Sagradas Mentiras

Capítulo 7

La CIE

¡Al fin!

Después de bastantes horas en coche y dormir únicamente dos horas en el motel, llegamos a Montana, más concretamente a Kalispell.

Las fotos preciosas que vi en internet no le hacían justicia a las maravillosas vistas que presenciaban mis ojos.

Era hermoso.

No entendía como una de las sedes de una organización de este estilo podía tener su base en un pequeño pueblo y donde se puede decir que sería fácil de localizar si algún enemigo le da por inspeccionar la zona. Después de todo, por muy bonito que sea este pueblo, no sería muy normal que de pronto hubiese un gran edificio de mucho lujo y alta tecnología.

— Muy bonitas las vistas, pero no parece el mejor lugar para tener aquí una base.

— La base no se encuentra aquí. – frunzo el ceño y aparto la vista de la ventana para observarla.

— ¿Y qué hacemos aquí?

— Si te lo digo estropearía la sorpresa – me da una mirada de reojo y sonríe –. No seas impaciente.

Pongo los ojos en blanco y me reacomodo en el asiento por ¿cuarta vez? ¿quinta? Creo que décima vez. Sin duda alguna, no pienso volverme a montar en un coche en una larga temporada ni aunque tenga que caminar horas.

Observo el pequeño pueblo en silencio observando sobre todo las tiendas que se encuentran para en mi tiempo libre poder ir a comprar algo, preferiblemente que esté relacionado con alimentos.

Necesito algo de comer, urgentemente.

Quizás debí haber hecho caso a Bárbara y haber comprado algo en la máquina expendedora que estaba en el motel, pero como soy esa persona a la que no le entra absolutamente nada de comer a las cinco de la mañana pues no compré nada.

Y me arrepien….

— Ya hemos llegado – esas tres palabras hacen que salga de mis pensamientos en un segundo.

Jamás me ha legrado tanto escucharle decir algo.

Miro a través de la ventana y la sonrisa que se me dibujó por saber que llegamos, se me borró en el instante que observé el enorme campus de un instituto totalmente normal.

Creo que mi cara lo decía todo, porque Bárbara elevó una ceja y me dio una sonrisa que dejaba claro lo divertida que le estaba resultando la situación.

— ¿Llevamos más de veinte horas en el coche para que me traigas a un instituto? – no me lo puedo creer - ¿Es en serio?

— ¿Qué tiene de malo? ¿No te gusta? – no espera mi respuesta porque abre la puerta del coche y se baja sin quitar esa sonrisa de pura diversión de su cara.

¡Se estaba riendo de mí!

Ya sabía yo que había algo que no me encajaba, el camino estaba yendo demasiado bien como para que fuese cierto.

Dios, ¿En me he metido?

Abro la puerta del coche y me permito estirar las piernas después de unas siete horas sin poder mover mi querido trasero del asiento del coche.

¡Siete horas para acabar en un maldito instituto!

Y se quejaba de que quisiera quedarme a descansar un rato más porque supuestamente tenía prisa.

— ¿Se puede saber qué hacemos en un instituto? – le pregunto – Si planeas rematarme aquí es tu momento.

— ¿Rematarte?

— Sí, el viaje ya me ha dejado muerta al menos psicológicamente, solo me falta una bala en la cabeza o en el pecho para estarlo del todo. – mis palabras le hacen soltar una larga carcajada.

Y es que sin duda ahora si tienes motivos para reírse, porque he caído en lo que sea que planease muy fácil. En cambio, como todo el mundo podría imaginar, a mí no me hace ni un poquito de gracia.

— Eres todo un caso – niega colocándose las gafas sobre la cabeza y permitiéndome ver el brillo de diversión en sus ojos.

— A mí no me hace ninguna gracia. – me cruzo de brazos – ¿Me vas a decir que hacemos aquí?

— Claro, sígueme. – me hace un gesto con la cabeza y suelto un largo suspiro empezando a seguirla.

— Esto es absurdo.

— Ni si quieras sabes lo que hacemos aquí ¿cómo puedes decir que es absurdo?

— Estamos en un instituto normal y corriente, se suponía que tenías prisa poque debías llevarme a un sitio importante, por eso no me has dejado dormir una horita más.

— Y no te he mentido.

— Me has traído a un simple instituto – digo con exasperación. –Hasta los ensayos del coro eran más divertidos y eso que se llevaban horas cantando una misma canción.

Y su reacción fue morderse el labio inferior porque se estaba intentando contener la risa.

Esta mujer es desesperante.

Ahora entiendo porque la hermana Angélica le pedía paciencia a Dios, si es que ahora entiendo que muchas veces quisiera hasta matarme.

Que malo es el Karma.

— Eres desesperante – murmuro, pero eso solo le hace querer reírse aún más – Pues nada habrá que hacer lo mismo que la hermana Angélica. – digo en un pequeño suspiro y apoyo las manos en mis cadera antes de mirar al cielo – Dios dame paciencia porque como me des fuerza la mato.

Y ahí ya fue cuando empezó a reírse, pero a carcajadas, es más tuvo que detenerse unos segundos para terminar de soltar todo y poder recuperar un poco su compostura.

Mientras tanto, yo me dediqué a incinerarla con la mirada.

— Eres imposible – asegura con una enorme sonrisa. – Está claro que tienes muy poca paciencia.

— No he dormido y la poca que me quedaba se ha ido agotando en las siete horas de camino.

— Bueno al menos no has perdido la gracia. – ruedo los ojos y continuamos el camino.

Eso sí, esta vez en silencio. Creo que como ella volviese a reírse sin duda terminaría de perder la cabeza.

El campus del instituto era bastante amplio. Me resultó algo extraño ya que normalmente los institutos de un pueblo pequeño no suelen ser tan grandes y se puede decir que este lugar es bastante más pequeño que en el que habitaba, pero tiene un instituto bastante grande.

Aunque otro detalle que captó mi atención en estos momentos era que para ser un día lectivo no había absolutamente nadie por el campus y me extraña que todos los adolescentes de este centro sean tan responsables y asistan a todas sus clases.




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