6

Lo había hecho cientos de veces. Decenas de cientos de veces. Y jamás le había sucedido lo que le estaba sucediendo ahora. Bañar a los soldados heridos era una tarea habitual cuando había agua- habitual y necesaria- para los cuidadores. Teniendo en cuenta que las enfermeras no lo podían hacer. Porque era íntimo pero además por una cuestión práctica. Se requería fuerza física para levantar y sostener a los soldados. Quienes la mayoría de las veces no podían moverse por sí mismos.

Gulf cerró los ojos y se concentró en su respiración. Y se quedó así por un par de segundos.

Frustrado sintió que no funcionaba. Todo el cuerpo le temblaba pero aún así era imperativo que continuara. No podía tener a Mew sumergido en aquella bañadera improvisada toda la eternidad. El agua ya se estaba enfriando y Mew aún tenía el cabello, los hombros y el pecho cubiertos de jabón.

El Teniente lo miró fijamente. Pero no dijo nada. Trató de acelerar la tarea de Gulf pero al intentar echarse agua en la cabeza, un calambre repentino le hizo temblar la mano y acabó empapando a un Gulf bastante desconcertado.

Con un suspiro acabó de bañarlo y recién comenzó a respirar con un poco de normalidad cuando vio a Mew seco, limpio y bien cómodo en su cama. Gulf pensó que había sido una suerte que fuera el último paciente del día a quien debía bañar. Los otros estaban en silencio; algunos ya dormían, otros leían o escribían cartas.

–¿Estás...bien?– le susurró Mew a Gulf mientras éste terminaba de cubrirlo con una manta.

¿Cómo podría Gulf responder a esa pregunta? ¿Cómo decirle a ese joven soldado que aunque Gulf había visto cientos de cuerpos masculinos desnudos, esa vez se había sentido como una primera vez? ¿Cómo explicarle que apenas le hubo quitado la ropa, un fuego - indecoroso, se reprochó Gulf- lo había obnubilado y no pensaba en otra cosa que en besar aquel vientre pálido y en estrujar aquel cuerpo varonil y tentador a su cuerpo y hacerlo gemir hasta...?

Gulf sacudió la cabeza con violencia, asqueado de sí mismo.

–Sólo es cansancio.– alcanzó a balbucear– Buenas noches...– agregó con voz insegura.

–Buenas noches.– le respondió Mew.

Gulf llegó tambaleándose hasta su cama. Era una suerte que no compartiera dormitorio con nadie. Allí abajo, en el subsuelo de la enorme abadía- algun tiempo atrás, antes de la guerra el hogar de una familia con títulos y dinero y ahora devenida en hospital improvisado- dormían las enfermeras en un ala y los cuidadores en otra.

Gulf suspiró, cerró los ojos y se dejó caer sobre el viejo colchón que alguna vez había albergado a una sirvienta o a un ballet.

Se sentía avergonzado por los últimos minutos. Aquel fuego que se había encendido en todo su cuerpo parecía no tener intenciones de apagarse. Y una vez más, como lo había hecho muchas veces antes, renegó de sí mismo. Se odió intensamente por no ser capaz de deshacerse de aquellos gustos - enfermos le habían dicho. Y ese pensamiento lo hizo llorar.

Pero entonces, una mano cálida y firme le secó el rostro. Gulf sintió cómo unos brazos fuertes buscaban envolverlo y, sin abrir los ojos, se dejó abrazar.

–Te gustan los hombres, ¿verdad, Gulf?

– Lo siento.– sollozó Gulf.

Mew levantó con extremada ternura su rostro y lo obligó a que lo mirara.

– Tu secreto está a salvo conmigo, amigo mío.

Gulf sollozó una vez más.

– A mí no me gustan los hombres.– confesó Mew– Pero puedo decirte que cualquier persona que sea amada por alguien como tú, es una persona bendecida. Ojalá a mí me amaran como amas tú...

Gulf lloró por varios minutos en los brazos de Mew.

–Estoy mejor. Gracias. – dijo después.

– No pretenderás que vuelva esta noche a mi cama, ¿verdad? Queda como a tres millas de aquí. Ni te imaginas lo que me ha costado llegar hasta este lugar...

Gulf se rió entre lágrimas. Y depués de eso ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra.

Se acomodaron abrazados, y así, abrazados,  durmieron tan profunda y tan serenamente como nunca antes lo habían hecho. Y en su corazón, el mundo empezó a parecerle a Gulf un poco menos aterrador...