Ryoshi torabera.... (quantum Traveler)

Entrada al Gap-Jiku (brecha)

Gap-Jiku, tiempo: indeterminado, zona alta

(Imaki). - ¿Dónde estoy? ¿Por qué no puedo moverme? ¿Dónde está mi hermana? ¿Qué es este lugar?

Allí estaba sin una idea de qué me había pasado ni de dónde me encontraba, lo único que tenía claro es que el maldito monstruo ahora tenía a mi hermana y que no podía regresar de donde vine, al menos no por ahora.

 

Japón, siglo X, región de Tōhoku

(Imaki). - Tsuki no puedo quedarme más tiempo tengo que huir lejos de la ciudad para hacerme mas fuerte y vengar al Sensei.

(Tsuki-hermana de Imaki-). - ¡No¡, no quiero perderte a ti también.

 

(Imaki). - ¡Entiende¡ si me quedo te encontrará a ti también y nos matara como al Sensei, no me permitiría que algo te pase, por eso debes esconderte en este monasterio hasta que pueda vengar al Sensei, hasta entonces quédate aquí.

(Imaki). - Yama por favor cuídala, es la única familia que me queda, te lo recompensaré cuando vuelva.

(Yama-Monje del monasterio-). - La mejor recompensa que pe puedes dar es la cabeza del monstruo que mató al Sensei, ¡vete ya¡, presiento que ese demonio se acerca

Secándome las lágrimas salí corriendo lejos del templo esperando poder escapar, pero no sabía que ese día cambiaría todo lo que conocía, o al menos lo que creía conocer acerca de mi realidad.

Horas Después

(Imaki). – Llevo corriendo mucho, empezó a llover y ya anocheció, creo que descansaré en esta cueva

Al entrar no me percaté de las maldiciones que yacían puestas a lo largo de la boca de la cueva, al avanzar hasta una abrupta caída observé un cartel en la oscuridad, decidí prender una pequeña lámpara que llevaba conmigo, al acercarme un poco pude divisar lo que estaba escrito en ella.

(Imaki). – Ryū-sen-dō… qu-que (*Miedo*)

Recuerdo que el temor invadió mi ser al punto de que me sentía petrificado, El Sensei siempre nos relataba antiguas leyendas y una de ellas era sobre las cuevas de IWAIZUMI, cuevas que habían sido prohibidas por los primeros pobladores por razones que muy pocos conocían, el Sensei era una de esas personas, gracias a esto el siempre repetía que dichas cuevas estaban malditas y cualquiera que entrara en ellas tendría un destino atroz, el temía mucho en especial a una de ellas pues en ella casi pierde la vida, el nombre de la cueva era Ryūsendō, era donde yo me encontraba y de cierta forma sabía que nada bueno me pasaría.

Traté de escapar, pero la salida parecía alejarse cada vez más, corrí como nunca lo había hecho en toda mi vida, ya me quedaban unos pasos cuando de repente un rayo perdido ilumino el exterior, allí estaba, Monsuta el maldito que mató a mi Sensei, lo reconocí por su gran sombrero y vestimenta negra tan oscura como aquella noche y un tamaño descomunal, agarré mi katana la Tatsukiba desenvainándola en tono desafiante, estaba dispuesto a atacar cuando tiró algo a mis pies, era la cabeza de Yama la rabia en mi interior crecía a pasos agigantados, luego sacó su otro brazo de entre sus vestiduras, tenía a mi hermana atada e inconsciente, tirándola a un lado pegó un fuerte grito y sacó su espada, una especie de katana enorme con una punta modificada que según testigos era capaz de penetrar roca y cortar cedros como si fueran bambú, se llamaba Shibakariki la segadora, tenía que salvar a mi hermana así que me dispuse a pelear.

(Monsuta). - ¡Voy a destrozarte como a tu Sensei y luego seguiré con tu hermana ¡

(Imaki). – ¡Eso no te lo permitiré ¡

(Monsuta). - ¡Eso, sigue gritando adoro cuando dan pelea ¡(*Tono Burlesco*)

 

Intenté atacar por la izquierda, pero tan solo su grito bastó para tirarme al suelo, intenté levantarme, pero sin darme cuenta Monsuta ya estaba pisándome, al ver su calzado noté que en vez de pies tenía patas con 2 garras enormes que apretaban y cortaban mi pecho poco a poco, con toda mi fuerza di un giro para liberarme luego intenté atacar haciendo un corte ascendente pero lo único que logré fue rasgar su gran manto negro.

(Monsuta). – Bien hecho jovencito, pero no tendrás otra oportunidad para atacar.

Luego de pronunciar esas palabras se quitó el gran sombrero y lo que quedaba de su manto, su piel era de un tono oscuro con lo que parecían ser cicatrices por todos lados, una larga cola y su cara era de temer ojos que brillaban, una mandíbula con colmillos que sobresalían y un aliento a azufre, guardó su espada y antes de que pudiera pronunciar algo me tomo del cuello, intenté atacar pero no me quedaban  fuerzas apenas y podía sostener mi katana, poco a poco se fue adentrando en la cueva con una facilidad que era impresionante, como si ya conociera ese lugar, me llevó al abismo de aquella cueva y riéndose leyó el mismo letrero que a mí me causó pavor.




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