¡Mierda, cómo duele! Parezco a Bambi cuando empezó a caminar.
— ¿Estás bien, Elián? —preguntó Ana, mi enfermera, que en estos momentos me veía con preocupación mientras yo mordía con fuerza mi labio inferior para evitar que se me escapara algún quejido.
—Sí, sí, tranquila... No duele mucho.
—Elián, sabes que si duele demasiado no te vamos a poder dar de alta, deberás esperar mínimo una semana más. —Se cruzó de brazos y me miró seria.
No puedo aguantar una semana más, quiero salir ahora.
Me aferré con fuerza de la baranda, inhalé profundamente y continué. La prueba consistía en qué tanto me costaba mover las piernas agarrado a algo; hasta ahora no me había caído, pero mis piernas temblaban mucho y dolían como el infierno, lo cual no era buena señal para mi pronta salida del hospital.
Finalmente cedí y me fui deslizando lentamente hasta el suelo. Ana corrió hasta mí y con cuidado me acomodó en una silla de ruedas.
—Como pensaba, aún te cuesta. Lo lamento, Elián, pero así no te podemos dejar ir.
La miré frustrado.
—Por favor, sé que duele y aún no estoy listo, pero prometo no hacer esfuerzos, haré mis ejercicios y todo lo que me pidan al pie de la letra. Necesito ir a casa.
Ella me miró comprensiva para luego fruncir el ceño.
—Y yo que pensé que te caía bien —dijo con mueca de tristeza, algo exagerada, a lo cual la miré confundido para luego entender.
Claro que me cae bien, es la única persona con la cual puedo hablar en este lugar, se preocupa por mí, hasta en las cosas más pequeñas. Es muy dulce y agradable. El problema es el hospital.
—Sabes que me agradas, Ana, el problema no eres tú, es este lugar. Las paredes blancas que veo a diario me desesperan, los llantos de las personas, la comida, la cama... En serio necesito salir de aquí, por favor.
—Yo no podré hacer mucho, cuando el doctor vea tus avances se negará, es lo mejor para ti. Si sales ahora como estás, puedes empeorar y con el más mínimo daño volverías y ya no sería solamente una semana la que pasarías aquí.
Asentí resignado y dejé que me llevara de vuelta a la habitación.
Durante la última semana restringieron las visitas a lo mínimo, ya que cuando no hacía mi rehabilitación, dormía como tronco para recuperar fuerzas, solo he visto a mamá. Extrañaba a los chicos y ellos eran una de las principales razones por las que quería abandonar este edificio.
Me recosté en la cama, Ana salió de la habitación y yo observé el techo hasta que la pesadez se adueñó de mis párpados, sintiéndome agotado y deseando que mis piernas dejaran de hormiguear, caí rendido en los brazos de Morfeo.
Pasó una semana más y, a regañadientes, por fin me dieron el alta. Estaba feliz e impaciente porque me vinieran a buscar.
Finalmente, mi madre apareció con una sonrisa para llevarme a casa, luego de escuchar atentamente todas las instrucciones del doctor y que yo me despidiera tanto de él como de mi enfermera, agradeciendo infinitamente todo lo que hicieron por mí. Subimos al auto y emprendimos el camino.
Mi madre me ayudó a llegar a mi habitación y solté un suspiro satisfecho una vez estuve acomodado en mi cama. ¡Al fin en casa!
Ella se encargó de ponerme al día. Al parecer, hoy era el último día de los chicos para presentar sus pruebas y luego serían libres. Yo debía ir esta semana, pero mi madre convenció al director de que yo presentara la que viene, en un solo salón de la planta baja, debido a las muchas escaleras que había en el lugar.
Asentí de acuerdo, ya que así estudiaría un poco más.
El resto del día me sentí mimado por mi madre, hizo un delicioso almuerzo y con cuidado me senté en la mesa del comedor para comer junto con ella.
¡Cómo extrañaba su comida!
Luego de eso, regresé a mi habitación y estudié un poco. Hice mis ejercicios, bajo la supervisión de mi progenitora, los cuales no dolieron tanto como la última vez. Eso es algo bueno.
Ya a eso de las cuatro de la tarde, unos gritos y pisadas se escucharon en toda la casa, haciéndome pegar un brinco en mi habitación. Mi puerta se abrió de par en par y por ella entraron mis amigos con grandes sonrisas en sus rostros y, en poco tiempo, todos me estrujaban en sus brazos con felicidad.
— ¡Eli! ¡Te extrañamos tanto, carajo! Nos alegra tenerte de vuelta —Miré a cada uno con una sonrisa y sentí mis ojos humedecerse un poco.
—Yo también los extrañé, gracias por venir. —Me restregué los ojos para evitar que las lágrimas cayeran de ellos.
Todos se sentaron en alguna parte de mi habitación y empezaron a hablar y contarme muchas cosas que habían ocurrido últimamente.
Cinthya me contó que sus piernas están muy bien, no puede correr ni saltar aún, pero su proceso de recuperación iba de maravilla. Ella y Luis se veían felices y muy juntos, lo cual me hizo preguntarme si ya estarían saliendo.
Kevin y Dylan, para qué hablar... Este último tenía su brazo alrededor de su cintura y de vez en cuando recostaba su cabeza en el hombro de mi amigo con mucha confianza. Levanté mis cejas un par de veces y le guiñé un ojo de forma burlona a Kevin, señalando con la cabeza a Dylan, haciendo que se sonrojara y riera apenado.
Chris me trajo una noticia un poco triste, me contó que se mudará después de la graduación ya que tiene un cupo en una buena universidad en otro estado. Le deseé lo mejor, realmente orgulloso de él, sabía que le iría muy bien. Todos estuvieron de acuerdo en hacerle una gran fiesta de despedida después de graduarnos.
Y Lucas...
No dejaba de sonreír en mi dirección. Al principio mantuvo la distancia, pero ahora yo me encontraba recostado en su pecho mientras él me acariciaba con ternura el cabello. Estaba feliz de verlos y agradecido de poder tenerlos en mi vida.
Ya entrando la noche, los chicos se despidieron con sonrisas y prometiendo volver al día siguiente.