Rozando el Mar

2. La Bahía de Nahuel

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Las sirenas de la Bahía se comportaron estupendamente con la presencia de Ariel, le hicieron peinados, jugaron con ella y hasta llegaron a entablar conversaciones. Todas las sirenas asistieron a ese encuentro, menos una.

Marina la observaba desde las oscuridades del mar, la seguía a todos lados pisándole los talones con la cola, Marina estaba enojada y celosa. El mar se bañaba de esos dos sentimientos tan fuertes, sin embargo, nadie se contagiaba. Nahuel salió del mar al ver que Ariel estaba a salvo con las sirenas, no había visto a Marina desde hace un buen rato, no le dio importancia, nunca toma importancia en esas cosas.

Nahuel observó a Ariel, se encontraba sentado sobre la cálida arena. La mirada de Marina estaba hirviendo, si no hubiese tanta alegría, sería opacada por la ira de la sirena.

En muchas ocasiones Nahuel llegó a perderse en lo profundo de sus pensamientos, las palabras, gritos, risas y la realidad misma se difuminó y un eco lejano era lo único que llegó a escuchar. Dejó de ver a Ariel, aunque sus ojos indicasen lo contrario; dejó de oler el aroma salado del mar. En su estómago había algo extraño, era como si Nahuel se hubiese tragado a todos los insectos posibles —como hormigas, mariposas, arañas— aún vivos.

Una sensación verdaderamente extraña que no llegó a disgustarle.

Le creaba cierta curiosidad saber a qué se debía, ¿acaso existía una causa? ¿Había comido insectos mientras dormitaba? ¿Era una advertencia? Sin embargo, algo que ocurría con Nahuel cuando deconocía algo, le ocasionaba un terrible mal humor.

Y la primera, siempre, en sufrir las consecuencias, era Marina.

Marina y Nahuel se conocieron años atrás, cuando Nahuel fue por primera vez a la Bahía y aún era un niño torpe bajo el cuidado de sus padres. Fue la única vez que lo llevaron al mar con el afán de pescar, algo que Nahuel no tuvo el coraje para hacer.

Marina era muy joven e intentó ayudar al pequeño a conocer el mar. En ese momento Nahuel supo que ése era su destino. Algo había en el mar que lo llamaba, algo lo impulsaba a quedarse ahí y vivir por siempre en su suavidad.

Y Marina, a partir de ese momento, supo que ellos estaban destinados, fuese como fuere. Así que lo esperaba día tras día hasta su regreso. Pasaron los años y Nahuel no tenía la autorización para regresar al lugar que amaba, su padre se aferraba a convertirlo como él.

Hasta que un día Nahuel escapó por primera vez, entró a la Bahía y Marina, quien lo había estado esperando, se alegró inmensamente. Jamás se habían separado desde aquel momento.

Nahuel no tardó en convertirse en todo un galán entre las sirenas, sus versos enamoraban a cualquiera y Marina cada vez sentía más amor. Lamentablemente su amor nunca fue y nunca será correspondido pese a que ella creyese que verdaderamente estaban destinados a ser juntos.

La marea subió y la corriente comenzó a jalar hacia sus fauces a Ariel. Cuando Nahuel hubo regresado a la realidad, divisó a Ariel mucho más lejos que minutos atrás.

—Nada hacia acá —gritó Nahuel, muy similar a una orden de un rey.

A Nahuel le preocupaba que, en caso de pasarle algo, no poder llegar a tiempo. Las sirenas eran impredecibles (es por eso que un buen golpe era necesario algunas veces), podrían llegar a tornarse oscuras y atacar a Ariel, como Marina había ideado la primera vez.

Ariel observó en dirección a Nahuel, frunció el ceño y al percatarse que ya estaba demasiado lejos de la orilla y la corriente quería devorarla, decidió obedecer, aunque detestaba seguir órdenes.

Nahuel observó la playa sintiéndose un rey muy afortunado, fue en ese momento cuando vio a Marina detrás de la roca, observando con odio a Ariel, el humo de su coronilla indicaba que estaba furiosa. Sus ojos entrecerrados sugerían que nada bueno cruzaba por su mente.

Sin meditarlo dos veces, Nahuel se adentró al agua para quedar frente de ella.

 —Deja en paz a Ariel —ordenó.

Marina no se molestó en observarlo, su mirada seguía clavada en la pelirroja que reía junto a un montón de sirenas.

—Tiene nombre de sirena hueca y ridícula —espetó mientras alzaba la punta de la cola hacia la superficie.

—Claro que no —murmuró Nahuel con cierto deje de enojo. Su malhumor se acentuaba con cada movimiento.

Marina entonces observó a Nahuel. Fingió una sonrisa curiosa y preguntó:

—¿Te gusta?

La sonrisa había silenciado el sonido hueco que su corazón hizo al romperse. Era un dolor con el cual Marina había vivido desde que conoció a Nahuel; un dolor con el que quizá ya debería estar acostumbrada, pero no era así. Cada vez que el dolor se agudizaba dentro de su pecho y salía el sonido que solo ella podía escuchar, era más fuerte cada día.



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En el texto hay: fantasia, sirenas, romance

Editado: 11.01.2021

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