—¿Lista Clara?
—Pues nunca se está lista para ésto. Pero empecemos.—estaba por recibir la dosis número siete de doce de quimioterapia. Más de lo mismo. Las primeras dos normal y la última, bueno, ahí es cuando empezaba lo psicodélico.
De pronto me puse a pensar en eso. ¿No sería ese último medicamento lo que me provocaba querer morir? Tendría que hablarlo con el doctor Rojas.
Terminé y Val me estaba esperando. Él siempre estaba, podía contar con él todo el tiempo. Era todo.
Tuvo que dejar su pasión, su trabajo como profesor de educación física en el colegio por acompañarme. Ahora su trabajo era Connor, ahí podía manejar sus horarios y si faltaba nadie diría nada, pues es uno de los dueños.
—No te entiendo Valentino. ¿Eres un ángel? O debes estar muy enamorado.—me miró sin comprender nada de lo que yo hablaba.
—¿Perdón?
—Mi vida, te ganaste el cielo. Pero eso ya lo sabes.
—Deja de hablar así, por favor. Me haces ver como si te hiciera un favor y nada más lejos de la realidad. Estoy a tu lado porque te amo.—empecé a reír a carcajadas y otra vez lo confundí. Es que en realidad, trataba de enfocar y mirarlo, pero después del cóctel que me habían inyectado, sólo veía manchas de colores en movimiento.—Clari ¿qué te ocurre? Clari ¿estás bien?—pues claro que no y me desmayé.
Abrí mis ojos con dificultad. Estaba acostada en un lugar demasiado familiar. El doctor Rojas y Valentino me observaban atentamente. Quise hablar, pero no pude. Mis piernas ardían.
—Clara, tranquila, estás a salvo.
—Val... Valenttt...
—Tranquila amor, tranquila.—tomó mi mano y la besó. Yo realmente estaba demasiado aturdida y no entendía nada.
Después de un rato, cuando yo pude estar un poco más atenta, escuché hablar al doctor.
—Clara ésta es la primera sesión de quimioterapia después de la radiación. Supuse que todo estaría bien. Pero debí ser más precavido y debería haberte internado en vez de recibirla ambulatoriamente. Sufriste una reacción alérgica. ¿Arden tus piernas?—asentí, por algún motivo no podía hablar.—Quedate tranquila, estarás monitoreada. En un par de días podrás volver a tu casa. Lo único que quiero aclararte es que éste tipo de reacciones ocurren en dos etapas, la primera es de la cintura para abajo y la segunda es de la cintura para arriba. Estarás un poco incómoda.
Dios, no podía creerlo. Basta ya, por favor. Val no se alejaba de mi lado, pero yo igual temía que eventualmente se canse y siga con su vida. ¿Quién dijo que ésto era fácil? ¿Qué era de manual? Haces ésto y esto y pasará ésto y al final ésto otro y listo.
No.
Cuando hablamos de superar el cáncer es un sinfín de acontecimientos.
El diagnóstico, los estudios, el tratamiento, el cuidado paleativo, tratar de levantarse por las mañanas, los innumerables médicos, las malditas drogas, tratar de levantarse por las mañanas, los traslados, los turnos, la pila de estudios que se acumulan, las pesadillas, tratar de levantarse por las mañanas, las caras indiscretas, ver caer tu cabello y no poder hacer nada, el mareo sin fin, las ganas de morir, tratar de levantarse por las mañanas, no poder comer nada, la maldita alergia, el cuerpo hinchado por los corticoides, el miedo de que quien te ayuda se canse, tratar de levantarse por las mañanas, no ver un final, dormir sin tener noción del tiempo, querer rendirse y tratar de levantarse por las mañanas. Creo que lo mencioné, pero en caso de que no haya quedado claro, TRATAR DE LEVANTARSE POR LAS MAÑANAS.
Miraba mis manos sin mirarlas, era por visualizar un punto fijo nada más.
Pensaba.
Analizaba.
Temía.
—Amor, no te enojes conmigo.
—¡No quiero escucharte! Te lo he dicho mil veces...
Silencio.
—Quiero decirte tanto...
—Cállate Clara, por lo que más quieras.
—¿Hasta cuando lo evitarás? No respetas mis palabras, al menos óyeme.
—Es que cada una de las palabras que saldrán de tu boca me lastimarán y no estoy listo, no aún.
—Está bien. Espero que estés en lo cierto. Pero los sucesos en la vida ocurren inesperadamente y nunca estamos listos para afrontarlos. Yo quiero decirte muchas cosas para que todo fluya, pero te respeto.
Es una conversación imprescindible la que tengo que tener con él. Pero entiendo que no quiera oírme. Es doloroso. Yo en su lugar, tampoco quisiera oírlo. Escuchar palabras de despedida del amor de tu vida en vida, no es sencillo de escuchar. Ya llegará el momento.
De vuelta en casa me encontraba sentada en mi bello sillón de jardín, debajo de mi árbol, tomando una limonada y con la mente en blanco. Tranquila.
Los días en el hospital fueron difíciles, todo pasó muy rápido. Una vez que las marcas color rojo carmesí iban dejando la parte baja de mi cuerpo, comenzó a subir, mi rostro, por favor mi rostro, no podía entenderlo. Parecía que me habían encendido fuego. Valentino habló con Mariel y Fernando y enseguida quisieron venir a verme, a pasar tiempo conmigo, pero Val los tranquilizó y decidieron que no era momento, yo estaba muy incómoda.
Mis padres sufrían a lo lejos. Pidieron una semana en el trabajo para poder venir y se las concedieron. Asique llegaban el fin de semana. Me dió mucha alegría saberlo.
De pronto una flor blanca cayó en mi regazo, la tomé y sentí su fragancia. Era especial.
—Son hermosas, pero tú lo eres más.—él siempre con una palabra dulce, reconfortante, sin dudas llegué lejos gracias a él.
—Amor ¿Puedes tomar una foto? Es un día precioso y me siento bien. Quiero recordarlo.—accedió a mi pedido. Tomó la foto. Su sonrisa perfecta, el día soleado, el árbol y lo que queda de mí, una foto perfecta.
—Val ¿me alcanzas mi celular? Debo hacer una llamada.
—Por supuesto.—me alcanzó el móvil, marqué al doctor Rojas.
—Clara ¿está todo bien?
—Doctor se me ocurrió algo. Después de tantas sesiones y un patrón repetitivo, creo que hay algo mal.
—¿A qué te refieres?
—El último medicamento, el de las náuseas. ¿Habrá posibilidad de reducirlo, de que no me inyecten ese?
—No, es imposible. Pero ahora que lo mencionas, para la próxima sesión, voy a cambiarte de laboratorio. Te damos ése por ser comercialmente conocido, pero quizás alguno genérico cumpla la función y tenga el mismo resultado. Gracias por el comentario Clara, cuídate.