El santuario se sumió en un silencio cargado, roto solo por el pulso rítmico de los cristales, ahora más brillantes que nunca. La partida de Rhys y los gemelos había dejado un vacío, pero también una liberación. La presión de la prueba había terminado, y lo que quedaba era la ineludible verdad del vínculo entre Samara y Zabatho, una fuerza primordial que exigía su culminación.
Zabatho se acercó a Samara, sus ojos ámbar fijos en los de ella con una intensidad que la consumía. La desesperación que había sentido antes había sido reemplazada por un hambre más profunda, una necesidad ancestral que vibraba en cada fibra de su ser. Sus manos nacaradas se posaron en la cintura de Samara, atrayéndola suavemente hacia él.
"El último paso", susurró Zabatho, su voz ronca con una emoción cruda. "Para que seamos uno. Para que nuestras esencias se entrelacen para siempre." La telepatía entre ellos se desdibujó, no porque se debilitara, sino porque se volvió demasiado íntima, demasiado fundamental para ser traducida en pensamientos. Era una comunicación de piel a piel, de aura a aura.
Samara no dudó. La atracción que sentía por él era abrumadora, un torbellino de deseo y curiosidad que la arrastraba. Con cada día que pasaba, Zabatho se había convertido en su protector, su guía, el único ser que realmente la comprendía en este mundo oculto. Sus manos se aferraron a su espalda, sintiendo la piel fría y suave bajo sus dedos, el calor que irradiaba de su núcleo.
Zabatho la levantó con una facilidad asombrosa, sus cuerpos uniéndose en un abrazo. Samara sintió la piel nacarada de él contra la suya, una sensación extraña y a la vez excitante. Los cristales del santuario pulsaban con una luz más intensa, como si respondieran a la creciente energía entre ellos.
"¿Estás lista, mi Éter?" preguntó Zabatho, su voz apenas un susurro que vibró contra sus labios antes de que se unieran en un beso profundo. Era un beso de pura necesidad, de supervivencia, la culminación de semanas de tensión acumulada, una promesa tácita de todo lo que el Vínculo del Éter podía significar. La energía fluyó entre ellos en una corriente arrolladora, el éter vibrando con una intensidad nunca antes sentida.
Samara se separó en un aliento, sus ojos fijos en los suyos. "Más que lista, Zabatho. Te anhelo." Su respuesta fue un gemido de anticipación.
Zabatho la bajó lentamente, sus cuerpos deslizándose uno contra el otro hasta que los pies de Samara tocaron el suelo. Él se arrodilló frente a ella, y Samara sintió la revelación del aparato reproductor de Zabatho. No era como nada que hubiera conocido. Del abdomen bajo de Zabatho emergían dos penes delgados, de un tono nacarado casi transparente, cada uno con diminutas protuberancias carnosas a lo largo de su longitud . Pulsaban con una luz interna, no una luz fría, sino un brillo cálido que prometía éxtasis. Detrás de ellos, los testículos de Zabatho eran grandes y esféricos, irradiando una energía propia.
"Déjame tomarte, Samara", susurró Zabatho, sus ojos fijos en los de ella, su voz cargada de una devoción que la hizo temblar.
Samara jadeó, su cuerpo ardiendo. "Sí... por favor, Zabatho."
Zabatho la guio, y al penetrarla, la sensación fue doble. Las dos protuberancias se deslizaron simultáneamente en ella, las diminutas carnosidades a lo largo de cada una proporcionando una presión extrañamente deliciosa, un roce constante que la hizo jadear. No había fricción, sino una expansión interna, una conexión a nivel celular que la hizo arquear la espalda.
"¡Ah...!" Samara arqueó su cuerpo, sus caderas buscando el ritmo de los de él. "Es... increíble... duele y se siente tan bien..."
El acto no era solo físico; era una explosión de energía etérea. Las auras de Samara y Zabatho se entrelazaron en un torbellino de luz, fundiéndose en un solo resplandor que llenó el santuario. Cada embestida de Zabatho era un pulso de energía que se extendía desde sus núcleos hacia el de ella, una transferencia de vitalidad y esencia que la hacía temblar. Samara sintió una oleada de poder recorrerla, una conexión profunda con la tierra y con Zabatho que trascendía todo lo que había experimentado.
"¡Siente mi esencia, Samara! ¡Siente cómo nos unimos!" gruñó Zabatho, sus movimientos volviéndose más potentes, más desesperados. Su rostro se contorsionó en una máscara de éxtasis y pura necesidad.
"¡Sí, Zabatho! ¡Más! ¡Nunca he sentido nada igual!" Samara se aferró a él, sus uñas hundiéndose en la piel nacarada de su espalda. La intensidad era abrumadora, los límites de sus cuerpos y mentes disolviéndose en una fusión ardiente. Ella se retorcía bajo él, cada nueva punzada de placer y dolor mezclado elevándola más alto.
Cuando el clímax los alcanzó, fue una explosión de luz y energía que los dejaron sin aliento, entrelazados, sus cuerpos aún vibrando con el eco de la fusión. Y entonces, Samara sintió cómo los testículos de Zabatho se expandían y se introducían parcialmente en ella, formando un tapón interno . Una punzada aguda de dolor se mezcla con el placer más intenso que jamás había experimentado, manteniéndolos unidos, fundidos en un abrazo primario.
"¡Dioses, Zabatho...!" Samara gimió, sus ojos abiertos, viendo el resplandor de sus auras unidas. Era una sensación de estar completamente llena, conectada de una forma que la dejaba sin aire. Dolía, pero el placer era tan sobrecogedor que solo podía aferrarse a él, gimiendo.
Zabatho la sostuvo fuerte, su rostro enterrado en su cuello, respirando con dificultad. Sus cuerpos permanecieron unidos de esa manera durante largos y gloriosos momentos, el éter circulando entre ellos, sellando el vínculo. "Ahora eres mía... y yo tuyo... para siempre", susurró Zabatho.
Mientras tanto, en las profundidades de la ciudad Morfus, la consumación del Vínculo del Éter no pasó desapercibida. Fue un pulso sísmico de energía, una resonancia que se expandió por las vetas de cristal y los velos etéreos, alcanzando a cada Morfus en lo más profundo de su ser.