Ronin: Orígenes arcanos

ACTO II

En donde alguna vez vivieron Ronin y su familia, se formó un nuevo pueblo, uno bañado por el color y la alegría. Después de tanto tiempo, el hombre se animó a salir de su cueva, y vio que se estaba celebrando un festival, así que tomó una capucha para pasar sin pena ni gloria.

Aunque evitó toda interacción, Ronin se encontró con una mujer de belleza que logró cautivarlo, tanto que no supo en qué momento se le acercó la dama, motivada por la curiosidad de saber quién era ese invitado peculiar. Cuando el hombre despertó de ese trance, salió huyendo, pues sus mariposas en el estómago se convirtieron en vergüenza.

A partir de ese choque, la madrugadas se encargaron de cultivar curiosidad en Ronin. Pasados unos días, el hombre frecuentó sus salidas al punto que pudo conseguir algo de ropa decente. En un día lluvioso, el hombre se encontraba en un parque, sintiendo la frialdad de las lágrimas del cielo. Por otro lado, la mujer que conoció en el festival iba de camino a su casa, y, apenas reconoció al hombre, se acercó a él para prestarle su paraguas.

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—¿Está bien? —dijo la chica— ¿Cómo se llama? Yo soy Akira.

—R-Ronin, James Ronin Oka —respondió el hombre, tras un largo rato de silencio.

—Es un gusto conocerlo, señor Ronin —respondió Akira— ¿Cómo se siente?

— Ha pasado mucho tiempo, han pasado demasiadas gue-guerras.

— ¿Guerras?

—Guerras internas. Todo ha cambiado desde la última vez que vine aquí.

—¿Está de visita?

—Algo así. Disculpa, pero ya debo irme.

— Por favor, puede esperar a que pare la lluvia y luego podrá irse.

Ronin no sabía qué hacer ante la amabilidad de aquella chica, pues pensaba que sería de mal gusto rechazar su favor, así que cedió en acompañarla a un café que se encontraba cerca de ahí.

—¿Y qué lo trajo por aquí? —preguntó Akira, intentando romper el silencio

—Yo nací y crecí en este lugar, pero me tuve que ir por cuestiones de… trabajo.

—Ya veo…

— ¿Y qué me dice usted? —continuó Ronin, intentando dar una indirecta a la peculiar personalidad de Akira.

—Bueno —dijo Akira, entendiendo la intención de la pregunta—. Mi familia siempre ha dado asilo a cansado viajero. Tras verlo a usted solitario en la lluvia, pensé que no tenía en dónde pasar la noche.

—Hmm, supongo que eso lo explica.

—Perdóneme si lo incomodé, señor. A veces llego a ser imprudente.

—No se preocupe —respondió el hombre—. A veces cometemos errores, pero es bueno cuando aprendemos de ellos.

Aunque la lluvia no se detuvo, Ronin y Akira siguieron platicando y conociendo más de ellos. Caída la noche, la pareja se retiró, pero el hombre no volvió a su cueva, sino que acompañó a Akira hacia su casa, su dichosa posada.

Sin embargo, unos lobos aparecieron para atacar a la pareja. Uno de ellos quiso brincar hacia Akira, pero Ronin se puso de frente y lo atacó. El resto de la manada arremetió contra el hombre, mientras Akira se escondió en un arbusto. Tras aquel ataque, Ronin entró en su estado bestial y, liberando sus dagas de Bestiazulli, acabó con los animales.

La mujer quedó horrorizada por eso. Cuando Ronin volteó a verla, volvió a recuperar la conciencia, preocupado porque amiga había descubierto su secreto. El hombre se acercó para aclarar las cosas, pero Akira huyó, encontrándose con un enorme oso. Justo cuando la mujer pensaba que terminaría siendo la cena de ese animal, Ronin llegó para rescatarla, huyendo de ahí.

Ya fuera de todo peligro, al hombre no le quedó más opción que decirle la verdad a Akira.

—Perdóname.

—¿Quién eres realmente? —dijo Akira, enojada y asustada.

—Sé que sonará ridículo, pero es que...

—¡Habla!

—Me usaron como experimento para fabricar un arma, y por eso me convierto en este horrendo monstruo —dijo Ronin, intentando contener el llanto—. Y no solo eso, esas mismas personas mataron a mi gente.

—¿Qué?

—En esta aldea vivían mis seres queridos, pero… ¡Murieron por mi culpa!

—Había escuchado una leyenda de un antiguo pueblo, pero eso fue hace demasiados años. ¿Cómo es posible qué…? —dijo Akira, intentando aclarar sus dudas.

—Así es —respondió Ronin—. Yo viví en esa época, y si me he conservado es gracias a eso que me hicieron. Sin embargo, a la par de mi apariencia, mi dolor ha perdurado.

—Esas son las guerras de las que hablabas, ¿no? — comentó Akira, recuperando la calma.

—Mis guerras no han desaparecido.

—Pero no es tu culpa.

—Lo lamento, pero debo irme de aquí —concluyó Ronin, rompiendo en llanto —. Agradezco tu hospitalidad, pero no quiero seguir sufriendo con esta charla.

—Espera —dijo Akira, pero el ruido de unos fuegos artificiales la distrajo, momento que el hombre aprovechó para desaparecer.

Akira observó que había otro festival, pero el color y la calidez de dicho lugar no podían borrar la pena que sentía. En cuanto a Ronin, él volvió a su cueva, pensando en qué hacer para volver a hablar con Akira, al mismo tiempo que contemplaba su espada. A pesar del paso de los años, no había perdido su brillo lunar, cosa que el hombre comprobó tras ver su reflejo en aquella hoja.

Ronin comprendió que no podía seguir así, ya era momento de reconstruir su vida, de mirar hacia el futuro. Al día siguiente, el hombre tomó su decisión final, y cortó unas ramas de cerezos para llevárselas a Akira. Después de eso, quiso tomar el camino de la noche anterior, pero se retractó tras ver que había individuos investigando, pues ahí seguían los cuerpos de los lobos. El hombre se escondió en unos arbustos, y terminó cayendo en el jardín de una casa, la de Akira.

—¿Ronin? ¿Qué haces aquí?

—L-lo siento, es que… oh no —titubeó el hombre, quitándose las hojas.

—Déjame ayudarte.

—No tienes que hacer nada, solo vine a pedir perdón.




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