estar sereno frente a mí.

—Alguien que se asegurará de que no lo vuelvas a hacer.

—No entiendes…

Por un segundo esa mirada verdosa se cubrió de súplica y no me pude contener. Metí los dedos en su reciente herida por lo que los puntos en ella explotaron. Halé la carne y me acerqué tanto a él que respiramos el mismo aire.

—Eres tan predecible. Los ególatras como tú siempre cometen un error.

No se retorció de dolor como pensé que haría y eso me enfureció más. Solo era un cobarde que siempre huyó de mí y hasta podría jurar que me tenía miedo.

—Tengo que salvarla, por favor. —Su voz quebrada.

Sus palabras solo consiguieron que halar con más saña la piel rota y los borbotones del líquido caliente bajaran por la palma de mi mano. De pronto, fruncí el ceño y humedecí mis labios, nunca comprendí sus acciones y era mi oportunidad de hacerlo.

—¿Por qué te importa tanto la vida de esa joven?

De algún modo esos ojos verdes encontraron los míos.

—Es la única forma de liberar mi conciencia.

Montgomery no temía morir, estaba dispuesto a hacerlo, pero, al parecer, anhelaba la redención. Sonreí hasta que se tornó en una carcajada escalofriante.

—Ni aún muerto podrás ser libre.

 

 

Permití que Montgomery pagara con su vida un crimen que no cometió y aun así la satisfacción jamás me alcanzó. Todavía quería gritarle y maldecir mucho más de lo que ya lo había hecho y… fue el instante en que él volvió a aparecer frente a mí, en esa ocasión mucho más joven de lo que yo era. No tuve ni un ápice de duda de que era él, pues reconocería esa mirada en el pasado, presente o futuro. Y quise… anhelé un imposible. Tenía la certeza de que él solo se volvió a casar porque Ethel huyó con otro hombre. La única manera de enmendar mi error era devolviéndole a la mujer que él amaba.

Pero la realidad era que yo no tenía los medios para reiniciar la curva del tiempo. Fue por casualidad que descubrí el experimento del Gobierno en 1943. Ellos querían que los submarinos fueran invisibles, mas lo que en realidad lograron fue que viajaran en el tiempo. Uno de los submarinos desapareció de los radares en Filadelfia para volver a aparecer en Norfolk horas después. Logré entrar a la base militar con una identificación falsa que aseguraba que era doctora en física y utilicé el generador de Tesla para hacer el viaje que por poco me cuesta la vida y mi cordura, tal y como le sucedió a aquellos marinos. El FBI me buscaba desde entonces.

Llegué a 1926 y tan pronto me recuperé del malestar en mi cuerpo acudí a la Comisión de Prohibición de Virginia, la agencia encargada de velar por el cumplimiento de las leyes de prohibición por el alcohol y denuncié a Montgomery. En incontables ocasiones fui testigo de cómo él repartía recetas a todo aquel que lo solicitara, enfermo o no. Creí que, si el alcohol no estaba presente, Ethel permanecería a su lado. Sin embargo, por algún motivo, Barbara llegó en ese mismo año y su intromisión alteraría el curso de la historia. Ella debía morir y así fue.

 

 

Levanté la mano para masajear mi sien. En mi cabeza una neblina densa que no me permitía pensar con claridad. Otra vez era 30 de agosto de 1957, creía que era la tercera vez que repetía ese día, aunque ya no estaba segura. Lo único cierto en mi vida era que iba de error en error.

 

—Ya no podemos esperar más. ¿Cuántos accidentes deberá tener su hija para que usted comprenda que lo mejor es un asilo psiquiátrico?

Me mantuve a lo lejos, los nudillos blancos por la fuerza en que cerraba los puños. Me sorprendió el giro que tomó la línea del tiempo, nunca esperé tales acontecimientos y hasta ese instante comprendí la insistencia de Montgomery por Barbara. Esa manía a lo largo de los años por construir la máquina. Viví esos treinta años otra vez, aunque el tiempo no pasó sobre mí, algo que tampoco acababa de comprender.




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