Espinas frente al espejo.
Parece que en algún momento se había dormido.
A la mañana siguiente no recordaba haberlo hecho, pero sabía que había soñado:
en el sueño, sus dientes eran de cristal…
y al caer, se quebraban.
Se levantó de la cama y se miró frente al espejo.
Su pelo había cambiado.
Ese mechón… cada vez tomaba un color más vivo.
¿Era ella, realmente?
Notó entonces algo más:
un tatuaje en su clavícula, con forma de rosa.
Delicada, azul, como si la hubieran marcado…
como si fuera ganado.
Al tocar el espejo con la yema de los dedos, escuchó un crujido.
Crack.
El espejo se había quebrado,
pero las grietas formaban… rosas con espinas.
En ese momento tocaron la puerta.
—Es hora de clases.
Apurándose un poco, salió del cuarto.
Se dirigió a su primera clase.
El ambiente era silencioso y frío.
¿Por qué las clases comenzaban en la noche?
Fue a su aula asignada, pero…
Al llegar a su pupitre, había rosas azules.
Parecían naturales. Parecían reales.
Pensó que tal vez ese no era su lugar…
hasta que, detrás de ella, emergió una sombra.
Era el mismo chico que la había observado antes.
Su nombre era Adrien.
Pálido como mármol,
piel fría al tacto, como si no tuviera sangre.
Ojos grises como la luna llena.
Cabello negro con mechones color ceniza.
Llevaba un anillo peculiar en la mano.
Su uniforme estaba impecable,
pero lo usaba a su manera:
camisa sin abotonar del todo, cuello doblado.
Comenzó a hablar.
—Mucho gusto, me presento. Soy Adrien.
¿Y tú, bella flor?
Lo dijo con tanta seguridad y orgullo que ella no sabía si confiar.
Era un completo extraño…
y tenía el suficiente ego como para engañar a cualquiera.
—Me llamo Mizuki —respondió.
—Qué hermoso nombre.
Mizuki:—Supongo que gracias…
¿Acaso no son artificiales?
Adrien:—Son más que reales. Como tú.
Entonces, Adrien dejó una tarjeta sobre su pupitre.
No estaba sobredecorada,
pero era lo suficientemente llamativa como para atraparla.
Decía:
> "Una flor no sobrevive sin raíces.
Encuentra las tuyas o se marchitará."
¿A qué se refería con eso?
Pretendió entender…
pero no hizo nada.
Al finalizar la clase, se dirigió a su siguiente aula.
Pero el cansancio y esa sensación de ser observada no la dejaban en paz.
¿Sería ese chico de nuevo?
No.
Esta vez, era otro.
Un chico misterioso la miró de reojo…
y simplemente se alejó sin decir nada,
con una pequeña sonrisa.
Poema al final del capítulo
“Me hablaron de espinas,
pero nadie mencionó el temblor.
De lo que duele al florecer,
nunca se habla en voz mayor.
¿Y si el espejo no me rompe,
sino que revela quién soy?”