Rozando el Mar

1. La llegada de la luz

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Todos esperamos algo en algún momento. Algo que generalmente nos haga sentir felices. El día en que comienza esta historia, el aire se llenó de esa sensación. La ilusión de que algo tan esperado llegaría por fin.

A los ojos de Nahuel, era un día como cualquier otro, aunque a otros ojos era un día nuevo y lleno de ilusión. En la Bahía no estaba la existencia de mínimos restos incrustados en el aire ni señales en el mar que avisasen que alguien más iría una tarde de verano al mismo lugar que Nahuel reinaba.

Antes de que el sol se levantara, a la misma hora de siempre (tres de la madrugada), Nahuel se dispuso a salir para ir directamente al mar, aunque no estuviese cálido ni el sol a una orilla él siempre se encaminaría, con sumo silencio para que sus padres no lo viesen y, de esa forma, arruinasen su plan.

Ellos ya sabían que su hijo se iba todas las madrugadas a algún lugar rodeado de mar, pero su padre siempre estaba tan molesto con él que no quería buscarlo y su madre, quien tenía el corazón roto por la devastadora vida que vivía, no tenía fuerzas para salir y soportar los tormentosos gritos de su esposo.

Una vez en la Bahía, se acomodó sobre la arena y observó fijamente al mar, mientras esbozaba una sonrisa que de oreja a oreja. Escasos minutos después, una sirena de ojos saltones y cabello oscuro emergió de las profundidades del mar para verle con gesto de asombro.

La sirena aleteó hasta el fondo de vuelta y en unos segundos ya estaba con otras cinco de su misma especie. En la cabecera guiaba una sirena de cabello dorado, sonrisa flamante y ojos brillosos. Todas asomaron la cabeza hacia la superficie, y se permanecieron cerca de la orilla, para apreciar la belleza de Nahuel, pese a la poca luz.

—¿Dormiste bien? —preguntó la rubia con una sonrisa.

El muchacho, sin dudarlo, la observó esbozando una sonrisa coqueta que curveaban sus labios. Tomó la mano de la sirena y la apretó, asintiendo con la cabeza como respuesta.

—Marina —susurró, acercándose a ella.

Marina y Nahuel siempre fueron amigos, íntimos e inmensos. Era la relación más verdadera de toda la Bahía, sin embargo, Marina estaba perdidamente enamorada de Nahuel que, pese a ser tan bella y tener a tritones esperando por su mano, ella solamente anhelaba que un día Nahuel se diera cuenta de que tenía sentimientos hacia ella.

Eso nunca pasaba y si ocurría, nunca era real…

—¿Sí? —murmuró manteniendo firmeza, pero por dentro moría por acercarse de la misma forma que él había hecho.

—¿Te puedo decir Mar? Tu nombre se abrevia como la poseedora de mi amor puro —susurró, solamente para ella.

Las comisuras de la sirena temblaron y sus mejillas se encendieron. Sabía en el fondo que jugaba con ella, Nahuel era todo un poeta experto seductor en sirenas, pero el fuego en ella se negaba en admitir eso ahora, luego podría lamentarse, como lo hacía siempre.

Observó los ojos cálidos del muchacho frente a ella y le sonrió para luego dar una afirmación. Dentro de ella habitaba una gran llama de esperanza, la cual le susurraba que tal vez Nahuel había despertado, posiblemente se había percatado de la gran conexión que había entre ellos.

La conexión que ella siempre percibía.

—¿Te gustaría ser mi compañera esta madrugada para observar el sol despertarse y alumbrar todo ser alma?

Marina solamente permaneció inmóvil y, segundos más tarde, cuales le parecieron infinitos, apretó sus labios. No podía rechazar al chico, además, sabía con certeza que era la sirena favorita de todas.

A varios pasos de la orilla, había una roca puntiaguda que parecía un asiento especial para ver el mar y su sol. Era el trono de Nahuel, él siempre escogía a alguien que lo acompañase para ver el alba y el ocaso, se sentaban en el trono y contemplaban en silencio, la mayoría de las veces era Marina la afortunada.

La sirena de cabello dorado lo guio hasta allí.

—Nahuel —murmuró la rubia mientras el sol aparecía justo frente de ellos, de una forma lenta, casi infinita—, ¿lo has pensado?

La garganta de la sirena ardía por la incertidumbre, había meditado tanto aquella pregunta que una vez que salió de sus labios la desconoció. Su corazón seguía latiendo con fuerza y sus mejillas pronto comenzaron a calentarse.

Nahuel no estaba seguro de lo que pretendía decir Marina, observó el amanecer durante unos segundos para luego volver a ella. Tomó su mano y sonrió de forma coqueta.

—¿Sobre qué, Mar?

 

Que la llamase de esa forma tenía un efecto único en ella, le daba esperanza y la hacía sentir capaz de volar; no sabía exactamente si se trataba del amor ciego que desbordaba por él, el enojo de ser siempre su juguete o la sorpresa a lo que realmente se refería, llamarle mar, viniendo de él, era simplemente decir ‹‹amor mío››.



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En el texto hay: fantasia, sirenas, romance

Editado: 11.01.2021

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