El sonido del reloj marcaba las tres con un eco que se perdía en los pasillos vacíos del Instituto Shinsei. Yinzo apenas prestó atención mientras giraba distraídamente el anillo blanco en su dedo. A su lado, Yanaki balanceaba su mochila como si estuviera en medio de un juego. La escuela había quedado casi desierta tras las vacaciones de invierno, pero para ellos, ese día era diferente.
El salón 4-B, olvidado durante años y sellado por misteriosas razones, acababa de abrirse por accidente… o quizás no fue un accidente. Allí, sobre un pupitre cubierto de polvo, un artefacto desconocido flotaba sobre un círculo de luz, como si hubiese atravesado un portal desde otro mundo… un mundo al borde de la muerte.
Las bisagras oxidadas se quejaron al abrirse la puerta. Yinzo pasó primero, con su habitual media sonrisa de curiosidad contenida, mientras Yanaki asomaba la cabeza por encima de su hombro.
—Vaya… aquí sí que nadie ha limpiado en siglos —murmuró Yanaki, pateando una pila de libros viejos.
Los rayos del atardecer apenas iluminaban el interior, y una capa de polvo cubría pupitres rotos y pizarras olvidadas. Sin embargo, justo en el centro del aula, el aire temblaba
Un remolino azulado giraba sobre un viejo escritorio, un portal irregular, apenas estable, y en su centro un objeto se materializaba lentamente: un cilindro metálico cubierto con grabados luminosos y anillos flotantes que giraban en direcciones opuestas.
—¿Viste eso? ¡Eso no estaba hace diez segundos! —exclamó Yanaki, dando un paso atrás.
Yinzo se acercó, ojos entrecerrados, como hipnotizado.
—Esto… no es de aquí. Lo están enviando desde otro lugar —susurró, más para sí mismo que para su amigo.
El portal parpadeó y se apagó. El artefacto cayó con un golpecito sordo sobre el escritorio. Ambos amigos intercambiaron una mirada rápida: curiosidad absoluta.
—Cinco minutos —dijo Yinzo, levantando el anillo blanco de su dedo—. Entramos, revisamos y salimos antes de que la directora nos mate.
Yanaki sonrió de lado, girando su anillo negro.
—Si terminamos en otra dimensión, esta vez no es mi culpa.
Ambos rieron, sin imaginar que en pocos segundos, el mundo que conocían quedaría atrás… y lo que les esperaba era un laboratorio en ruinas, una ciudad muerta… y el eco de una civilización devorada por la infección mágica.