POV: Tetsuro Hinata
-¿Qué te pareció la historia?
Le pregunté a Xóchitl mientras limpiaba las pequeñas migajas de galletas de sus mejillas.
—Puaj, muy cursi, papi.
No pude evitar reír.
"Tap, tap".
Escuché pasos a lo lejos y supe exactamente de quién se trataba. Sonreí al ver cómo Xóchitl se levantaba de un salto y corría hacia él.
—¡Papá!
Reía mientras Kenma la levantaba en el aire y llenaba su rostro de besos.
"No me cansaría de esta vista nunca".
Miré mi muñeca, donde la pulsera de hilo rojo descansaba, símbolo de nuestra unión.
—¿Y bien? —preguntó Kenma, sentándose a mi lado con Xóchitl aún en brazos—. ¿Le contaste nuestra historia?
Convertirme en humano no fue fácil.
Al principio, me sentí incompleto. Ya no podía escuchar a los espíritus, ni sentir el murmullo de los árboles, ni ver a las flores abrirse con mi presencia.
Sin embargo no todo estaba perdido, podía sentir presencias o pequeños destellos, probablemente residuos de la conexión que alguna vez tuve con la naturaleza.
Pero en lugar de aferrarme a lo que ya no tenía, decidí aprender.
Descubrí la jardinería.
No tenía documentos, no podía trabajar en muchas cosas, pero eso no importó. Remodelamos el patio trasero y creamos un huerto. Ahora, cultivo frutas, verduras y todo tipo de plantas, y con Kenma como vendedor, se van volando.
Nunca imaginé que mi vida terminaría siendo así.
Nunca imaginé que sería feliz así.
Pero hay algo que nunca dejamos atrás.
Cada año, sin falta, visitamos el altar.
No es una promesa ni una obligación, es nuestro pequeño ritual. Un recordatorio de quiénes fuimos y cómo llegamos hasta aquí.
Xóchitl recoge flores y las coloca con delicadeza frente a la pequeña construcción de piedra. Kenma se sienta a un lado, observando en silencio, como si en su mente aún pudiera escuchar los ecos del pasado. Y yo... simplemente cierro los ojos y dejo que el viento me acaricie el rostro.
No sé si el alux que fui alguna vez sigue presente en este lugar.
Se que los espíritus nos observan, cada luna llena un conejo tan blanco como la nieve se posa en la entrada, este animal siempre se a asociado a la diosa Ixchel, me gusta pensar que cada luna baja a visitarnos.
Algo de lo que estoy seguro, cada vez que vamos al altar, siento que el lugar nos recibe con calidez.
Como si nunca nos hubiera olvidado.
—Papi me estaba contando su historia de amor —dijo Xóchitl de repente, sacándome de mis pensamientos.
—¿Ah, sí? —Kenma alzó una ceja—. ¿Y qué te pareció?
—Demasiado larga. Y muy cursi.
Kenma soltó una carcajada.
—Estoy de acuerdo contigo.
—Oye —fingí indignación.
Él solo se encogió de hombros y sonrió de ese modo tan suyo.
—Yo también quiero escucharla.- una sonrisa ladina ,se depósito en sus labios.
"Ah, esa bendita sonrisa".
No pude evitar depositar un beso en sus labios y sonreír; no me canso de verlo.
Tuvimos problemas como cualquier pareja, pero juntos logramos superarlos. Nuestra vida era plena, aunque aún nos faltaba algo.
Paternidad.
Hace cuatro años adoptamos a Xóchitl, cuando apenas tenía seis meses. Fue difícil al principio.
Recuerdo la primera noche que la trajimos, estaba tan asustado porque no dejaba de llorar, Kenma trabajaba hasta tarde, estaba a punto de llorar igual, hasta que alguien llamo a la puerta, era su mamá de Kenma.
Ella se quedó con nosotros unos días, me enseñó como cuidarla y me dijo algo que nunca olvidaré.
"Nadie sabe cómo ser padres Hinata, es un viaje de auto descubrimiento pronto sabrás de lo que eres capaz por esta niña tan pequeña"
Tenía razón, no hemos adaptado a llevarla al kinder, a enseñarle la naturaleza desde mi punto de vista, su madre fue de mucha ayuda, siempre nos apoyo, ella fue quien me enseñó la jardinería, siempre creyó en qué saldría adelante en todo.
Ahora, diez años después de aquel día en el cenote, estamos aquí. Con una preciosa niña, un esposo fenomenal, una casita en medio del bosque y un trabajo que amo.
Si tuviera que volver el tiempo atrás, haría todo exactamente igual.
—Te amo —solté sin aviso.
Kenma me miró sorprendido, con ese brillo en sus ojos que siempre me hace sentir como si el mundo entero desapareciera a su alrededor.
—Yo igual —respondió, depositando un beso en mi mejilla.
—¡Puaj, qué asco!
Nos miramos y reímos. Xóchitl definitivamente tenía la personalidad de Kenma.
—Hora de ir a la cama —dije, levantándome del sofá.
Mañana sería un día cansado, era la época de sequía, iríamos al cenote a celebrar una ceremonia para que chac nos mande lluvia y los frutos puedan crecer.
—Yo la llevo —se ofreció Kenma—. Tú descansa.
Observé cómo se alejaban, con Xóchitl aún quejándose de nuestra muestra de afecto.
Sí, en definitiva, él es la persona con la que quiero pasar esta vida... y todas las que siguen.