Sálvame

Capitulo 22. Vibora

Fernando

Veo a Edna moda caminar a la pista de baile, parece que le están dando calambres, oculto mi sonrisa tras el vaso de vodka que pedí, una mano toca mi hombro me giro para ver que imbécil osa a poner su sucia mano en mi hombro, sin embrago, no logro hacer mucho pues una boca se estampa contra la mía, mete su sucia lengua dentro mi boca, la empujo.

La maldita me mira con una sonrisa, cuando me voy a limpiar la boca, llega Mónica y Kevin a mi lado, tenso la mandíbula, mi mirada se desvía a la mano de Kevin quien braza a Mónica, Mónica me mira y después a diana.

—¿Qué? Tengo monos en la cara — habla la mosquita muerta.

Mónica frunce el ceño.

—Porque te comportas así, hace una semana que…

—Porque querría hablar con una mala amiga como tú — se acerca peligrosamente a Mónica.

Me pica la mano por apartarla, Kevin se interpone entre las dos.

—No sé qué paso, pero no es lugar para resolver aquí las cosas.

—No tengo interés en resolver nada, Mónica me demostró que es una hipócrita, ten cuidado, las víboras suelen atacar cuando se sienten acorraladas.

Mónica le propina una cachetada, puedo ver sus ojos cristalinos, intenta ser fuerte, pero los ojos se le han puesto rojos, la barbilla le tiembla y apuesto que si habla se pondrá a llorar.

—Yo no le he dado pie para que pase nada, sabes que jamás te haría algo así — menciona Mónica.

Diana va a hablar, pero Mónica no se lo permite toma sus coas y se marcha detrás de ella Kevin, diana me voltea a ver, ruedo lo ojos y paso por su lado, cuando salgo la leve brisa fría me golpea el rostro, mis ojos la buscan mas no la encuentras, decido sacar un cigarro, Dios porque las mujeres son tan complicadas, recuerdo que me paso algo similar con alma, aunque esa vez termino en golpes.

Me largo, no me interesa estar en problemas de faldas, llego a casa y algo del auto con una sonrisa, la silueta de Edna moda se hace ver entre las sombras se acerca a mí con paso decidido, cuando está cerca me propina una cachetada que me voltea la cara, mi cara de asombro debe ser una obra de arte.

—No te quiero cerca de mí — murmura.

La miro, lagrimas siguen cayendo de sus ojos, puedo ver rabia acumulada en sus ojos, rio por lo bajo sobándome el golpe.

—Te pondrás así por una pu…

Otra cachetada resuena por el solitario lugar, ahora tengo que poner ambas manos sobre ambas mejillas, mi orgullo no me lo permito así que me limito a ver al duende furioso que parece que me quiere asesinar.

—Una sola palabra más y te arrepentirás.

Su intento de amenaza me hace reír, asiento, cruza los brazos y se endereza, por unos minutos me examina hasta que decide darse la vuelta e irse, sonrió la tomo del brazo y la giro haciendo que choque contra mi pecho me mira con el ceño fruncido, antes que pueda decir o golpearme estampo mi boca contra la suya, intenta zafarse, mis manos toman sus manos llevándola atrás de ella.

Libero una de mis manos para tomar su nuca y poder profundizar el beso, aunque al principio no me lo permite hago que su lengua y la mía empiecen una batalla, la pego más a mí, sintiendo como un bulto crece en mi entre pierna, el duende logra zafarse, me empuja, su respiración agitada es como música para mis oídos, mientras ella se limpia la boca yo paso mi lengua por la mia.

—¿Qué te pasa imbécil? — chilla.

—Me prohibiste hablar así que me decidí expresar de otra manera — sonrió.

Intenta golpearme de nuevo, detengo su mano en el aire y me acerco a ella, sus ojos se abren de par en par.

—Por cada golpe que me des yo te besare — murmuro — así que falta otro beso.

Se aleja con horror.

—Otro beso y te dejo sin huevos.

Amenaza apuntando mi entrepierna, no puedo evitar la carcajada que sale de mi garganta, inclino mi cabeza para atrás, puedo ver el cielo oscuro teñido de estrellas blancas, siempre pensé que era una pintura que nos regalaban por los días malos, vuelvo mi cabeza a enfrente y mi vista al duende que me mira como si ya me hubiera lanzado veinte granadas.

—Me veo tentado a correr el riesgo — sonrió.

—No — se tapa la boca — ella tiene razón, ni siquiera sé porque estoy aquí.

Su repentina actitud me confunde, frunce el ceño, pone sus brazos sobre su cintura y mira el suelo, de repente su mirada da con la mía y puedo ver cómo está a punto de llorar.

—Le gustas y yo…yo estoy aquí — su barbilla tiembla.

Ese gesto me da ternura, reprimo una sonrisa y me acerco a ella, da un paso atrás, con mis ambas manos en su cintura la jalo a mí, tomo su barbilla y la obligo a mirarme.

—Pero a mí me gustas tú — murmuro — puede que todo esto sea mi culpa, porque le dije la verdad, no me fijaría en ella estando tú.

Intenta empujarme así que refuerzo mi agarre en su cintura.

—Hablare con ella y arreglare este desastre solo si me das una oportunidad.

—No. He leído muchos libros y el final es de una protagonista con el corazón roto.

Suelto otra carcajada, nunca me había reído tanto en mi vida como este día, Dios esta mujer es bárbara, estoy hablando de algo serio y ella me sale con sus cosas, una de mis manos cubre mi rostro, le doy la espalda, sabía que sería complicado, aunque me gusta, cuando estoy a su lado no pienso en cierta víbora de cascabel.

—Aun así, te agradecería si hablas con ella, tal parece que contra ti no tiene nada.

Me doy la vuelta, ella mira sus manos, la llevo a su casa, el regreso a mi casa es algo tenebroso, temo que me salga un nahual por aquí, cuando llego a mi casa saco mi teléfono y marco al número de la mosca muerta de diana, no tarda ni dos tonadas cuando contesta.

“Déjame decirte que no soy plato de segunda mesa”. Su comentario me hace rodar los ojos.

Acomodo mis pies sobre la mesa que adorna la sala, exhalo el humo que estaba en mi boca, una sonrisa torcida se forma en mi boca.

“Pues déjame decirte que ni siquiera te considere una opción. En fin, ese no es el motivo de mi llamada”




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