Rosas Azules.

Capítulo 6:

Padparadscha no llora, sangra.

(Padparadcha.)

Mizuki no ha vuelto a ver a Nérel desde el incidente.

Camina por los pasillos, dirigiéndose a su habitación, cuando escucha de fondo a unos alumnos cuchicheando:

—Dicen que el pelirrojo volvió a aparecer anoche…

—¿Lior? ¿Otra vez? Pensé que lo tenían sellado.

—No puedes sellar a alguien que no sabe si es víctima o verdugo…

—¡Lior! Él da miedo. Nadie se le acerca.

—Una vez trató de salvar a alguien… y la dejó sin una gota de sangre.

Mizuki se quedó atónita.

¿Quién era ese tal Lior?

Lior... Qué nombre tan interesante. Suena como si hablara de "luz" en otro idioma.

Aunque, con la descripción que daban de él, no le emocionaba nada la idea de conocerlo.

Llegó a su cuarto.

El sol estaba por salir, la luna comenzaba a esconderse.

Tenía profundas ojeras por los horarios tan distintos de los vampiros.

El frío en su habitación la invadía. No evitó preguntarse por qué seguía en ese lugar.

Pensó que este lugar le traería cosas buenas, nuevas.

Y aunque sí eran nuevas… no eran buenas.

Eran solo golpes de realidad, de esos que te azotan sin descanso:

de día o de noche, despierta o dormida.

Ese sentimiento de “soledad”...

Odiaba pensar en esa palabra, escucharla, pronunciarla.

Quería convencerse de que no estaba sola.

No supo en qué momento cerró los ojos.

Solo sintió cómo una nueva noche la levantaba de nuevo.

Despertó con una extraña sensación, la misma de ayer, pero más fuerte.

Observó la rosa que le dio Nérel: cada vez más gris, más marchita.

No parecía natural.

Sintió un pulso, una presión en el pecho.

Otra vez...

Se miró a través del espejo roto. Su cabello parecía aún más claro.

Se dirigió al jardín exterior.

A ese rincón prohibido, donde alguna vez sintió lo que era la dulzura.

—Te odio… envuelto de azúcar —murmuró.

No esperaba encontrarlo. Y, sin embargo, ahí estaba.

Recostado como siempre, esa sonrisa en el rostro.

Ojos brillando como rubíes, bajo la sombra de los rosales.

Se acercó con valentía y lo confrontó.

Mizuki:

—No hay flor más hermosa en este mundo que una artificial, ¿no, Nérel?

¿A cuántas más les has dicho lo mismo?

¿A cuántas más les diste ese trato especial?

Nérel desvió la mirada, fingiendo ignorancia.

Nérel:

—¿De qué hablas, Mizuki? Actúas como si te importara…

Mizuki:

—¡Claro que me importa!

—Alzó la voz por primera vez, sin miedo.

Desafiante, con una mirada que atravesaba… como si esta vez él fuese el astillado.

—¿Sabes qué es peor que una herida, Nérel?

Una mentira disfrazada de ternura.

La mancha roja en la mariposa… no era una herida.

Era un defecto. Mentiroso.

¿Cuánta sangre de diferentes personas estará mezclada en tus colmillos?

Hubo silencio.

Entonces, como si el juego hubiera terminado, Nérel sonrió.

Pero esa vez… fue diferente. Más oscura. Más real.

Nérel:

—Tal vez sí.

Tal vez solo te quise para un rato…

Pero con esto que me dices… provocas que de verdad me interese.

Mizuki se quedó confundida.

¿Era otro de sus juegos? ¿O esta vez hablaba con honestidad?

Mizuki (temblando):

—¿A qué te refieres? ¿Es otro de tus juegos, no?

Nérel:

—Siempre supe que tenías algo peculiar.

No solo tu presencia… tu olor… y tal vez tu sangre.

No te morderé en el cuello como a las demás.

Tú mereces algo más respetuoso.

Sin previo aviso, la toma del brazo bruscamente.

Y Mizuki, sin poder reaccionar, solo sintió el dolor punzante y seco.

No fue como un "beso", como muchos decían que eran las mordidas vampíricas.

Fue una amenaza.

No estaba tratando de pedir perdón…

Estaba tratando de dominarla. De marcarla.

Una lágrima de rabia recorrió su mejilla.

Y en ese instante, una voz se impuso en el aire.

Como si habláramos de un ángel caído.

¿?:

—Suéltala.

Ambos se giraron. Y allí estaba:

Lior.

Cabello rojo como fuego derramado.

Ojos verdes que, bajo la luna, parecían grises.

Uniforme impecable, corbata bien puesta, las mangas arremangadas.

Piel igual de clara, pero más cálida que la de Nérel o Adrien.

Y un poco más alto que ambos.

Nérel:

—¿Qué quieres, Lior? Esta es presa mía. Ocúpate de tus asuntos.

—No la soltó.

Lior:

—Veo que te gusta jugar con flores marchitas, Nérel.

Suéltala. Ahora.

A regañadientes, Nérel la soltó.

Lior se acercó a Mizuki, le ofreció la mano, y dijo:

—Ven conmigo.

Ella obedeció.

Pero antes de irse, Nérel murmuró:

Nérel:

—Vaya… parece que la rosa ya encontró otra mano en la que marchitarse.

Qué mujer tan desleal.

Mizuki (sin detenerse):

—Prefiero marchitarme en un lugar que me devuelva la vida…

que florecer en uno donde solo soy una más.

Caminaron por los pasillos.

Todo era frío, tenso. Su muñeca aún sangraba.

Se escuchaban los murmullos entre los alumnos:

—¿Esa será la próxima?

—Mira la mordida en su mano… ¿habrá sido él?

—No… al parecer rescató a otra víctima.

—No creo que ella dure. Lior lleva mucho sin beber.

Mizuki solo sentía ese peso en su espalda.

Sabía que siempre sería "la siguiente". O "la próxima".

Ya en otra sala, Lior le ofreció un pañuelo.

Ella temblaba, pero no de miedo.

De dolor.

De angustia.

Aunque él se viera cálido, ella solo pensaba que cada persona nueva era una nueva perdición.

Mizuki:

—¿Por qué me ayudaste?

Lior no respondió de inmediato.

Solo dijo:

Lior:

—Escuché tu nombre por los pasillos.

Y supe que algún día… te cruzaría.



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En el texto hay: misterio, búsqueda de identidad

Editado: 09.07.2025

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