Salvaré este Matrimonio

CAPÍTULO 11

Mi vida se desmoronaba poco a poco, mientras Artemis Freeman seguía durmiendo, completamente ajeno a todo. Una oleada de rabia me invadió, una furia que se dirigía tanto hacia él como hacia mí misma. Si Darren no hubiera estado allí, probablemente habría hecho algo terrible al hombre que me había causado tanto dolor.

Mi mejor amigo, con esa ternura que solo él sabía ofrecer en momentos tan oscuros, cubrió mi cuerpo desnudo y me tomó en sus brazos, alejándome de esa habitación que me estaba enloqueciendo. Me llevó a una de las habitaciones de invitados, intentando brindarme algo de consuelo en medio de todo aquel caos.

—Danielle… —murmuró, su voz cargada de preocupación.

—Necesito ir al baño —le respondí, con una tristeza tan profunda que parecía haber arraigado en lo más profundo de mis huesos.

Darren no dijo nada más. Respetó mi deseo y me ayudó a llegar al baño, otorgándome la privacidad que tanto anhelaba. No pasó mucho tiempo antes de que mi cuerpo se desplomara bajo el agua de la ducha. Con esfuerzo, abrí la llave, rogando internamente que aquella corriente lograra borrar las huellas que Artemis había dejado en mi piel.

El dolor que sentía era indescriptible, una mezcla de repulsión y desesperación que me consumía. Aunque no podía recordar con claridad lo sucedido, sentía una necesidad urgente de arrancar de mi mente y mi cuerpo cualquier rastro de aquella noche. La repugnancia era tan intensa que, por un momento, casi me desgarré la piel con mis propias uñas, en un desesperado intento por liberarme de la sensación de haber sido profanada.

[***]

A pesar de la debilidad que sentía, y a pesar de la náusea que me invadía, decidí buscar a mi novio. Mientras caminaba por los pasillos de la casa, me encontré con mi padre. Su mirada era una mezcla de reproche y desilusión que me perforó el corazón.

—Papá, necesito que me escuches... —intenté, rogando que me diera la oportunidad de explicarme.

—No es necesario que te justifiques. Lo que vi fue suficiente —su tono cortante me dejó helada.

Sus palabras me hicieron sentir tan desprotegida que, sin poder evitarlo, grité con desesperación:

—¡Él me violó!

—¡Deja de decir mentiras para encubrir tu error de juicio!

—¡No te estoy mintiendo! ¡Abusó de mí! —Mi voz se quebraba con cada palabra.

—Eso no fue lo que todos vimos... —contestó mi padre, robándome hasta el último aliento—. Estabas recostada sobre su pecho, dormida como si nada. En el suelo había una botella vacía de vino. ¿Acaso no te has visto en un espejo? Tu cuerpo no muestra señales de agresión.

Me quedé atónita ante la frialdad de su razonamiento.

—¿P-papá...?

—Alfonso, no seas tan cruel —intervino mi madrastra.

—¿Qué quieres que haga? ¿Aplaudir lo que ha hecho? —replicó mi padre sin un ápice de compasión.

—No, pero...

—¡Soy tu hija! ¡Te estoy diciendo que me violaron, y te da igual! ¿Por qué me tratas así en vez de ayudarme a denunciarlo? —lo miré, implorando una reacción distinta, pero su respuesta fue devastadora.

—¿Qué estás diciendo? ¿Denunciar? ¿Estás loca? No harás ningún escándalo. No vas a desprestigiar a esta familia.

—Tu padre tiene razón... —intentó agregar Agustina, pero no pude soportarlo más.

—¡Cállate! —grité—. ¿Te importa más tu orgullo que la integridad de tu hija? ¡Me violaron y me exiges que lo acepte en silencio para no manchar el nombre de esta familia! ¡Soy tu sangre, no un objeto sin sentimientos!

—Es su socio —respondió Agustina, en un intento de justificar lo injustificable.

—¿Un socio es más importante que yo? ¿Cuánto tengo que pagarte para tener tu apoyo, papá? —Retrocedí un paso, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba—. ¡Tú, el hombre que debía protegerme, no cree en mí!

Con el alma rota y la mirada baja, seguí caminando. No había razón para intentar aclarar lo que ya había sido sentenciado por aquellos que se suponía debían protegerme.

Aunque el dolor emocional me superaba, me obligué a seguir buscando a Logan. Cada paso que daba me pesaba como una condena, pero finalmente llegué a la puerta de su habitación. Toqué suavemente, esperando que quisiera escucharme.

—¿Quién es? —preguntó desde dentro, su voz cargada de cansancio y dolor.

No respondí. Sabía que si me escuchaba, me rechazaría de inmediato, así que solo volví a tocar.

—Un momento...

Cuando finalmente abrió la puerta, su mirada fue suficiente para romper lo poco que quedaba de mi corazón.

—¿Qué haces aquí?

—Logan, tenemos que hablar. Por favor, escúchame...

—Lo que vi fue suficiente —su tono era frío, distante.

Intenté tocarlo, pero apartó mis manos con desprecio.

—Logan, por favor... no me trates así. Estoy destrozada, necesito a mi novio.

—¿Novio? —rió con amargura—. Después de lo que hiciste, ¿de verdad crees que sigo siendo tu novio? Esto se acabó, Danielle. Te vi desnuda, en la cama de otro hombre.




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