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Viernes 30 de agosto de 1957
Barbara Johnson
49 años
Contuve el aliento al ver el martillo del revólver moverse. Una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras el pecho me subía y bajaba descompasado, apenas podía respirar. Solo cuando intenté inhalar me percaté de la varilla que atravesaba mi abdomen. Suprimí el grito que se alojó en mi garganta, el dolor y yo no éramos compañeros, nunca comprendí por qué era intolerante.
El esfuerzo fue en vano. Ellos nunca podrían estar juntos. ¿Y todo por qué? ¿Por qué a mis dieciocho años tenía el cuerpo de una mujer de casi cincuenta? ¿De qué me serviría la juventud que tanto añoraba si no podría vivirla? Montgomery me dio una vida maravillosa en esos once meses y mi odio no me permitió apreciarla. Sin él junto a mí fue monótona y vacía… sin amor, ni familia. Solo era un cascarón vacío que le echó la culpa a los demás y, sin embargo, jamás hizo nada. Si tanto deseaba regresar, pude estudiar y construir la máquina del tiempo yo misma. «¡Oh, James! Tú eres el único valiente».
Tampoco pude evitar los actos de Michael contra Barbara, jamás imaginé que ese amor que decía sentir llegara a matar. Cuando me tocó enfrentarlo, en mi tiempo, hacía casi treinta años, Michael no fue aceptado en las grandes ligas, como era su sueño. Me culpó, si bien después de tanto tiempo aún no comprendía por qué yo era la responsable. No obstante, él decía que fue por no estar casado y demostrar que era un hombre de familia. Me golpeó con el bate en repetidas ocasiones. Me quedó una cojera en la pierna derecha, sin embargo, todos aseguraban que debía agradecer estar viva.
Por dos años Michael se mantuvo lejos, aunque luego de ese tiempo me buscó otra vez. Esa fue la razón por la que Montgomery me raptó y me envió al pasado, sin ninguna explicación, castigándome una vez más como lo hizo muchos años antes cuando tenía trece años. Lo que necesitaba era su amistad, pero, al parecer, no era digna de ella ni del amor incondicional del que gozaban los abuelos y mi madre. Montgomery nunca comprendió que las acciones de aquella niña fueron porque estaba rota de dolor… No, a él no le importó humillarme.
Para mí, James Montgomery no tenía derecho de enviarme al pasado, de casarse conmigo. Jamás podría amar a alguien que me lastimó tanto. Fui la peor esposa del mundo y no me detuve hasta verlo morir en la silla eléctrica… Desde ese instante, el remordimiento se apoderó de mí y no me permitía respirar con tranquilidad.
Mi arrepentimiento llegó demasiado tarde, pues ese hombre tenía el dedo en el gatillo y lo hundió. Escuché unos pasos acercarse, estaba segura de que era el compañero del oficial. Un jadeo escapó de mi garganta al escuchar el disparo y me preparé para experimentar un dolor acuciante. Cuánto daría por ver esa sonrisa tan perversa una vez más.
La bala rozó mi cabello, que alguna vez fue negro, por lo que este se levantó y un pitido molesto se instaló en mi oído. No obstante, fue el cuerpo de Michael el que cayó sobre el capó del Chevy 150, sus ojos y boca abiertos, aún con la impresión de lo sucedido. Me quedé estática sin importar lo desbocado de mi corazón. Si bien, tres disparos más sonaron al unísono y entonces reinó el silencio.
Intenté gritar, pues la puerta del automóvil se abrió, mas lo único que pudo producir mi garganta fue una exhalación. Pese a la negrura espesa pude reconocer la silueta frente a mí. Contuve el aliento y cerré los ojos. Además mi estómago se sentía pesado. Me negué a mirar esos ojos y descubrir la decepción en ellos.
Sin embargo, tragué profundo al sentir la calidez de sus dedos acariciar mi piel, era algo nuevo, ya que siempre solían estar muy fríos, sobre todo cuando le hacía la vida imposible. Me quedé estática cuando la nariz hizo el mismo recorrido y luego bajó por mi cuello e inhaló profundo en ese espacio junto al hombro.
Un gemido quedo brotó de mi garganta al sentir el dudoso roce de sus labios en los míos. Si bien, mi cuerpo se inclinó hacia el frente cuando él se separó, no pensé que fuera a ser tan breve, aun así, no me atrevía a abrir los ojos. Fue por eso por lo que levanté las manos a tientas. Encontré su pecho y las deslicé hasta la nuca para aferrarme a él.
Fue cuando esos labios adoraron los míos. Recorrió cada rincón con avidez y desesperación, lo hice esperar treinta años. Aunque la ansiedad de los sucesos debía gobernarlo, porque el regusto de lo que alguna vez fue prohibido invadió mis sentidos. Un suspiro recio brotó de mi pecho y me afiancé a lo que se me entregaba con tanta libertad.
El sabor del whiskey en su boca era un afrodisiaco y nos llevó a consumar nuestro matrimonio muchas más veces de lo que él recordaba… Amaba su autodestrucción, que despertara en la mañana y se volviera loco por los vestigios en mi cuerpo de sus arrebatos de pasión, sin saber que fue él mismo quien los causó. Me hizo pagar con sus puños el precio de mi osadía algunas veces, pero eso lo llevaba a odiarse más y más. Casi logré mi cometido, no obstante, enfermé de influenza. No sé cómo sobreviví, pero le supliqué a las enfermeras que le dijeran a Montgomery que había muerto y no regresé… En esos días en el hospital lo necesité tanto como el aire para respirar y eso no podía ser.
No obstante, el sabor aromático y amaderado lo representaba a él, era su esencia. Entrelacé la lengua con la suya y compartimos el baile instintivo y pasional. Un gruñido se atoró en su garganta al romper el beso, yo tampoco quería alejarme, mas escuché la sibilancia en su pecho. ¿Acaso estaba herido? No me atreví a abrir los ojos, pues temía que solo fueran alucinaciones antes de la muerte. Sin embargo, él apoyó la frente en la mía, lo que me ancló al presente y me demostró que su presencia era real.