Los casi siete años que pasé lejos de mi realidad no fueron lo que había imaginado. Durante ese tiempo, confirmé lo que ya sospechaba: nunca volvería a ser feliz. Lo ocurrido aquella fatídica noche se había convertido en una sombra permanente, y mi esposo se encargó de recordármelo constantemente. Incluso estando lejos de él, me mandó a vigilar, asegurándose de que alguien me siguiera a cada paso.
Al principio traté de ignorarlo, pero era imposible. Aun así, decidí continuar "con mi vida". Me inscribí en la universidad para distraerme, pero lo único que conseguí fueron críticas por negarme a tener amistades. A pesar de eso, logré graduarme como diseñadora audiovisual.
Después de terminar mis estudios, me dediqué a viajar. Pero con el tiempo, todo empezó a parecerme monótono y aburrido. Cansada de ser vigilada constantemente, tomé la sorprendente decisión de regresar. En mi mente, hacer sufrir a mi esposo se perfilaba como algo entretenido.
Cuando llegué, pagué al taxista y me bajé del coche. Nadie sabía de mi retorno, lo cual me aseguraba que no me toparía con caras indeseadas. Solté un suspiro al entrar en la casa, notando los cambios que habían hecho durante mi ausencia.
—¡Ah! —una exclamación interrumpió mis pensamientos—. ¡Mamá!
Antes de que pudiera reaccionar, una niña corrió hacia mí y se aferró a mis piernas con fuerza.
—¡Llegaste, ma…! —no la dejé terminar y la empujé con brusquedad, haciendo que cayera al suelo—. ¿Mamá? —balbuceó, con los ojos llenos de confusión.
—¡No vuelvas a tocarme! —le advertí.
—Pero, mamá…
—¡No me llames así! ¡Yo no soy tu madre!
—¿Qué…? ¿Señora? —la voz de la niñera temblaba.
Solté un suspiro frustrado.
—Dile a alguien que lleve mis maletas a mi habitación —le ordené con desprecio, y miré a Noelle—. Y tú, mantente lejos de mí. No vuelvas a acercarte ni a llamarme mamá.
—¿Por qué me tratas así, mamá?
—¡Te dije que no me llames mamá! —espeté, llena de furia.
—Señora… —intervino tímidamente la niñera.
—Que sea la última vez que esta niña se acerca a mí —le advertí a la niñera, antes de volver mi mirada hacia Noelle—. Escucha bien: yo no soy tu madre.
Habiendo dejado las cosas claras, me retiré y subí a mi habitación, convencida de que regresar había sido un error.
Cansada por el viaje, me tumbé en la cama y me quedé dormida. Pensé que el tema con Noelle estaba resuelto, pero no fue así. No sé cuánto tiempo pasó, pero los golpes insistentes en mi puerta interrumpieron mi sueño. Con fastidio, me levanté y fui a abrir.
—¿Cuál es la necesidad de…? —las palabras se esfumaron al verlo.
—Volviste… —su voz era suave, cargada de tensión.
Solté un suspiro lleno de fastidio.
—¿Acaso olvidaste que no me agrada verte?
—Lamento molestarte, pero tenemos que hablar.
—No tengo nada que decirte. ¡Déjame en paz!
Pasó una mano por su cabello, visiblemente agobiado.
—¡Ah, eso! Esa niña se buscó lo que le pasó. Si no hubiera intentado darme una bienvenida innecesaria, nada habría ocurrido. ¿Contento con mi respuesta? Ahora, lárgate.
—Noelle no sabe por qué te fuiste… ¿Podrías ser un poco más amable con ella?
Me miró con súplica.
—¿Yo tengo la culpa de que no le hayas dicho la verdad? No me pidas imposibles. No pienso ser buena con esa niña. Si no quieres que sufra conmigo, dile que se mantenga alejada de mí.
—Es tu hija…
—Desgraciadamente lo es, pero es una hija que nunca quise. Nadie puede obligarme a quererla. No olvides que la odio tanto como te odio a ti —le recordé, cerrándole la puerta en la cara.
Gruñí con frustración al regresar a la cama, pero ya no pude volver a conciliar el sueño.
[***]
Los días posteriores a mi regreso fueron un constante dolor de cabeza. A pesar de mis gritos y advertencias, Noelle no dejaba de intentar acercarse a mí. Y como era de esperarse, terminé explotando... y las cosas se salieron de control.
—Hoy es mi cumpleaños número siete —me dijo, sonriendo ilusionada.
—Déjame en paz, aunque sea por un segundo —respondí, sintiendo que me consumía la irritación.
Harta de su insistencia, me levanté del jardín y me dirigí a la casa. Cuando entré en la sala, Noelle volvió a ponerse en mi camino.
—Solo quiero que me felicites…
Me detuve y, con una sonrisa llena de burla, me agaché a su altura.
—¿Por qué te felicitaría si el día que naciste fue uno de los peores de mi vida?
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Mamá…
—¡Te lo he dicho un centenar de veces: no me llames mamá!
—Señora, por favor… —intentó intervenir la niñera.
—¡Comprende de una vez que al igual que a tu padre, a ti también te odio! —grité, haciendo que la niña rompiera en llanto.