Rubí, la Elegida ( Trilogia La Elegida, libro 1)

Capítulo 20 LA PROMESA

Llevaba dos semanas sin salir de casa, sin querer ver a nadie y comiendo lo justo, solo tenía ganas de tumbarme en la cama a llorar hasta que me quedara sin lagrimas. Mi madre, Dylan y las chicas estaban tan preocupados por mi, que llamaron a un sicólogo para que viniera a casa a hablar conmigo, pero no sirvió de nada, no decía ni una palabra, no podía, me sentía incapaz.

Las horas pasaban como si nada, los días eran eternos. El mundo seguía girando, mientras yo estaba atrapada en mi tristeza, la luz de un nuevo día entraba por mi ventana, pero me daba igual todo.

Una tarde, mientras estaba inmersa en mi tristeza, escuche un leve golpe en la puerta. Era Dylan. Al principio pensé que seria otra visita de las suyas, en la que entraba, hablaba un rato y después se iba resignado por no recibir respuesta, pero esta vez algo cambio.

Entro despacio, con una taza de té en las manos, y se sentó, no dijo nada, solo hubo un silencio denso, pero no incomodo. Era como si el entendiera que solo necesitaba su presencia y eso me dio una sensación de alivio.

— Te extraño— dijo al fin, su voz suave y sincera—. Todos te extrañamos.

Esas simples palabras hicieron que algo en mi interior se removiera, quise hablar, pero mi garganta se tenso, las palabras seguían atrapadas, detrás de ese muro que yo misma había levantado.

Dylan dejo la taza sobre la mesita de noche y, con cuidado, cogió mi mano. Sentí su calidez y por un momento no me sentí sola, cerré los ojos, e imagine que todo iba bien, pero no era real, todo estaba mal y yo estaba rota.

—No tienes que decir nada—continuo él, apretando levemente mi mano—. Solo quiero que sepas que cuando estés lista estaremos aquí para ti.

Después de un rato, se levanto y, antes de marcharse, se giro para darme una ultima mirada, esa mirada llena de preocupación y amor, que había visto tantas veces, pero sin prestarle mucha atención, ahora era diferente, había despertado en mi algo que llevaba tiempo apagado, esa chispa que había olvidado que teníamos. Y por un instante me sentí mejor.

Cuando cerró la puerta, me quede en silencio. El té seguía caliente a mi lado, y sin pensar demasiado, lo tome entre mis manos. Lo mire un rato, sentía una suave calidez. Quizás mañana seria diferente.

La mañana llegó más rápido de lo que esperaba, después de que Dylan se marchará, me quedé pensativa, sus palabras no paraban de repetirse en mi mente, "te extrañamos" esas palabras me hicieron reaccionar y recordar que no estaba sola, que este dolor no era solo mío, todos estaban sufriendo su pérdida.

Me levanté, me sentía débil, pero estaba decidida a intentar volver a la vida normal, miré la hora, eran las 9h de la mañana. Me puse la ropa más sencilla que tenía, me senté en el tocador y me miré en el espejo, no reconocía a la persona que tenía delante, mis ojos que siempre brillaban ahora estaban apagados y debajo tenía unas ojeras mas grandes que nunca antes había tenido. Me maquille como pude, para disimular mi cara demacrada y cuando terminé me miré nuevamente en el espejo. El maquillaje había logrado cubrir parte de mi cansancio, pero aún así no me sentía como yo misma. Respire hondo y me levanté. Sabía que no iba a ser fácil, pero tenía que dar el primer paso.

Salí de la habitación y la luz del día me deslumbró, el sol que antes me daba energía ahora me resultaba incómodo, obligándome a cerrar los ojos.

Pero un aroma familiar hizo que abriera los ojos de golpe , sin importar lo que antes me molestaba. Baje las escaleras lo más rápido que pude y me asomé a la cocina, vi a mi madre fregando los platos y a Dylan haciendo el desayuno que más me gustaba y que había olvidado por mi tristeza. Mi madre se giro, como si hubiese sentido mi presencia, y al verme, su rostro se transformó de inmediato en una expresión de alegría.

—¡Rubí! Estás aquí ¿Como estás cariño?—dijo mi madre. Acto seguido Dylan se giro a verme.

—Hola, espero estar mejor.—dije para no mentir. Me sentí aliviada, al poder por fin escupir unas pocas palabras.

Me acerqué a la mesa para sentarme a desayunar, después de dejar que me abrazara mi madre, me sentí un poco más yo, al sentir su calidez. La echaba de menos. Cuando me separe de mi madre, Dylan me dio una sonrisa de alivio y me dio un beso en la frente.

—Me alegro de verte—dijo poniendo el plato de crepes en mi dirección. No dije nada, solo me puse a devorar mi plato.

Estaba todo riquísimo, hacia tiempo que no comía tan bien. Cuando ya me sentí saciada me levanté, cogí el plato y lo metí en el lavavajillas. Me quedé allí parada inmersa en mis pensamientos, cuando Dylan rompió el silencio.

—¿Ahora que vas a hacer?—dijo con una sonrisa, pero sus ojos reflejaban preocupación.

—No sé, puede que llame a las chicas, para verlas.—dije al fin, mi voz sonaba más firme de como me sentía por dentro.

—Eso está bien hija, están muy preocupadas por ti y te echan de menos—dijo suavemente mi madre.

Dylan y mi madre intercambiaron miradas, no estaban seguros si decir alguna cosa más, no querían presionarme y por suerte no lo hicieron. En ese momento era lo último que necesitaba.

Me levanté de la mesa con una lentitud más pesada de lo que había imaginado, sintiendo las piernas pesadas. Estás dos semanas de inactividad, me estaban pasando factura . Me sentía débil.

Pero a pesar de la sensación de mareo, algo hizo que siguiera adelante, paso a paso me dirijo al salón y Cogí mi móvil que estaba en una estantería, llamé a mis amigas, lo hice casi sin pensar y después de sonar el primer tono, descolgó.

—¿Rubí?—preguntó Amy en un susurro, como si tuviera miedo de espantarme.

—Hola Amy, ¿estás con Natalie?— dije con un hilo de voz, mis lágrimas estaban a punto de asomarse, echaba de menos su voz, las echaba de menos.

—Si cariño, estoy aquí, dinos.— oí que dijo Natalie de fondo.

—Me gustaría veros— dije al fin esas palabras que tantas veces quise decir, pero no pude.




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