Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.
Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto del todo repulsivo, emanaba una atmósfera de desolación que la envolvía como un manto helado. A su alrededor, otras chicas compartían su destino, con rostros marcados por el miedo y la desesperanza, lágrimas que caían como lluvia en un día gris. El silencio era abrumador, solo interrumpido por los sollozos que resonaban en la penumbra, un lamento colectivo que parecía absorber toda luz y esperanza.
Ella se sentó en un rincón, con la mirada perdida en un vacío que reflejaba su propio tormento, incapaz de articular una sola palabra. Su mente era un torbellino de pensamientos caóticos, pero en medio de la tormenta, una chispa de fe persistía en su corazón. Apretó con fuerza el crucifijo que colgaba de su cuello, un símbolo de clemencia y protección, como si invocara una fuerza superior que la guiara a través de la oscuridad. En ese instante, mientras el frío la envolvía, una pequeña llama de valentía comenzó a arder en su interior. Blair sabía que, aunque el camino que tenía por delante era incierto y aterrador, no estaba dispuesta a dejar que la desesperanza la consumiera. Su historia apenas había comenzado y en su pecho latía la promesa de una lucha por la libertad que aún no había terminado.
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Blair, sentada en un rincón oscuro de la habitación, sintió que su corazón se aceleraba cuando un joven se acercó a ella. Tenía un aspecto tranquilo, casi apacible, pero la tensión en el aire era palpable. Con una bandeja en la mano, le ofreció comida y agua, pero su mirada delataba una profunda tristeza.
—¿Qué van a hacer conmigo? —preguntó ella con la voz temblorosa, buscando desesperadamente respuestas en los ojos del joven.
Él bajó la mirada, visiblemente avergonzado. —Tú... tú has sido vendida a una red de trata de personas —murmuró con voz apenas audible. —Probablemente te llevarán a un lugar donde nunca querrás ir.
Blair sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor.
—¿Un prostíbulo? —preguntó, y la realidad la golpeó como un puñetazo. Comenzó a temblar, invadida por la angustia.
El joven asintió, evitando su mirada. —Lo siento. Yo... no puedo hacer nada.
Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta, lanzando una última mirada furtiva a Blair antes de desaparecer en la oscuridad.
Ella se quedó allí, paralizada por el miedo, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos confusos. El pánico se apoderó de ella y comenzó a temblar, tomando conciencia de la horrorosa realidad de su destino.
—No, no, no... —murmuró, con lágrimas en los ojos. —No puedo dejar que esto suceda.
Cada latido de su corazón resonaba como un grito desesperado, como una promesa silenciosa de luchar por su libertad. Sabía que debía encontrar una manera de escapar, de romper las cadenas invisibles que la rodeaban. La determinación despertó en ella, alimentada por el miedo y la esperanza.
«No dejaré que este sea mi destino», se prometió, lista para hacer lo que fuera necesario para recuperar su vida. Las palabras del joven resonaban aún en su mente, pero ahora eran el catalizador de su revuelta. No podía rendirse, no ahora.
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Al cabo de unas horas, Blair sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando la palabra «subasta» resonó en el aire como un eco ominoso. Su corazón latía con fuerza, y la rabia se encendió en su pecho al mirar al hombre que se acercaba. Su mirada oscura y maliciosa presagiaba una tormenta inminente. Era un hombre robusto, con una sonrisa que no prometía nada bueno, y su presencia era tan intimidante que hacía que el aire se volviera denso.
—Mira qué joya tenemos aquí —dijo el hombre, saboreando cada palabra como si fueran dulces. Su voz era grave y seductora, pero en ella había un filo que cortaba como un cuchillo. —Asegúrate de que destaque entre las demás, querida. Esta belleza será la sensación de la noche.
La mujer a su lado, con una sonrisa fría y calculadora, asintió con entusiasmo. Sus ojos brillaban con una mezcla de ambición y deseo, como si ya pudiera imaginar el oro que brillaría en sus manos tras la venta de Blair.
—No te preocupes, pequeña —dijo la mujer, acercándose a Blair con una suavidad engañosa. —Te haré brillar como nunca antes. Nadie podrá resistirse a ti.
Blair, con su cabello rojizo ondeando como llamas y sus ojos verdes llenos de ímpetu, se sintió atrapada en una telaraña de intrigas y peligros. Pero en su interior, una chispa de rebeldía comenzaba a arder. No iba a permitir que la convirtieran en un objeto de subasta. Con un movimiento rápido, se plantó firme, desafiando al hombre con la mirada.