Ronin: Orígenes arcanos

ACTO IV

Terminado el otoño, las cosas habían mejorado, pues la posada de Akira recibía a más gente de lo normal, la aldea finalizó su restauración, y Ronin siguió viviendo con su pareja. Llegado un día especial en el invierno, ambos tuvieron otro bello momento.

—Sé que estos tiempos no son nada más para dar regalos y todo eso, pero me gustaría que tomes esto —dijo Akira, dándole a Ronin un reloj de bolsillo—. Es sencillo, pero recuerda, aunque el tiempo pase, yo estaré en tu corazón por siempre.

—Yo también tengo algo para ti —respondió Ronin, dándole a Akira un broche con forma de flor.

—¿Qué es esto?

—Tú no dudaste en apoyarme a pesar de mis fallas —respondió Ronin—. Al igual que esta flor azul, aunque aparentas sencillez y fragilidad, eres más que eso. Eres benevolente y dispuesta. Por eso mismo, quiero pedirte algo más.

—Dime.

—¿Aceptas casarte conmigo?

—Estaba esperando que me lo pidieras —respondió Akira— ¡Por supuesto que acepto!

La mujer se arrojó para abrazar al hombre, cubriéndose de nieve y riendo por la pequeña caída que tuvieron. Tras ponerse de pie, el frío no fue impedimento para la calidez que la pareja sentía al bailar al compás de las campanadas invernales.

Llegada la primavera, el pueblo celebró la boda de Ronin y Akira, un evento que fue más alegre, colorido y hermoso que cualquier otro festival. Tras consumar su amor, el retorno del invierno trajo una luz más a esa pareja, la llegada de un precioso niño.

—Se parece mucho a ti —dijo Akira, sosteniendo a su recién nacido.

—Sus ojos me recuerdan a ti —respondió Ronin.

—¿Y qué nombre piensas ponerle?

—Tengo muchas ideas en mi cabeza —dijo el hombre, hasta que tomó una decisión — ¿Qué te parece “Katashi”?

— ¿Katashi?

—Era el nombre de mi abuelo, y significa “seriedad y disciplina”.

—Me encanta —respondió Akira—. Nuestro pequeño Katashi.

—Quiero tomarlo.

—Mejor siéntate con nosotros —concluyó Akira, haciéndose a un lado para que Ronin pudiera acercarse, poniendo su meñique en la pequeña mano de su primogénito, Katashi Oka.

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Días después de que Akira se alivió, la pareja tomó su primera foto familiar en un puente donde Ronin tuvo que agacharse un poco, no solo para estar casi a la estatura de Akira, sino para poder salir en la foto. Ese momento fue hermoso y memorable para la pequeña familia.

Sin embargo, en algo tuvo razón el señor Cruauté. La felicidad que Ronin obtuvo no sería eterna, pues el rencor persistió, no a través de una sola persona, sino de todo un sector levantado de las cenizas de la ambición. Buscando concluir lo que su ancestro no pudo, una mujer orquestó un ataque más brutal, pues desató una devastación sin precedentes en el pueblo, un evento tan brutal que varios aldeanos perdieron la vida.

Akira huyó con el bebé en brazos, y Ronin se quedó a luchar. Cuando el hombre se acercó a la líder del ataque para quebrarle su casco y ver parte de su rostro, notó que era una mujer de cabellos platinados y tez similar a la del señor Cruauté.

— ¿Quién eres y a qué vienes? ¡Habla!

—Oh cariño, no me veo en la necesidad de decir mi nombre, pero sí el hecho de que soy nieta del robot al que tú mataste —respondió la mujer.

—¿De qué estás hablando?

—La desesperación de mi abuelo lo llevó a dejar inconclusa su victoria. Por mi parte, yo vengo a hacer lo mismo, pero dialogando. O te entregas por las buenas, o tu gente paga con su sangre.

—¡Deja a mi familia en paz! —gritó Ronin, decidido a enfrentarse a la mujer, pero ella lo aturdió con ayuda de un guantelete.

—Si tú decides, yo lo haré, Proyecto Okami-Kujaku… —concluyó la mujer, hasta que Akira le lanzó una daga en su pierna.

—¿Estás bien? Vamos, despierta —respondió Akira, intentando reanimar a Ronin, y llevando al niño en su regazo.

—Akira…P-perdóname — dijo el hombre.

—¿Pero por qué? —preguntó la mujer.

—Tú y Katashi corren peligro con esta gente persiguiéndonos —continuó el hombre—. Si fueron capaces de asesinar a todos en este pueblo, ¿qué no harán con ustedes?

—Pero al menos puedes defendernos.

—No. De no ser por ti, me hubieran atrapado, y ahora saben que tenemos un hijo... Esto me duele lo mismo que a ti, pero ¿qué haremos si se lo llevan y le tratan de hacer lo que a mí? ¿Te gustaría?

—N-No, p-pero… decía Akira, hasta que fue interrumpida por el disparo de otro tranquilizante.

— ¿Tú otra vez?

—Oh vaya, no sabía que tienes un hijo, adoro a los niños.

—Déjalos en paz, es a mí a quien quieres.

Aunque Akira logró esquivar el proyectil y huyó, la aparición de más enemigos llevó a que ella y Ronin vieran la triste verdad: los poderes de Ronin eran motivo de amenaza a tal punto que, cualquier asociado con el señor Cruaté, no dudaría en arrojarles semejante ataque.

— Por favor, cuida a nuestro hijo —reaccionó Ronin, viendo la desesperación de Akira—. Tengo que acabar con esto. Sea hoy o mañana, el día que esto termine, volveremos a vernos.

—Estoy tratando de comprenderlo —respondió la mujer, pero varios ataques de los helicópteros la llevaron a esconderse.

—¡Yo me quedaré a enfrentarlos, busquen refugio!

Ronin tomó el cuerpo de su enemiga para tratar de arrojarla al barranco, y pidió a los soldados que dejaran a su familia si no querían que su líder cayera. Sin embargo, los hombres arrojaron varios tranquilizantes, logrando su cometido principal.

En cuanto a Akira, ella corrió hasta llegar a una cueva donde se encontraban los aldeanos que sí lograron escapar. A pesar de estar a salvo, se sentían devastados por todo lo sucedido, por la imprevista destrucción y, sobre todo, por la pérdida de su protector.

— ¿Dónde está el señor Ronin?

—Sacrificó su libertad con tal de proteger la nuestra —respondió Akira.




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