Reencuentro.
Darleen.
Tuve que suplicarle a Mérida casi para que me ayudara a poder abrir un portal hasta donde percibo la señal de mi espada no fue nada fácil pero tampoco es un trabajo difícil para nosotras dos juntas. Al principio se negaba, y no fue hasta que le dije que si me ayudaba posiblemente la podría acercar de nuevo a Dimitri, aunque yo no debería de estar jugando con esa clase de fuego lo había hecho y solo así fue ella capaz de terminar de ayudarme a poderlo abrir. No soy quien, para interferir dentro de la vida de mi mejor amigo, pero sí puedo recuperar lo mío entonces me quemare las manos intentando hacer cosas imposibles por mí bien y por el de los demás.
Es ahora o nunca. La mire una última vez antes de adentrarme en ese oscuro portal que me llevo hasta el cielo o al menos a una cuarta parte del cielo. Sí. Hasta haya se llevaron mi espada los malditos Illyrios. No puedo negar que las protecciones que le han puedo son bastante despistantes, pero soy la dueña y la única portadores de esa armo mortal, nos hemos fundido como una misma y es difícil alejarnos sin mandar señales de auxilio, nos necesitamos y nos asfixiamos cuando no estamos juntas.
No lo negare que son listos, mucho más listos de lo que yo los recordaba.
Pero no tendrán ninguna oportunidad contra mi misma al contrario será su perdición.
A penas y puse un pie dentro del palacio de la corte de la media noche cuando sus ojos se postraron sobre mí con desconfianza, desafiantes y hambrientos y sobre todo con la complejidad a que querer pelear por un objeto que no les pertenece y jamás les podrá hacer caso.
—Tú no deberías de estar aquí —dice. Su voz es mucho más ronca y varonil de lo que la recordaba. Los años le han sentado bastante bien pero no tan bien como a mí ¿verdad? Las advertencias que reflejan en sus ojos pueden ser peligrosas para otros, pero no para mí.
Él para mí no refleja nada. No es peligroso y tampoco temeroso.
—¡Ustedes se llevaron algo que es mío y yo solo vengo por lo que me pertenece! —Declara con tranquilidad—. ¡Ahora hasta a un maldito lado Rhysand, o te hare bastante daño! ¡Y ninguno de los tres quiere salir lastimado!
—¡Es un objeto sagrado!
—Y peligroso en las manos equivocadas. Así que muévete o te moveré yo misma sin importarme que te tenga que arrancas tus malditas altas para dejarme pasar a recoger lo que es ¡mío!
Nuestras miradas se desafían una a la otra, pero sé que él no moverá ni un solo musculo de su cuerpo así que un poco de magia no me vendría nada mal. Mis manos comenzaron a hacer pequeños movimientos y con solo pensarlo su cuerpo se comenzó a mover, pero no de una forma suave y delicada al contrario con dolor y bastante sufrimiento. Con mi misma mano señale el lugar en dónde lo quería, pero solo lo deje parado, no claro que no, le estrelle su cara contra el suelo blanco rompiéndolo y dejándolo ahí. Cada que intente levantarse su rostro se presionará más contra el suelo y él mismo destruirá su preciada fortaleza no yo, yo solo impongo las reglas ellos son los que deciden si romperlas o aceptarlas.
—Si quieres guerra, guerra tendrás Rhysand, pero que no se te olvide con quien estas tratando. Por qué si yo fuera tú, no movería ni uno solo de mis músculos si no quieres caer al vació y morir lentamente. —Le advertí con un tono de voz que se escucho más como un susurró peligroso.
Comencé a caminar hasta el templo en donde está mi belleza. Rompí el cristal y la tomé del magno con ambas manos, guardándola en dónde pertenece a mí lado. Me gire sobre mis talones y ya tendía a los dos corpulentos amigos de Rhysand frente a mí. Jamás hubiera podido olvidarme de esos rostros angelicales y peligrosos que los de su especie poseen, peores que los ángeles, pero nunca tan buenos como los demonios.
—¡No permitiremos que esa espada salga de este templo! —Declaro Cassian.
—No te estoy preguntando —dije al mismo tiempo que lo mandé hasta la pared con la misma fuerza y las mismas reglas que al primero—. Lo que es mío se queda conmigo. No me importa quienes sean ustedes y cuales sean sus poderes, yo soy su princesa y deberían de presentarle el maldito y debido respeto que yo merezco —casi levante por completo mi voz arruinando mi tono sereno volviéndose demasiado oscuro—. Así que ahora muévete Azriel o te muevo yo y no creo que estemos en la misma sintonía, pero te puedo causar demasiado dolor como a tus compañeros si así lo deseas.
Azriel no se movió y quedo igual en el suelo con el rostro estrellado como Rhysand. Los tres intentaron decirme algo, pero se estaba retorciendo del dolor y esa satisfacción nadie me la puede quitar, demostrar quien tiene el poder es la única razón por la que se la llevaron. El olor a la sangre de los tres me comenzó a molestar ya que se impregnó en el aire, su sangre no es igual a la de nosotros, pero tampoco serviría para nada desperdiciarla de esta forma, pero me han hecho enojar tanto que lo único que quiero es arrancarles la maldita cabeza y hacer con su sangre una fuente que jamás se termine de sustentar.
—Volveremos a ir por ella —dijo Rhysand a penas con un hilo de voz.
—Tú lo vuelves a intentar y yo te arrancare las alas y las quemare frente a ti.
—La princesa Darleen no es perversa —agrego Azriel entre jadeos.
Una sonrisa malvada se dibujó en mis labios.
—La princesa Darleen de nueve años murió hace bastante tiempo, pero esta princesa que tienen en frente de ustedes, es capaz de hacerlo llorar sangre por clemencia. Puedo ser más perversa que ustedes y mucho más peligrosa si me desafían de nuevo —dije mientras caminaban hasta el cuerpo de Rhysand, me incline un poco tomándolo por el cabello y haciendo que sus ojos se encontraran con los mío—. Vuelve a quitarla mi espada y yo te quitare la vida, ¿has entendido eso, Rhysand?
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Editado: 02.09.2022