Fernando
Desde que tengo memoria mi vida ha sido complicada, soy como una mancha en la vida de los demás, siempre estuve de aquí para allá, nadie quería a un mocoso mugroso ensuciando sus casas, un día que estuve en la calle robando para ganarme la vida llego el mafioso que todos respetan y adoran por el simple hecho de velar por el pueblo, “Ignacio Montero”, él vivía en el mismo pueblo que yo, hasta que decidí irme a la ciudad de México a buscar mi futuro.
Tenía 10 años cuando lo volví a ver, seguía viéndose imponente y poderoso, un hombre robusto, con barba y coleta, era poderoso, por donde pasaba lo veneraban, ese día recuerdo que puso sus ojos en mí, me desafío a la muerte, realmente no tenía nada que perder así que cedi, no solo gane una recompensa, sino que también su respeto por ser valiente a tan corta edad.
Me ofreció vivir con él, me ofreció una educación, me ofreció comida, un techo y buenas ropas a cambio de mi lealtad y mis servicios. A los 13 me volví el mejor, mataba, robaba, era inteligente y sobre todo nadie dudaba de mí, eso hizo que me ganara el odio de muchos de sus hombres en especial del tuerto, el hombre que estuvo con el jefe desde sus comienzos, realmente no me importaba morir, pero el jefe siempre intervenía por mí.
En la organización conocí al pinocho, un chico de mi edad, trabajamos juntos yendo a muchos lugares para entregar merca, nos volvimos inseparables e indestructibles, teníamos heridas de nuestras batallas, sinceramente yo odiaba la cicatriz en mi cuerpo, sin embrago, el picho me hacía amarlas, siempre decía que eran la marca de nuestras victorias.
Cuando cumplimos los 18 nos ganamos nuestro tatuaje perteneciente a la organización, consiste en un roble, porque la organización debe ser fuerte como un roble, el pinocho se puso su tatuaje en la espalda mientras que yo en el antebrazo, era el único que lo tenía visible. Un año después nos encontramos regresando a la ciudad, debemos darle informes al jefe.
—Después de darle el informe al jefe vayamos al prostíbulo, quiero hablar con delia — comenta el pinocho.
—No, odio ese lugar.
—Alma estará feliz de verte, han pasado tres meses desde que nos fuimos — me mira, mientras esperamos la combi.
Cierto, había olvidado a alma, ella es una chica dulce y hermosa, trabaja en un prostíbulo desde que su madre la vendió por droga, la conocí cuando cumplí 15, el jefe se dio cuenta que estaba interesado en ella y la puso exclusiva para mí, aunque eso me alivia ya que así no la toca ningún degenerado, tiene que ser atada ahí, prometí que cuando sea poderoso la sacaría de ahí y la llevaría a vivir a un palacio.
—Bien, me convenciste.
Juan (el pinocho) aplaude y yo ruedo los ojos, cuando se para la combi me sube y le digo la dirección, llegamos y nos subimos a una camioneta que nos llevara al rancho.
—Pero si han llegado las princesas — nos recibe el tuerto.
—Y nuestro príncipe ha salido a encontrarnos — le guiño un ojo pasándole al lado, escucho a juan burlarse.
Me adentro a la mansión y me dirijo al despacho del jefe, toco a la espera del permiso para entrar, cuando lo recibo me adentro con juan a la oficina enorme del jefe, no es un secreto que al jefe le gustan las cosas grandes que griten lujo.
—Mi querido diablito — me extiende los brazos.
Le tengo aprecio al jefe, pero lo odie el día que me puso ese apodo “Diablo” dijo que eso era, el diablo, el mal, lo único a lo que venía era a causar tragedias, simplemente tenía que dejar salir mis demonios, al carajo con eso.
—Jefe — le hice una pequeña reverencia y el rio.
—Sabes que conmigo no tienes que ser formal chico, dime Ignacio — miro a juan con aburrimiento — no es necesario que traigas a tu gato.
Apreté la mandíbula y por primera vez en todo el viaje reí sin alegría, miré a juan quien ya estallaba en llamas.
—Él no es mi gato, le pido el mismo que respeto que me da — dictamine e Ignacio arqueo una ceja.
—Pequeño diablo, te recuerdo que el jefe soy yo — pronuncio con voz ronca — trato a quien quiero como se me da la gana.
—Muchas veces los malos tratos hacen traicioneros a las personas — menciono alzando la barbilla.
El jefe se me acerca con mirada feroz que intimidaría a cualquiera, mira por encima de mi hombro y después palmea mi hombro.
—Amo que defiendas a los tuyos, así enfrentes a un perro grande — suspira regresando a su lugar — me recuerdas a mí de joven, pero bueno tomen asiento.
Hacemos lo que nos pide, ambos damos el informe sobre nuestra misión de eliminar a un capo estorboso, cuando salimos de la oficina juan suspira.
—Es aterrador, sigo sin creer que lo enfrentes — dice mientras nos encaminamos a una de las camionetas.
Le tuvimos que pedir permiso para ir al prostíbulo ya que estos días hay más clientes que de costumbre.
—No da miedo — le digo antes de subir a la camioneta posicionándome en el lugar del piloto.
—Alma se volverá loca cuando te vea — sonríe con complicidad, mientras yo ruedo los ojos.
Al llegar al prostíbulo, me detengo a observar los cambios que hicieron, está más grande que antes, miro a delia bailar en el tubo y a juan ponerle dinero en la tanga, ruedo los ojos, me encamino al bar y pido un coñac.
—Adivina quién soy — la voz dulce me hace sonreír.
—¿El pato Lucas? — digo y ella ríe.
—Te extrañe, precioso.
Entrelaza sus manos alrededor de cuello, la tomo de la cintura acercándola a mí, la beso con salvajismo, seria mentira de mi parte decir que no extrañe a la preciosa, extrañe sus ojos color miel, sus labios carnosos, sus sexys curvas, extrañe acariciarle el cabello, me separo de ella por falta de aire, mirándola bien ha bajado de peso, frunzo el ceño, ella es una chica hermosa, morena, cabello que le llega hasta la parte baja de la espalda, pelo castaño, es alta.
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Editado: 09.11.2024