Cada palabra que pronunciaba el notario me taladraba los oídos. Estar tan cerca de mi casi esposo era una tortura insoportable, no solo por el odio que le tenía, sino por las náuseas que me provocaba su mera presencia. Afortunadamente, la pesadilla estaba a punto de terminar.
—Los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia...
La sola idea de que él me besara me asqueó tanto que tuve que hacer un esfuerzo monumental para disimular una arcada.
—¿Estás bien? —preguntó mientras tocaba mi hombro, pero ante mi mirada fulminante, retiró su mano rápidamente.
El notario, incómodo, aclaró su garganta y repitió:
—Puede besar a la novia.
El silencio que siguió fue abrumador. Aunque estaba de espaldas, podía sentir las miradas inquisitivas de los invitados, todos a la expectativa de ese beso que nunca llegaba. La falta de iniciativa por parte de ambos provocó murmullos que comenzaron a llenar la sala, intensificando la incomodidad. Quería salir corriendo de ahí.
Justo cuando pensaba que el momento no podía empeorar, sentí cómo su rostro se acercaba al mío. El horror y la repulsión se apoderaron de mí. No pude seguir fingiendo; giré mi cabeza, y sus labios, los mismos que tanto despreciaba, se estamparon contra mi mejilla.
Las expresiones de los presentes mostraban una variedad de emociones, y las críticas veladas pronto se hicieron audibles. Pero ya nada me importaba. Estaba cansada de fingir. Solo quería que aquella pesadilla terminara.
—¡Bravo! ¡Vivan los recién casados! —exclamó Agustina, iniciando un aplauso que el resto de los invitados pronto imitó.
Los aplausos disiparon la tensión, pero no el desprecio que sentía.
—¡Felicidades por el matrimonio! —dijo mi padre con una sonrisa hipócrita. En sus ojos, sin embargo, se veía el desacuerdo por lo que acababa de hacer. Aun así, tuvo el atrevimiento de abrazarme.
—Con el tiempo te darás cuenta de que hice lo correcto —susurró, apretándome con más fuerza.
El resentimiento que sentía hacia él era tan profundo que sus palabras no fueron más que basura para mis oídos.
—Felicidades, me has condenado a una vida de sufrimiento —le susurré mientras me apartaba discretamente de su abrazo—. Desearía no ser tu hija, Alfonso Daurella.
Sin importarme lo que pensaran los demás, me alejé del jardín. No tenía ánimo para recibir felicitaciones ni para seguir fingiendo una sonrisa falsa.
Me dirigí hacia la casa, pero antes de abrir la puerta, una voz me detuvo. No podía creer lo que oía, y me di la vuelta. Ahí estaba Darren, empapado en sudor. Sin pensarlo, corrí hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas.
—Me hiciste mucha falta —sollocé.
—¿Por qué no contestaste mis llamadas?
Una semana después de aquella maldita noche, Darren había tenido que irse del país por la universidad. Aunque quiso renunciar a sus planes por mí, yo no lo permití. No quería que mi desgracia lo alcanzara también. Por eso insistí en que se fuera.
Darren era mi soporte, y su ausencia me había obligado a enfrentar mis demonios sola. Cuando me enteré del embarazo, dejé de contestar sus mensajes y llamadas. Sabía que si hablaba con él, acabaría contándole todo, y él renunciaría a sus sueños por mí. No podía permitir que eso ocurriera.
—Por esta razón. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en clases.
—¿Clases? ¿Cómo podría estar en clases si mamá me dijo que te ibas a casar con ese tipo? Dime que no he llegado tarde —pidió desesperado.
—Ya me casé, Darren —respondí con un nudo en la garganta.
—Te obligaron, ¿verdad? —Asentí—. ¡¿Por qué no te negaste?! ¡¿Por qué accediste a ese matrimonio?! —preguntó con dolor.
—Porque no tuve opción. Papá me amenazó con destruir la vida de Logan.
El sufrimiento en su mirada solo hacía que mi desdicha se sintiera más pesada.
—¿Dónde está ese bastardo?
—Se fue del país…
—¿Cómo pudiste hacerlo? Ese tipo no merece tu amor, nunca lo ha merecido —me reprochó—. Tu vida vale más que la de ese estúpido. ¿Por qué no pensaste en ti?
—Porque mi vida ya está arruinada. Producto de ese abuso, estoy embarazada, Darren.
Su rostro palideció, y soltó un grito de rabia e impotencia.
—¿Embarazada? —se acercó, clavando su mirada en la mía—. Escápate conmigo, Danielle.
—Darren…
—Yo cuidaré de ti y de ese bebé. Te protegeré de tu padre, y no permitiré que ese hombre vuelva a acercarse a ti. Vente conmigo a Tailandia... Retomemos nuestros planes.
Por un momento, quise aceptar su propuesta, pero el pensamiento de arruinar su vida me detuvo. Darren tenía un futuro brillante, uno que no debía ser eclipsado por mi tragedia.
—Agradezco tu hermosa intención, pero no puedo.
—¿Por qué no?
—Porque ya no hay nada que hacer por mí. Mi vida está arruinada, condenada al sufrimiento.
—¡No tienes que aceptar esa vida! Tienes derecho a ser feliz…