Había aprendido a estar sola desde pequeña. No por elección, sino porque el mundo siempre parecía hablar un idioma que ella no entendía. Los días pasaban como hojas vacías: nadie preguntaba, nadie tocaba, nadie se quedaba.
La inocencia la mantenía neutra, viva, consciente de lo que pasaba a su alrededor, pero sin saber cómo interpretarlo…
Hasta que creció, y lo comprendió.
Mizuki no hablaba mucho. No porque no tuviera palabras, sino porque ya no sabía a quién dárselas.
Cada vez que intentaba acercarse, algo la alejaba. Un gesto, una risa a medias, un silencio mal interpretado.
Así aprendió a volverse invisible.
Y lo peor es que funcionó.
Vivía con lo justo: una cama, un cuaderno sin líneas, una taza rota.
Y sueños.
Soñaba con trenes que la llevaban lejos, con casas que olían a libros viejos, con voces que la llamaban por un nombre que nadie conocía.
Uno que aún no era suyo… pero lo sería.
La noche en que llegó la carta, llovía. No como en las películas, con truenos y drama, sino con esa lluvia silenciosa que nadie nota, como si el cielo llorara despacio.
La encontró al abrir la puerta, sin timbre, sin sonido.
Un sobre negro, sellado con cera azul.
No decía “para ti”. No decía su nombre.
Pero ella supo, apenas lo tocó, que siempre le había pertenecido.
Sus dedos temblaron al romper el sello.
La tinta era perfecta, curva, elegante.
Pero solo decía una frase:
> "Al fin floreciste Rosa azul.Te esperamos con ansias."
Debajo, una dirección. Ninguna firma.
Solo una rosa azul, dibujada a mano…
Y, desde ese momento, el mechón apareció.
Primero fue un brillo, luego un color distinto que no podía borrar.
Su cabello estaba cambiando.
Y tal vez… ella también.
La oruga aún no lo sabe… Pero su crisálida ha comenzado a formarse.
Neto-Pi_ku.