Era momento de recuperar energías. Después de un fin de semana intenso, con la visita de mis padres, Mariel y Fernando que ya habían vuelto a sus casas, era tiempo de sanación. De buscar en cosas simples un cable a tierra para equilibrar el torbellino de emociones que fue el último año.
Mi cuerpo estaba castigado y débil. Debió ser fuerte en situaciones que mi mente no lograba. Él nunca se rindió, soportó todo tipo de castigos y acá está, marcado, lastimado, cansado, voraz y listo para cuidarme y seguir el camino a la sanación.
Él acariciaba mi rostro, besaba mi cabello, rodeaba sus brazos alrededor de mi cuerpo, tenía una dulce sonrisa en sus labios.
—¿Quieres descansar en la tranquilidad de casa o prefieres que viajemos a algún sitio? Aunque sea cercano.—su voz grave irrumpió en el living y me hizo abrir los ojos de golpe.
—Siempre es lo que yo quiero. Pues ésta vez elige tú. ¿Qué te gustaría hacer?—lo noté pensativo por un rato.
—Vamonos de aquí. Conozco un resort al lado de las montañas y el lago, un hermoso complejo de cabañas que te devolverán la alegría con sólo mirar el paisaje. Iré a hacer las reservas.—y fue a buscar su móvil para hacer el llamado. Estaba entusiasmado y yo más. Amo verlo con esa actitud y no triste y preocupado. Él también necesita sanar y estar relajado. Será un momento increíble para los dos.
Valentino tenía mucha razón. El lugar es perfecto. La cabaña que nos dieron tiene vista al lago y los alrededores son de película. Adentro hay un living con una chimenea inmensa, la habitación es cálida, con un ventanal increíble que da la sensación de mirar un cuadro y no un paisaje. Todo perfecto. La compañía perfecta.
—Yo sé que estamos en invierno y la temperatura no ayuda, pero quiero que todo el tiempo que estemos aquí juntos, lo hagamos desnudos, abrazados a la manta y dándonos calor mutuamente con nuestros cuerpos.
—Ufff qué maravillosa idea, éstos días van a ser increíbles.—y eso hicimos, le dijimos adiós a la ropa y nos arropamos con la manta, que era enorme y entrábamos bien los dos. Nos sentamos frente a la chimenea, con una taza de chocolate caliente y tortas que Val mandó a pedir y así comenzó nuestro descanso.
Solos los dos. Su cuerpo abrigando el mío, compartiendo miradas cómplices, cada tanto una caricia, besos, esos besos atrevidos que solo quienes están enamorados saben dar, nuestras manos entrelazadas y pocas palabras. Aunque por momentos, era inevitable tener conversaciones serías.
—Amor, quiero contarte un plan que estoy ideando.
—Interesante. Cuéntame.
—Quiero abrir otro Connor y que sea nuestro. Yo seré el gerente encargado de todo y tú lo harás a tu ritmo. Voy a poner una mano derecha, de mucha confianza para que si yo tengo que faltar porque tengo que estar contigo, las cosas marchen como si yo estuviera.
—Qué hermoso proyecto tienes. Me da la idea de que hace tiempo lo vienes pensando.
—No te creas Clari. Surgió hace muy poco por una conversación que tuve con un empresario. Pero simplemente quería saber si estás de acuerdo. Porque hay un detalle...—a pesar de saber que trató el tema con un empresario me dió curiosidad, ese detalle del final me dió más.
—Ups... Estoy intrigada.
—El lugar físico que tengo en mente para Connor queda en la capital. ¿Quisieras mudarte?—no lo esperaba. Fue sorpresivo enterarme de que estuvo hablando con gente y buscando locación en capital. Mi rostro asombrado era evidente.
—Oh, caramba. No... Sé qué decir.
—Lo que sienta tu corazón. Pero quiero darte seguridad ante todo. El lugar será nuestro, tendremos una casa en un barrio privado muy cerca del restó, los hospitales en la capital son mucho más equipados que los de nuestra pequeña ciudad y al ser nosotros los propietarios, podremos viajar a visitar a la familia cuando nos dé la gana o tengamos la necesidad de hacerlo. Sé que es demasiado todo lo que te estoy proponiendo, pero cuando sepas la verdad, entenderás.
—Ohh estoy más confundida que cuando empezaste a hablar. ¿Sabes qué amor? Yo confío en tí y sé que la decisión que tomes será la mejor para los dos. Asique si tú ya me lo estás proponiendo, es porque crees que es nuestro futuro. Contigo al fin del mundo amor.—y el calor de nuestros cuerpos se intensificó y no tardamos mucho en dejar de ser dos para pasar a ser uno.
La semana en la cabaña fue mágica. Pasaron demasiado rápido los días. Descansamos tanto. Recorrimos el lugar, visitamos el centro de la ciudad, que era diminuto pero pintoresco, descubrí un negocio que vendía velas, creo que no dejé una en los estantes, las traje todas conmigo. Son artesanales y deliciosas. Caminamos de la mano y mostramos al mundo que el amor todo lo puede, calma hasta la tormenta más feroz. Somos el resultado de un presente difícil, con una visión de futuro brillante y con un claro y perfecto objetivo: cumplir un sueño.
Soñamos con nuestro hijo, lo haremos realidad.
Era hora de volver a casa y visitar al doctor Rojas.
—Fijese bien por favor.
—Lo siento Clara, los valores no mienten...—y el rostro del doctor tampoco. Al final es una mentira. Una estúpida y cobarde mentira. Todo el tratamiento lo fue.
Estoy empezando a sanar, mi cabello ya ha crecido bastante, hice todo, absolutamente todo lo que debía y más también.
Pero acá estoy. Sentada frente al doctor, con Valentino mudo, presionando mis manos con fuerza, al borde del llanto y escuchando como los valores aún no son normales y no estoy libre de cáncer.
—Necesito un momento...—dije con un hilo de voz y mi vista empañada de lágrimas que no querían salir.
Salí corriendo del consultorio, las paredes me ahogaban, el techo se caía. Salí a la calle. Respiré. Lloré. Grité.
No era posible. ¡No!
No lo acepto.
Vi hacia adelante en un punto fijo vacío y visualizaba ese camino de colores hacia mi sueño disolverse como el humo.
No lo voy a aceptar.
Volví a entrar. Caminé con pasos decididos al consultorio, Valentino y el doctor hablaban acaloradamente. Su discusión cesó al verme.
—¿Qué hay que hacer y cuando?—el doctor me miró serio, sus manos se notaban nerviosas, sudaban. Observó a Valentino, agachó su cabeza y habló.
—Para empezar, una Tac y luego una doble intervención. Extracción de ganglios y punción lumbar.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Para descartar. Podrías haber desarrollado otras patologías...
—¿Cómo cuales?
—Emm...—no hablaba y miraba serio a Valentino. Ahí entendí el motivo de su discusión. Yo nunca me había sentado, seguía de pie. Apoyé con fuerza mis manos en el escritorio.
—Pregunté cuales.
—Leucemia.—no, no, no. De ninguna manera.
—¿Cuando empezamos?—mi determinación los asombró. Pero estaba decidida a luchar, mejor dicho, a seguir luchando. Llegué demasiado lejos, no voy a bajar los brazos.
—Mañana a primera hora.