Sak Nikté

CAPITULO 2

POV: Hinata

“Oh, qué rico se ve esto”, era lo único que pensaba cada vez que visitaba mi altar... al menos hasta esa tarde.

Con un suave “crack” a lo lejos, lo vi. Un humano. Aunque se veía extraño. Su piel era clara, demasiado para lo que estaba acostumbrado a ver. Su cabello tenía dos colores: rubio y negro. Pero lo que más me atrapó fueron sus ojos, grandes y almendrados, como los de un gato. No sé cuánto tiempo lo observé hasta que nuestras miradas se cruzaron. En sus ojos vacíos hubo un destello; no sabría descifrar de qué se trataba, solo sabía que, al verlo, sentí lo mismo.

Mi corazón no dejaba de palpitar. Era el humano más hermoso que había visto. Sentía que explotaría de felicidad. No entendía este sentimiento.

Estar a su lado siempre hacía que las plantas florecieran inconscientemente, pues no podía contener mi felicidad.

Dos años sin saber qué era lo que sentía. Solo sabía que verlo era lo mejor de mis días. A su lado, sentía que siempre era primavera. Quería llevarlo conmigo.

"No, eso no está bien. Él no podría vivir en mi mundo", me recordaba cada vez que podía.

Sin saber a quién recurrir, fui al cenote más cercano para preguntar a los espíritus. Ellos llevan años vagando en estos lugares. Se dice que, antiguamente, los cenotes eran sitios de sacrificios, por lo que muchos espíritus los habitan. Pero todos son buenos y sabios, guiados por Chac Mool, un mensajero de la lluvia que sirve al dios Chaac.

Al llegar, me recibió un agua tan cristalina que podía ver las pequeñas piedras debajo de él, cubierto por grandes piedras alrededor. La luz se colaba entre las rocas formando pequeños arcoiris al fondo.
Podía ver a los espíritus reír y disfrutar; había uno que otro sumergido en el agua.

—Chac Mool... ¿qué es este sentimiento? —suspiré, resignado.

—¿Qué sientes al estar con él? —respondió con un eco que resonó en el agua.

—El corazón se me agita hasta el punto de sentir que se me saldrá. Siento que no pienso con claridad. Mi estómago se revuelve, como si quisiera vomitar, pero no de una forma desagradable... ¿Estoy roto? —pregunté con la voz temblorosa.

—No estás roto —hizo una pausa antes de continuar—. Lo que sientes se llama amor. Te gusta ese humano y quieres estar con él. Pero sabes que es imposible, ¿verdad?

Sus palabras resonaron en mi mente, él tenía razón: somos de mundos diferentes. Sin contar la estatura y nuestros orígenes, sin embargo, no podía evitar sentirme así.

"Quiero llevármelo."
"¿Y si se pierde en el bosque y me lo llevo?"

Esos pensamientos empezaron a inundar mi mente.

"No, ¿cómo puedo estar pensando en hacerle daño para llevármelo?"

El amor que sentía por él empezaba a consumir mi ser, solo para mantenerlo a mi lado.

"Esto no está bien."

Lo que un día me dio felicidad empezó a darme miedo. Mi corazón no dejaba de palpitar, mi mente me traicionaba y no sabía en qué momento podría hacerle daño.

Durante el invierno tomé una decisión: le diría lo que sentía. Sin embargo, me preparé para la peor respuesta.

Ahí estaba, frente a él, confesando mis sentimientos. A pesar de haberme preparado, no pude evitar que mi corazón se estrujaba al ver su mirada de pánico y miedo. Cuando me miró, pidiéndome disculpas, mi corazón se detuvo.

"No, no quiero que te sientas así."

No quería que lo malinterpretara. Por primera vez, hablé. Intenté transmitirle paz con mis palabras. Sin embargo, olvidé un pequeño detalle: él no hablaba maya. Pero al mirarlo, vi un destello en sus ojos y supe que, aunque no me entendiera, mi mensaje había sido recibido.

Después de ese día decidí alejarme. Me adentré en mi altar y me obligué a no salir. Mi corazón dolía más de lo que podía soportar. Mi cabeza jugaba en mi contra, diciéndome que fuera por él, que lo tomara, que lo robara. No importaba cuántas veces lo escuchara ir al altar a buscarme, me obligué a no salir, a hacerme el sordo. Pero no podía evitar el dolor que sentía. Mi cuerpo se debilitaba, mis ojos comenzaron a derramar agua. No entendía nada. Me sentía vacío e incompleto.

"¿Así se siente estar enamorado y no poder estar con él? Entonces desearía no haberme enamorado."

"Crack" sonó mi corazón. Borré ese pensamiento.

"No."

A pesar de que dolía, no me arrepentía. Él me dio más felicidad de la que yo pude ofrecerle.

Un año después, con el corazón un poco más ligero, decidí llevarle una flor para hacerle saber que seguía observándolo.

Dejé la flor en su puerta y me escondí. Cuando abrió la puerta, mi corazón dio un vuelco inigualable. El sentimiento por él seguía ahí. Verlo desalineado, buscándome con la mirada, me hizo sentir felicidad, pero rápidamente se convirtió en tristeza al verlo comenzar a sollozar.

"Tengo que ir."

Era lo único que pensaba, pero me detuve a mitad del camino. Sabía que no era lo correcto. Me quedé en mi lugar, observando cómo se limpiaba los ojos y miraba hacia el bosque, susurrando un "gracias" antes de sonreír y volver a entrar.

"Es lo correcto."

Era lo único que me repetía para que mi corazón doliera menos.

Cada año le llevaba una flor. Cada año veía cómo abría la puerta y me agradecía. Cada año veía cómo iba cambiando. Cada año veía cómo crecía, cómo formaba una familia... hasta que la puerta dejó de abrirse. Hasta que ya no había nadie en la casa.

No recuerdo bien cómo pasó. Un día recuerdo ir al altar y sentir mi cuerpo pesado al punto de no poder levantarme; me sentía tan débil que ni cuenta me di cuando me quedé dormido.

"Tap, tap."

El sonido de pasos me despertó. Abrí lentamente los ojos, viendo alrededor. Mi altar estaba un poco sucio, tenía algunas grietas. Me levanté lentamente, sintiendo cómo mi cuerpo, poco a poco, recuperaba movilidad.

"¿Cuánto dormí?"

Terminé de despertar asustado, sin saber qué sucedió. Hice crecer una flor de sak Nikté. Tomando la flor, decidí llevarla de nuevo a la casa de Kenma.



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En el texto hay: leyendas, magia, boyslove

Editado: 13.05.2025

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