Capítulo 36

La noche quedó suspendida entre la amenaza y la posibilidad. Rowena sabía que la presencia de Ravel no era un final sino un gancho: había abierto una ventana que podía arrastrar al templo entero. Las cámaras privadas le habían dado acceso a secretos que podían limpiar injusticias, pero también la habían colocado bajo la mira de hombres que se alimentaban de silencios.

Lysa, que había observado la escena desde la penumbra, dejó escapar un suspiro que era más un acto que una resignación.

—Mañana hablaremos con Agneo —dijo—. Y con quien corresponda, si hace falta. No prometo cruzarte el mundo, Rowena. Pero no te dejaré sola.

El hombre se marchó, dejando tras de sí una estela de polvo y una nota doblada que caía como una advertencia nueva: "Votos y conveniencia son buena carga para quien no tiene miedo". Rowena recogió la nota y la miró. La luna de hierro pesó en su pecho como una brújula. Sabía que la decisión de hoy le había ofrecido acceso a salas cerradas; también sabía que abrirlas significaba atraer ojos. Los votos habían funcionado —abrían ínfimas puertas—, pero con cada puerta abierta, la posibilidad de que alguien sacara de ellas objetos que podían herir a otros aumentaba.

Cuando cerraron el templo y las velas languidecieron, Rowena sostuvo la medalla en la palma como si sostuviera un secreto. Lysa le puso la mano sobre el hombro, un gesto que no intentaba arreglar nada, solo dejar constancia: la complicidad era limitada, la lealtad medida, pero allí estaba. Afuera, la noche desplegaba su manto. Adentro, la luna menguante murmuraba su promesa de volver a crecer.

El gancho estaba clavado: Ravel no se contentaría con la nota. Y Rowena, con sus votos de conveniencia y su medalla de hierro, no había hecho más que empezar a tejer una defensa que tendría que sostenerse en nudos más firmes que la simple devoción pública...