—Buen día bonita ¿cómo te encuentras hoy?—ya teniéndolo a mi lado era suficiente para empezar bien el día.
—Buen día amor, estoy bien muchas gracias por preocuparte. ¿Dónde están mis padres?
—Me alegro tanto. Ellos están bien, seguramente lleguen en un rato. Los invité a quedarse aquí, pero insistieron en irse a un hotel. Asique los llevé a tu departamento y se quedarán ahí.
—Ohh qué buena idea. Bueno a empezar el día...—quise incorporarme, me mareé hasta el punto de ver sólo puntos de color negro y caí para atrás de vuelta en la cama.
—No te apresures pequeña, paso a paso. Enseguida llega Nuria para controlarte, quédate tranquila y te traeré el desayuno.—lo dijo naturalmente, con una bella sonrisa, como si eso fuese normal y parte de su vida, no podía pedirle más a ese hermoso ser humano, cálido y desinteresado.
Estaba agotada de estar acostada, de vivir en pijama, de sentirme mal, con sueño, con náuseas, juro que por momentos, cuando estaba sola, tenía ganas de rendirme, ésto recién comenzaba y yo era un desastre. ¿Lo lograría? ¿Tendría la suficiente fuerza para vencerlo? Y si lo lograba... ¿todo seguiría igual? ¿Podría volver a empezar y retomar mi vida? Demasiados pensamientos sin respuesta, demasiado sufrimiento y malestar.
Valentino...
Mamá...
Papá...
Eran buenos motivos, pero ¿por qué no podía darme cuenta? ¿Por qué de pronto todo me importaba poco? ¿Desgano? Si, claro. Ganas de nada, por supuesto.
De pronto me dí cuenta, mi semblante se puso serio, todo tenía sentido...
Depresión.
Algo de todo lo que me suministraban había allanado ese camino peligroso que en ocasiones no tiene retorno. Comencé a llorar al darme cuenta. Y justo entró Valentino con mis padres detrás.
Se acercó enseguida.
— Hey bonita ¿Qué ocurre? Me asustas.
—He descubierto algo, que creí que no tenía sentido, pero si lo tiene. Depresión...
Los tres se miraron sorprendidos y me miraron compasivos.
—Clari no te preocupes niña, conseguiremos cita con un buen psicólogo.—mi madre acarició mi mejilla al decirlo y me reconfortó. Mi padre miraba de lejos, estaba demasiado serio. Me hubiese gustado mucho saber qué pensaba, que sentimientos tenía de volver a verme y encontrarme así. Él es un gran hombre, pero nunca fue cariñoso, tengo la sensación de que ésto lo está destrozando.
Pasaron dos semanas difíciles. Tuve neumonía y una reacción alérgica fuerte, me hospitalizaron las dos veces. Había llegado la siguiente dosis de quimioterapia. Esa mañana no quería levantarme, pero no podía parecer una niña caprichosa. Con esfuerzo lo hice, llegamos al hospital, me condujeron a una sala grande con sillones cómodos. Me senté en uno de ellos, llegó Leonora, colocó la vía y seguido las drogas, como siempre las dos primeras bien. La última es mortal, es veneno.
El mareo, las sombras de colores alrededor de las personas, ya basta. Quiero llorar, mi pecho se estruja de la angustia que me provoca, es como que tú cuerpo está ahí, pero tu mente viaja en un arco iris de colores alucinógenos. Eso es, cómo alucinar y no es agradable. No es real, cierro mis ojos, para desear que todo pase rápido, pero no, no pasa y me angustio más y más.
Recuerdo todas las veces que escuché decir, sé fuerte y lo lograrás... Pero nadie te da las herramientas para serlo, no sabés cómo buscarlas y que sirvan. Qué hacer para sobrellevarlo y tratar de lograrlo, voy a intentar con todas mis fuerzas, juro que lo haré.
Necesito ayuda. No puedo abrir mis ojos.
—¿Val? ¿Te has ido?
—No amor, aquí estoy. Tranquila.
—Quiero irme. Me siento fatal.
—¿Qué sientes?
—Que quiero morir...—ni siquiera sé por qué dije eso. Pero era lo que más reflejaba mi estado. Me arrepentí inmediatamente al ver la cara de Valentino, sus ojos expresivos mostraron espanto, su rostro cálido se tiñó de asombro y se borró su sonrisa.
—Amor, estoy contigo. Te juro que algún día recordaremos ésto y sólo sabremos lo valiente que fuiste, el coraje y la fortaleza que te acompañó todo el tiempo. Porque éste es un mal momento, pero pasará y la felicidad será infinita y si todo se da como queremos, nos casaremos, viviremos una vida increíble y tendremos nuestro tan deseado hijo, será así vida, créeme, por favor, no vuelvas a decirlo, nunca delante de tus padres, ellos te adoran.—no podía contener las lágrimas, él tenía mucha razón, pero mi estado emocional no me dejaba verlo. Debía continuar.
#
Pasaron las dos semanas de quimioterapia. No quiero recordarlo, son una tortura, pero programé mi mente para no decir en voz alta lo que mis pensamientos gritan, no otra vez, no delante del amor de mi vida.
Mis padres me acompañaban todo el tiempo, pero debían volver a la ciudad. Los dos trabajan y pidieron un mes de licencia, se había cumplido el plazo. Hablé con ellos, saben bien que con Valentino estoy bien, cuidada, a salvo. No me falta nada, comencé el tratamiento psicológico y me va bastante aceptable.
Asique vinieron a despedirse.
—Clari, sabés bien que lo que necesites, solo debes marcar y estaremos aquí de inmediato. Nos debemos ir, pero no dudaremos en regresar. Estamos aliviados de que tengas éste maravilloso hombre que te cuida como si fueras un tesoro. Valentino, te debemos la vida.
—Pueden ir en paz. Estaremos comunicados todo el tiempo. Me pueden llamar y escribir todas las veces que necesiten.—dijo Val dándoles ánimo, porque no había que ser muy inteligente para darse cuenta de que no querían dejarme. Pero a pesar de conocerlo recientemente, confiaban en él, sus acciones eran transparentes.
Y mis padres se fueron.
Valentino volvió a la habitación y me encontró sentada junto a la ventana, mirando hacia el parque con la vista perdida. Se sentó a mi lado, acarició mis hombros y sus palabras dulces acariciaron mis oídos.
—¿Estás bien? Cuéntame.
—Quiero plantar un árbol.—solté sin más y mi voz sonó decidida. Él me miró de igual manera y sonrió.