El aire de nuestra pequeña ciudad nos dió la bienvenida, era reconfortante.
Miré todos y cada uno de los árboles de la calle hasta llegar a casa. Val se ocupó del equipaje, abrí la puerta y los gritos me asustaron.
-¡Bienvenida!-oi las voces decir al mismo tiempo. Estaban Vera, Alex, Alma, Nuria y mis suegros. Todos se pusieron felices de vernos, aunque podía notar sus caras de asombro al verme con el pañuelo en la cabeza. Aunque Valentino ya se los había adelantado, igual era chocante, pero ya se acostumbrarian.
Habían preparado una rica cena de bienvenida. Querían que les contemos todo, asique de a poco los fuimos poniendo al tanto.
Donna, mi suegra, estaba particularmente sorprendida cuando supo de Mariel y Fernando. Es un poco posesiva. Y siempre quiere estar al tanto de todo y ser la primera en enterarse de las cosas. Nunca la juzgo, la respeto. Sé lo que sufre habiendo perdido una hija, no podría ni imaginarlo.
Y a mi me trata como tal, como una hija. Me llama todo el tiempo, vela por mi bienestar y me pregunta si necesito algo, siempre al pendiente. Por eso cuando yo hablaba tan conmovida sobre Mariel, puedo entender que puede sentir celos, aunque jamás lo diría. Las dos tienen algo doloroso en común, enterraron una hija y con ellas, la vida misma.
Subí hasta nuestra habitación, cambié mis zapatos por unos más cómodos y mientras lo hacía mi vista viajó hacia la ventana, mis ojos se iluminaron.
Bajé lo más rápido que pude las escaleras y salí al parque. Me paré frente a mi árbol y lo admiré, hacía mucho no lo veía, tenía unas bellísimas flores blancas. Había varias en el suelo, me agaché y tomé un puñado, sentí su fragancia, era dulce y fresca. Sentí una voz de repente.
-Está hermoso, sus flores me recuerdan a tí.-la voz de Vera interrumpió el momento que tenía con mi árbol. Pero estaba feliz de que estuviera ahí. Sin mirarla, le respondí.
-Puedo entender por qué lo dices. Por fuera se ve bellísimo y lleno de vida. Sus flores son como mis lágrimas, da mucha pena cuando caen y pueden lastimar un corazón sensible.
-¿Cómo estás? ¿Cómo están?
-Fue duro, más de lo que pensé. El procedimiento en si no era doloroso, pero era humillante. Mi cuerpo desnudo, frente a desconocidos, día tras día... La caída del cabello, un golpe bajo innecesario. Nuestra soledad, nuestra intimidad, desnudar nuestras almas y mostrar nuestro lado más vulnerable...-varias flores escapaban de mis manos y escuchaba los sollozos de Vera, yo ya no podía llorar más, creí que me había secado por dentro.-Le pedí que fuera honesto conmigo y me dijera cómo se sentía. Te juro Vera que sus palabras dolieron, me lastimaron profundamente al escucharlas. Lo consolé con todo el amor que le tengo porque parecía un niño pequeño.-giré para enfrentarla, sus ojos celestes como el cielo estaban vidriosos de tanto llorar, su rostro se veía rojo.-Lo amo demasiado, tengo miedo de no lograrlo. Sé que sufrirá. Pero debes prometerme que no vas a dejarlo sólo nunca y por cualquier circunstancia, lo apoyarás y te asegurarás de que sea feliz.
-Me da miedo que hables así. Tú eres fuerte y vas a lograrlo. Nos tienes a nosotros, lo tienes a Valentino.
-Mi cuerpo se está rindiendo. Estoy cada vez más débil y lo noto. Me esperan tres meses más de quimioterapia, ya no estoy tan segura de lograrlo.
-Por favor no le digas ésto a mi hermano, quedará devastado.
-Por eso te lo digo a tí. No podría mirarlo a su cálido rostro y romperlo en mil pedazos confesandole ésto. Perdón Vera, yo sé que a tí también te duele.-la tomé de las manos y la miré con dulzura. Ella devolvió la sonrisa, pero muy desganadamente.
-Te quiero Clari. Sé fuerte, todo saldrá bien.-nos abrazamos como hermanas, bajo mi árbol, con las estrellas iluminando nuestras lágrimas, pero sin notar que unos metros atrás se encontraba Valentino escuchando todo y ahogando su sufrimiento. Hubiese dado mi vida porque no escuche.
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De vuelta en el Hospital Sur haciendo los chequeos pre quimioterapia. Después de tres horas de estudios, por fin pudimos ver al doctor Rojas.
Su cara de preocupación era evidente.
-¿Qué sucede doctor?
-Bueno, paso a explicarles. El tratamiento radiológico fue exitoso, pero quiero que presten especial atención a ésto.-decia poniendo una imagen radiográfica en el panel de luz, tomó un puntero y señaló.-¿Ven ésta mancha? Bueno, está alojada en tu pulmón izquierdo, muy cerca del corazón. Es una masa de ganglios muy grande que estaban afectados y el acelerador lineal los calcinó. Es una zona demasiado delicada, imposible retirarlos. Vas a tener que vivir con ésto.
-¿Pero doctor, es peligroso?
-Al momento no. Pero en el futuro, puedes desarrollar insuficiencia cardiaca y pulmonar. Puedes sentir falta de aire al caminar y al realizar hasta las actividades más normales. Serás una persona con ciertas limitaciones.-oh no esperaba eso. Pero si lo supuse, mata lo malo y daña lo bueno.
-Hay más. Los valores del conteo de eritrocedimentación siguen siendo altos. Si me lo permites, quiero hacer una prueba ambulatoria.
-¿De qué se trata la prueba?
-Voy a tratar de llegar hasta el núcleo de tus ganglios del cuello, aspirar con una jeringa el líquido de su interior y analizarlo.-Valentino me miraba con sus ojos muy abiertos. Puedo imaginar lo que pensó al escuchar al doctor, porque yo pensé lo mismo. ¿Es necesario?
El doctor bajó mi remera hasta el hombro, desinfectó la zona, me pidió que respire hondo y clavó la primera aguja en mi cuello, cerré los ojos con fuerza, porque lo hacía sin anestesia. Aspiró. Hizo un chasquido con la lengua. Nada.
Repitió. Nada. Yo ya había empezado a sudar. Valentino estaba nervioso, no se había podido quedar en su lugar, estaba cruzado de brazos y caminaba de un lado a otro del consultorio.
Después de un tiempo indefinido, de múltiples pinchazos sin resultados positivos, se escuchó un grito.