Rollitos de canela

Capítulo 4

Apenas pude dormir durante la noche, pero igualmente conseguí levantarme mucho antes de que mi alarma sonara para ir a la cafetería.

Tenía una clase a las ocho y quince de la mañana en la universidad, así que me dije que podía pasar a ver a Erick, entregarle sus cosas, pedirle su número y luego huir despavorido con mi copia de La Sociedad De Los Poetas Muertos muy cerca en caso de necesitar inspiración.

Sin embargo, apenas crucé la puerta principal, noté que algo no andaba bien. Debido a la hora, había mucha afluencia de clientes, todos pidiendo algo para llevar con apuro, por lo que la mayoría de los meseros estaban muy ocupados. Me alcé de la punta de mis pies y traté de mirar a todas partes por si detectaba alguna cabellera dorada por allí.

Estaba debatiéndome entre darme la vuelta y volver más tarde, cuando una mesera se me acercó con apuro y me dedicó una sonrisa que dejaba en evidencia que preferiría estar en cualquier otro lugar.

—Buenos días, ¿puedo ayudarte en algo? —inquirió, golpeando de manera ansiosa el bolígrafo de su libreta de pedidos.

Relamí mis labios y miré de nuevo a mi alrededor.

—Estoy buscando a Erick —me atreví a confesarle, su expresión cambió, dejándose ver sorprendida—. Necesito entregarle algo.

—Y dudo que lo hagas —se rio y me tomó del brazo para apartarme un poco de la puerta, ni siquiera me había percatado de que tenía más personas a mis espaldas esperando su turno para entrar. Me sonrojé mientras les dedicaba sonrisas apretadas en modo de disculpa—. Mira, Erick no vino hoy, llamo hace como quince minutos para notificar que se encontraba indispuesto, también preguntó por su mochila y le dijimos que no estaba por aquí.

Ella, sin reparo alguno, la señaló. Yo la tenía colgada de mi hombro izquierdo, era de un color verde aceituna y llevaba una innecesaria cantidad de llaveros con peluches y formas coloridas que tintineaban entre ellos en cada movimiento que hacía. La vergüenza me invadió con tanta fuerza que terminé balbuceando cosas incomprensibles, igual que la primera vez que estuve en este lugar.

La chica se rio y agitó la mano, como si quisiera quitarle importancia al asunto.

—Erick siempre dijo que vendrías a buscarlo —comentó, escribiendo algo en su libreta—, y justo cuando lo haces, él se enferma. Pobre chico desafortunado.

—No sé de qué hablas.

—Claro que lo sabes —arrancó la hoja y me la tendió—, aquí tienes su dirección, ¿podrías llevarle también algo para ayudarlo a bajar la fiebre? No deja de quejarse por el chat grupal, le caería bien.

Dudé un poco en aceptarla, a fin de cuentas, ni siquiera me había atrevido a revisar sus cosas a pesar de que sabía que allí encontraría alguna manera de comunicarme con él, pero luego de que la chica me lo acercara aún más a la cara me dije que lo mejor era comenzar a ser más valiente, así que la tomé y asentí. Ella estaba a punto de darse la vuelta cuando volví a llamar su atención.

—Disculpa, ¿me puedes dar una ración de rollitos de canela? —le pedí con timidez—. Es para llevar.

Un par de minutos después, salí de la cafetería con el corazón latiendo tan rápido que podía percibir cada latido por todo mi cuerpo. No podía terminar de creer que al fin tenía algo más de Erick, y que, además, estaba camino a su casa solo para verlo.




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