Charlas Decisivas
Por un momento llegué a pensar que el extraño comportamiento que ayer tenían las hermanas solo duraría un día.
Viéndolo, por un lado, sí que tuve razón, las energías y el buen humor que tenían ayer duraron solamente veinticuatro horas. Por otro lado, el comportamiento extraño aún estaba.
¿La diferencia?
Hoy las hermanas parecían decaídas. Inés hizo dulces el día que no le correspondía, la hermana Gloria solo daba sonrisas algo forzadas, las hermanas Jacinta y Cecilia tenían una mirada algo triste, las hermanas Dorotea, Catalina y Casandra que amaban comer y charlar de algunos cotilleos durante el desayuno, apenas dieron un bocado a sus dulces y no hablaron de ningún chisme.
¿La peor de todas? La hermana Angélica.
No ha dicho más que la frase común de “Buenos días, es hora de levantarse o te quedas sin desayunar” Después no ha abierto más la boca. No me regañó por nada ni me felicitó por hacerle caso – pocas veces lo hacía y sus ojos parecía que iban a montar una fiesta por lograrlo.
El ensayo del coro no duró ni una hora. En resumen, el ambiente que había en el convento hoy era más triste, distante y frío que de costumbre. Quería saber lo que les pasaba, pero sabía que todas me darían largas porque por alguna razón que desconozco, no querían decirme la verdad.
Dos golpes secos en la puerta de mi habitación hicieron que me sentase en la cama antes de dar mi consentimiento. Me sorprendió ver a la hermana Angélica, aunque por cómo continuaba su semblante impasible supongo que su humor hoy no ha mejorado.
— ¿Ya es hora de rezar la oración de todos los días?
— No. – niega levemente con la cabeza. – En realidad hay alguien que quiere hablar contigo.
Fruncí el ceño y le dediqué la mirada más confusa de toda mi vida.
Todos en este pequeño pueblo me conocían, nadie se acercaba a mí por lo mismo. Soy la chica abandonada que vive con monjas y cuyo padre es un criminal.
En este pueblo el simple hecho de tener mala familia ya es algo inaceptable, puede que por eso mis únicas amigas en este mundo sean las hermanas.
— ¿Conmigo? – me señalo –. Alguien quiere hablar conmigo – repito lo que ha dicho –. Esa es la cosa más absurda que he escuchado en mi vida.
— Sé que te cuesta creerlo y te gusta tomarte todo a broma, pero esto es importante.
— Oye yo no me tomo todo de broma. – me defiendo indignada – Pero en mis diecinueve años de vida nadie ha querido hablar conmigo, solo me sorprende que alguien que no seáis ustedes quiera hacerlo.
Las personas a las que alguna vez les he hecho un favor, jamás les he dado mi nombre real, mucho menos algo que esté relacionado conmigo. El dinero siempre iba a una cuenta aparte de la real y la mayoría de las veces procuraba que fuese efectivo.
Nadie de este pueblo me acepta. Nadie me conoce.
¿Quién se supone que está tan interesado ahora?
— Pues si quieres resolver esas dudas ven conmigo ahora – se gira empezando a caminar –. Y no es un ofrecimiento, Hazel.
No desde luego que no, su tono era de una orden que no permitía ningún tipo de quejas.
Solté un suspiro de rendición, antes de levantarme de la cama y comenzar a seguir a la hermana Angélica quién bien hoy sigue teniendo un comportamiento algo extraño pero que sin duda alguna ha vuelto a ser la matriarca.
No recorrimos los largos pasillos del convento hasta que llegamos a la sala de visitas o también conocida como la recepción del convento. Cada vez que alguien viene a hablar con alguna de las hermanas, a pedirles algo o cualquier cosa que conlleve atender a alguien se hacía en esa sala.
Allí nos esperaba una mujer alta de unos cuarenta y tantos años, vestida de una forma muy elegante y formal, me recordaba a una ejecutiva o una empresaria, pero por alguna razón creo que no era nada de eso.
— Lamento la espera – el tono forzado y frío en la voz de la hermana no pasó desapercibido. – Hazel, ella es la mujer que desea hablar contigo.
Los ojos de la mujer se posaron en mí de una forma casi analizante diría. Parecía querer detallarme poco a poco, aunque no tardó en darme una pequeña sonrisa.
— Hola Hazel es un placer conocerte. – me tiende la mano, la cual acepto por educación
— ¿Debería de saber quién eres?
Sentí el reproche con la mirada que me lanzó la hermana Angélica.
— Oh siento no haberme presentado – se disculpa la mujer dedicándome una sonrisa afable pese a mi tono hosco. –. Soy tu tía Alison.
La miré unos segundos estupefacta antes de que una risa escapara de mis labios sin poder evitarlo. Esto es lo mejor que he escuchado en todo el día. ¿Mi tía? Tan solo de pensarlo me hacía aún más gracia.
— Hazel – me llama la atención la hermana Angélica.
— Oh venga esto es lo mejor que he escuchado – miro a la mujer cuyo supuesto nombre es Alison –. Solo por curiosidad ¿desde cuando eres hermana de mi padre?
— ¿En qué momento he dicho que soy hermana de tu padre? – frunce los labios –. No recuerdo haberte especificado de parte de quién vengo.
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Editado: 17.11.2024