"Rutina de Besos"

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El camión de mudanzas ya se había ido, mi madre estaba atareada peinándose y viendo que la tarta de manzana para su nueva vecina se viera perfecta. Yo, mientras tanto, me limitaba a esperar sentado en el sofá mientras balanceaba mis pies descalzos.

—Rápido, Elián, colócate los zapatos —me dijo mi madre jalándome del brazo para que me levantara. No entendiendo su afán, me levanté e hice lo que me pidió.

Estábamos frente a la puerta de la nueva vecina que se acababa de mudar, tomaba fuertemente la mano de mi mamá y miraba al suelo mientras esperaba que nos abrieran. Una mujer de cabellos castaños y ojos de igual color se asomó por esta y, al observarnos, nos regaló una espléndida sonrisa.

—Buenas tardes, quisimos venir a darles la bienvenida al vecindario. Mi nombre es Verónica y este es mi hijo Elián. Espero que se sientan cómodos y este es un pequeño presente —expresó mi madre rápidamente, colocando la tarta frente a ella.

—Muchas gracias por la bienvenida y el postre. Mi nombre es Trina, por favor pasen —se hizo a un lado y mi madre rápidamente entró.

Su casa era un poco más grande que la nuestra y estaba pintada de un lindo azul. Nos sentamos en el sofá y enseguida la señora Trina trajo un café para mi madre y un jugo para mí.

Ellas empezaron a charlar y no dejaban de hacerse preguntas mutuamente, parecía que iban a ser muy buenas amigas.

— ¡Mamá! ¿Has visto mi pelota roja? —Se oyó una voz desde el piso de arriba y seguidamente se escucharon unos pasos que provenían de la escalera.

Un niño de cabellos negros y ojos verdes como aceitunas entró en la sala. Al ver que había visitas se sorprendió un poco y fue hacia su madre.

—Olvidé presentarlos, él es mi hijo Lucas —manifestó la madre de este abrazándolo por la cintura cariñosamente—. Lucas, esta es nuestra vecina Verónica y su hijo Elián.

Lucas se acercó primero a mi madre y ella le dio la mano sonriéndole dulcemente, luego se volteó hacia mí y me observó fijamente unos instantes, poniéndome un poco nervioso.

—¡Hola! —dijo Lucas extendiéndome su mano.

—¡Hola! —le saludé de regreso y, sin mirar su rostro directamente, le estreché la mano.

—¿Cuántos años tiene Elián, Verónica? —preguntó la señora Trina.

—8 años —respondió.

—¡Maravilloso!, la misma edad de Lucas. Espero que ustedes dos se conviertan en muy buenos amigos

Levanté mi rostro y observé que sus mejillas estaban un poco rojas, este me sonrió y quedé hipnotizado por lo brillante de su sonrisa que, tal vez, fuera la sonrisa de un niño común y corriente cuando conoce a alguien que probablemente se convertiría en su compañero de juegos, pero para mí esa había sido la sonrisa más bonita del mundo.

 




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