Habían pasado más de 24 horas desde que recibí la noticia, y seguía sintiéndome igual de mal. El golpe de la pérdida me azotaba con una intensidad que jamás había imaginado. El dolor era tan profundo que sentía como si todo mi ser se hubiera sumergido en un abismo insondable. Cada vez que intentaba aferrarme a los recuerdos, sólo encontraba un vacío desgarrador.
El silencio en mi habitación era tan abrumador que me vi obligada a escapar de ahí. Fui en busca del lugar donde se crearon los pocos recuerdos felices que aún tenía. Tras varios años, regresé a la casa de mi padre.
—Señora Danielle… —Clavé la mirada en la mujer que me observaba con una mezcla de sorpresa y lástima.
—¿Y Agustina? —pregunté, sin ánimo para una conversación.
—Tuvo que salir por trabajo… —me di la vuelta y me dirigí a la habitación de mi padre.
No tardé en llegar, pero no me atreví a entrar de inmediato. Desde que me obligó a casarme, había cortado toda relación con él. Dejé de interesarme por su vida y, por orgullo, me negué a visitarlo incluso cuando sufrió el accidente que lo dejó en coma. Habían pasado tantos años que ni siquiera sabía cómo estaba físicamente.
Tras varios minutos frente a la puerta, decidí entrar. Lo que encontré fue un hombre delgado, frágil, casi irreconocible. Si no fuera por su rostro, hubiera dudado de que fuera mi padre.
—Han pasado muchos años, padre… —me acerqué a la cama—. Juré que nunca volverías a verme, pero aquí estoy, de nuevo en tu casa, frente a ti. ¿Cómo habrías reaccionado al verme si no estuvieras postrado en esta cama? ¿Estarías feliz o decepcionado? —Sonreí con amargura, luchando contra la presión en mi pecho—. Supongo que estarías feliz, pero no quiero que lo seas. Quiero que te arrepientas de lo que me hiciste. Quiero que recuerdes lo miserable que fui por tu decisión… Mi vida se convirtió en un caos por tu culpa…
Inesperadamente, mi cuerpo cedió, y sin darme cuenta, solté un lamento.
—¡Por tu culpa mi vida es un desastre! ¡Despierta y haz algo para cambiarla! ¡Despierta y carga con esta culpa que me consume! ¡Despierta y mira en qué acabó tu decisión! Tu yerno y tu nieta… están muertos. ¡¡Están muertos!!
La incapacidad de llorar me llevó a buscar otra vía de escape. Gritar, reclamar, reprochar… era todo lo que podía hacer para desahogar mi dolor. Parte de mi frustración, tormento, culpa y resentimiento quedaron sellados en esa habitación. Quería que mi sufrimiento acompañara a mi padre hasta el final de sus días.
[***]
Estaba acostumbrada a vivir en mi propio mundo, uno hecho de soledad y amargura. Pero al regresar a casa, la realidad pulverizó mi intento de indiferencia. Aunque había un par de personas, la ausencia era abrumadora.
Con un nudo en la garganta, me dirigí rápidamente a mi habitación. Quería dormir, olvidar todo, pero mi cuerpo, más honesto que mis pensamientos, me llevó hasta la habitación de Noelle.
No tuve la fuerza para resistirme a lo que en el fondo de mi corazón deseaba hacer. Entré en la habitación, impregnada de un dulce aroma floral. Todo estaba ordenado, claramente no ocupada, pero con rastros de su dueña.
Me acerqué al escritorio y tomé un portarretrato. Deslicé mi dedo por una fina capa de polvo que limpié rápidamente, revelando una cálida sonrisa.
—Así te ves cuando sonríes… Incluso tu sonrisa es igual a la de tu padre… Siempre odié que te parecieras tanto a él… Tal vez, si hubieras heredado más de mí, te habría tratado de otra manera…
Nunca quise ser madre de esa manera. Aborrecía saber que en mi vientre crecía la mayor prueba de mi tristeza, pero era mi sangre. En ese momento de reflexión me di cuenta de que, si Noelle no hubiera sido tan parecida a su padre, tal vez habría aprendido a quererla.
—Pero nada de lo que diga ahora cambiará las cosas… El “quizás” no puede traerte de vuelta… —Mi voz se quebró, pero seguí hablando—. Un día escuché a Lisbeth hablar de ti. Decía que eras una niña dulce, inteligente, obediente… pero desobedeciste la ley de la naturaleza. Ningún padre debería enterrar a su hijo. Sé que no te traté como una hija, sé que te abandoné, pero aun así, te traje al mundo. Aunque siempre renegué de ti, te llevé en mi vientre durante nueve meses. Eso me convierte en tu madre…
Limpié mi nariz.
—Noelle, odiaste a tu madre hasta que tus ojitos se cerraron, ¿verdad? —pregunté en un susurro, y al instante sentí como mi alma se rompía en pedazos, yo misma había respondido a esa pregunta.
Me sentía destrozada.
[***]
—Danielle, despierta —abrí los ojos con esfuerzo.
—¿Qué haces aquí?
Me senté en la cama con dificultad; todo a mi alrededor daba vueltas.
—Me preocupas, Danielle —dijo con un tono de exaltación.
—Estoy bien.
—¿Bien? —Agarró una botella de whisky del suelo—. Te has pasado los últimos quince días bebiendo. ¿Te has visto en un espejo? Te ves lamentable.
—Entonces, ¡no me visites! ¡Ve a cuidar de mi padre, yo puedo cuidarme sola!
—Danielle, ¿por qué dejas que esto te afecte tanto? ¿No los odiabas?