La música reinaba en las cuatro paredes des estudio de danza clásica, la misma tonada de la última semana que se repetía una y otra vez cada tarde sin falta alguna. Los movimientos refinados y sutiles con cada nota, la mirada emocionada y la libertad expresada en cada paso, cada salto. La danza y la melodía uniéndose en un solo ser, en una sola inspiración palpable en el ambiente.
La música paro y Zanh se detuvo en seco, frunciendo sus labios al saber lo que esperaba.
-Volviste a cambiarlos.
Zanh gira levemente para mirar a su profesor, dejando ya de estar parada en las puntas de sus pies y bajando la cabeza con culpa.
Tegh le mira con seriedad, la misma reacción que tiene cada vez que ella intenta meter un paso de estilo libre en la coreografía. Parece gracioso decir que ambos tienen la misma edad, pero es cierto. Su profesor de danza clásica incluso es seis meses menor, pero aún la mantiene dominada y controlada.
Y Zanh, a pesar de tenerle un gran respeto y estima, sigue desafiandole.
—L-Lo siento, creí que estaba bien... —Murmuró Zanh —Porque, ya sabes...
Tegh suspiró antes de tomar su mano y hacerle repetir el movimiento que agregó de forma pausada, cambiando el impulso.
—Si esto tiene que ver con el club de baile callejero de la semana pasada, nada va a cambiar con que lo hayas descubierto. —Se quejó volviendo a repetir el movimiento con la mano de su estudiante. —Seguiré siendo estricto contigo...
—P-Pero...
—Sin embargo, te dejaré incluir ese paso en la coreografía. —Murmuró y Zanh alzó la cabeza entusiasta. —Solo si el movimiento de tu mano lo haces de este modo.
Volvió a repetirlo.
—¡C-Claro!
Tegh suspiró antes de hincarse frente a Zanh y volver a posicionar sus pies en la postura de inicio.
—Preferiría que al comenzar no muevas tan rápido la pierna derecha o se verá tosco.
—¡Sí!
—Y por cierto, Zanh.
—Dime...
—No le digas a nadie, mucho menos a mí padre.
Zanh frunció sus labios.
—¡Claro que no lo haré! Eres mi maestro pero también eres mi amigo. ¿Qué clase de persona sería si se lo dijiera? ¡A-Además yo no le agradó en lo absoluto!. —Zanh por poco enredaba de forma torpe sus piernas al entusiasmarse con la explicación. Tegh sonrió sin alzar la cabeza, ocultando la sonrisa de la mirada de su estudiante.
Zanh se concentró en los movimientos que Tegh le ordenaba hacer, aunque su mente se encontraba bastante lejos, en una de las lunas de Júpiter o peor, en Plutón.
Porque aunque no quiera admitirlo, lleva una semana en shock.
Zanh siempre se interesó por la danza, de pequeña solía disfrutar de crear sus propios pasos acorde a la música que escuchaba, imaginaba coreografías y danzaba en la soledad de su hogar. Era un pasatiempo que siempre hacía después de clases mientras esperaba que su madre llegará de su trabajo. Era su pequeño secreto.
Cuando comenzó a crecer se sintió bastante avergonzada por lo que hacía en la soledad de su casa. Siempre fue diferente al resto y de alguna forma eso generó burlas y acoso por parte de sus compañeras de clase; no quería ni imaginarse que ocurría si se enteraran de su pasatiempo.
Así pasaron los años y jamás comenzó en la danza profesionalmente.
No fue hasta hace poco menos de un año que envió todos sus prejuicios y preocupaciones al basurero. Porque cuando decidieron abrir ese pequeño estudio de danza privada algo le gritaba constantemente que debía entrar allí, que era algo que necesitaba hacer. Y un día después de clases, supo que no podía seguir callando su deseo.
Cuando entró y vio a Fernand Mackr sintió que el mundo se le iba encima. Ese hombre era uno de los mejores entrenadores de danza del país y era reconocido por formar bailarines espectaculares y profesionales de alta calibre. No había forma de que un hombre como él se conformará con un pequeño estudio en su pequeña ciudad.
Y no se equivocaba, ya que ese lugar fue construido para que sus dos hijos menores ejercieran el mismo oficio que él.
Aún así, ese grito interno le seguía diciendo que debía dar lo mejor de sí y poder aprender la danza de manera profesional en ese lugar.
La prueba que le hicieron pasar fue catalogada como un desastre.
A Fernand no le gustó para nada su estilo libre y no se guardó nada, hizo todas las quejas que pudo encontrar en una coreografía de solo tres minutos y se las hizo saber en su cara.
Entonces cuando sentía que debió haberse quedado quieta en su casa, Tegh, el hijo menor, tuvo la idea de defenderla.
—¿Se puede saber que dices? ¡Fue un desastre total y lo sabes!. —El hombre frunció el ceño mientras Tegh solo se cruzaba de brazos.
No sabes cuántas veces en ese tarde temió por la vida de ese chico.
—¡Bien, si tan buena crees que es! ¡Desde ahora será tu estudiante, a ver que logras, Tegh!.
Zanh se sintió bastante mal a ser considerada el "castigo" de una persona. Pero no podía quejarse, su maestro podía ser estricto con ella, pero siempre era una persona amable.
Su imagen de Tegh Mackr era esa, su maestro de danza que era estricto, serio y demasiado profesional.
Alguien capaz y demasiado genial. Pero también, un amigo en quien confiar.
O esa era la imagen que tenía de él hasta tan sólo la semana pasada.
Zanh no tenía un gusto definido respecto a la música y el baile, pero se sintió encantada cuando encontró un pequeño club clandestino de baile callejero. Solían juntarse a solo unas cuadras del centro y tenían una gran cantidad de gente. Comenzó a frecuentarlo en su tiempo libre, admirando cada paso osado o hazaña impresionante
Allí pudo conocer mejor a Bert Kern, un chico de su edad que asistía a su misma academia, con una reputación increíble para los integrantes del club, (pero una reputación horrible en la academia). Él era considerado uno de los mejores bailarines que ese lugar podía tener en incluso tenía el apodo del "Rey de la Calle".