Mónica
Ya una semana desde que hicimos el viaje a Querétaro, la universidad se ha puesto pesada ya que casi son los exámenes, debemos hacer prácticas, todo un relajo, necesito más dinero ya que nos pidieron materiales caros, miro a mi padre quien está haciendo corte de caja, siempre he odiado el hecho de pedirle dinero.
—Conseguiré un trabajo — mi padre se gira tal cual niña de exorcista.
—No te escuche, creo que empiezo a tener problemas auditivos — se ríe.
—Si me escuchaste no te hagas — lo miro como perrito regañado y el me mira molesto.
—¡No!
—Pero…necesito dinero, no puedo pedirte todo el tiempo, tienes tus gastos, a parte ya sé que volviste a pedir un préstamo, es por eso que has estado estresado las últimas semanas ¿No?
Lo ataco como puedo, sé que este señor no es fácil de convencer, pero si se haya acorralado tiene que acceder si o si, sonrió satisfecha cuando me mira casi como si buscara excusas.
—Mañana voy a…
—Soy tu padre y es mi obligación mantenerte hasta que vea que te puedes valer por ti misma, ahora mismo estas estudiando, no puedes distraerte — contrataca.
—Pero…
—No hay pero que valga, he dicho, ya pagué la deuda, pediré otro préstamo para la tienda y para ti, confía en mí.
Lo miro mal sabía que decirle era inútil, trato de convencerlo de nuevo, pero me calla diciendo que si quiero trabajar mejor atienda la tienda y el me paga.
—Papá aún está aquí, así que no tienes que preocuparte de nada mi niña.
Besa mi cabeza sonrió ante tal gesto, lo abrazo, me prometo sacarlo de este mundo de las deudas, algún día no se tendrá que preocupar por nada más que por mantenerse sano.
…
Como hoy no hubo clases me dedico a limpiar la tienda, llega un cliente al que no había visto por aquí, muestro mi mejor sonrisa, el chico esta serio mientras elige productos básicos para comer, los deja sobre la mesa para cobrar, hago su cuenta.
—Son 50 — el chico me mira con desdén mientras me da un billete de 500.
—¿No tendrás los cincuenta? Es que no tengo cambio.
—No se supone que es una tienda, deberían tener bastante cambio — habla tajante.
—Así discúlpeme, era una broma tengo hasta para cambiarle uno de mil — comento, molesta mientras saco las monedas.
Las empiezo a contar, escucho que resopla, lo volteo a ver molesta y el me mira molesto.
—No quiero moneditas.
—Pues es tienda de pueblo, aquí se paga más con monedas que con billetes grandes — le respondo lo más amable que pueblo.
Desgraciado estúpido.
—Deja de insultarme.
Lo miro sorprendida, ¿pensé en voz alta?
—Tu cara me dice que ya me insultaste como unas cien veces.
—Pues tu cara me dice que eres un estup-
Carraspeo y continúo contando mis monedas.
—Dilo que no te de pena decirlo — me reta con una sonrisa burlona.
—Si le pido de favor que me deje contar su cambio ya que no tengo todo el día — sonrió.
Cuando termino de contar le entrego su cambio, con una sonrisa espero que se largue, pero no se mueve el maldito, me mira como si fuera un chango al que le divierte ver.
—Somos vecinos, no me gustaría llevarme mal con mi nueva vecina.
—Un gusto — digo con desdén, me mira con una ceja enarcada — ¿Qué?
—Tu nombre…
—Me llamo Mónica y tú.
—Así que el chango rabioso tiene nombre — se ríe, toma sus cosas y se larga.
La cara me arde de coraje, sigo limpiando esperando que el coraje se vaya o que el cliente regrese para aventarle una lata de chipotles. Se llega la tarde, papá llega con unos tuppers lo cuales contienen comida, nos acomodamos.
—Hija que sucedió, te noto molesta.
—Nada papá, solo que odio cuando llegan clientes groseros.
—Sabía que no era buena idea que estuvieras aquí — lo miro ofendida.
—¿Disculpa?
—Sabes bien que eres muy malhumorada, cualquier cosa te lo tomas personal y terminas peleando.
—Pero es que…
—Mejor cambiemos de tema o terminaremos discutiendo — sonríe y asiento de mala gana — escuche que hay un nuevo inquilino en el pueblo.
—Si es con el imbécil que vino, entonces ya lo conocí.
—Sin malas palabras — me mira feo — hable con él y parece buen chico.
—Es como una víbora, te está engañando — suspira cansado.
—Se llama Fernando.
—Me dijo chango rabioso — hago un puchero.
Mi padre en vez de molestarse suelta a reírse.
—Parece que ya hasta se pusieron apodos cariñosos.
Lo miro molesta, terminamos de comer, el resto de la tarde él se queda en la tienda y yo regreso a casa, aprovecho para terminar mi tarea, cuando la noche llego dejo mis libros y me dispongo a preparar la cena, miro la ventana confundida pues hoy Kevin no vino, normalmente estaría haciendo la cena hablando de lo mucho que ama a su ex.
Cuando mi padre llega cenamos mientras charlamos de nuestra serie favorita, de nuevo se va un día mas, que agradezco tener a mi padre aun conmigo y estar bien.
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Editado: 09.11.2024