Sam Blackwell y el Cementerio de Marionetas

4 - Un trágico pasado

—¿Lista? ¡Prácticamente son las ocho, apúrate! —gritó Beatrice desde el cuarto de televisión, ubicado en el primer piso de la casa.

—Ya bajo, mamá. Me lavo los dientes y termino —respondió Sam, apresurando su paso hacia el baño. Ya estaban por llegar sus amigos y su mamá no quería perder la tradición de llevarla a recoger dulces al menos a un par de casas del vecindario. Desde pequeñas siempre habían compartido ese ritual y, aunque ahora Sam tenía la compañía de sus amigos, las primeras casas aún eran cosa de ella y su madre.

Luego de dos minutos, Sam estaba lista y se reunió con su mamá en la puerta principal para comenzar la noche de Halloween. La primera casa sería la de los Stevenson, sus vecinos más cercanos.

La fachada estaba adornada con telarañas, varias calabazas talladas con rostros infantiles que ni se entendían y un esqueleto que, por sus baterías antiguas, apenas se movía. Beatrice tocó la puerta un par de veces antes de que la Sra. Stevenson, una mujer de unos setenta años, abriera con alegría. La conversación entre las madres se extendió mientras Sam admiraba el disfraz que su mamá le confeccionó y escuchaba las recetas de temporada de la vecina. Sintió que se le iba media noche solo en esa casa.

Cuando cerraron la puerta y se dirigían a la segunda casa, sus amigos ya habían llegado. Eran las 8:15, y solo una casa había visitado.

—¡Ahí vienen, mamá! —dijo Sam con entusiasmo.

—Mmm, no pudimos llegar hasta la próxima casa —respondió su madre con un poco de tristeza—. Te pido que tengas mucho cuidado. Esta noche es algo extraña y la gente puede actuar distinto. ¡No lo olvides, Samantha Blackwell!

—¡Sí, señora! Andaremos con cuidado —respondió Sam, mientras bajaba las cuatro gradas del frente de la casa de sus vecinos para recibir a sus amigos, que traían bolsas para aparentar guardar los confites.

—¡Disfruten chicos, feliz Halloween! —les gritó su mamá.
—¡Lo haremos, feliz Halloween para usted! —respondieron al unísono, mientras se dirigían al centro del pueblo.

—Casi me duermo de pie en la casa de la Sra. Stevenson. Duramos una eternidad. Pero bueno, ¿se sienten listos? —dijo Sam mientras caminaba un poco adelantada, girándose para ver a sus amigos. —La noche es rara… de repente apareció esta neblina, las calles algo vacías, la decoración sin vida. Siento que algo extraño pasa hoy.-

—Yo también lo siento —dijo Mike. — Pero tal vez sea porque vamos a hacer algo diferente. Igual yo quería confites, pero pues… no pasará.

—Que raro, tú siempre piensas en comer —replicó Lucy, un poco molesta.

—Y yo no diría diferente, diría ilegal —intervino Sarah con sarcasmo.

—Diferente, ilegal, divertido… es lo mismo. ¿Trajeron las linternas? —preguntó Sam. - Yo no pude traer ninguna, mi mamá se habría dado cuenta.-

—Yo te traje una —dijo Sarah, sacando una linterna plateada de la bolsa de confites.— Pero, ¿y si la casa tiene cadenas? ¿Cómo entraremos?

—Pensé en eso —respondió Sam—. Primero rodearemos la casa, buscaremos el mejor lugar para entrar, quizá una ventana rota o que no tenga madera clavada. Espero que no sea complicado ni pase gente por esa calle.

—Nadie pasa, Sam —afirmó Mike—. No por nada la casa está al final del pueblo. Detrás está el bosque que nos divide de Salem…

—Escuché a mi mamá decir que esa casa tenía un jardín secreto —agregó Lucy—. Antes, al menos. Plantas exóticas de todo el mundo, algunas venenosas, otras carnívoras. Los papás de la bruja Jenkins eran herbólogos.

—Sí, yo también le pregunté a mis papás sobre ella —comentó Sarah—. Dicen que creen que está muerta hace ya varios años, porque no la volvieron a ver más. Recuerdan que eran dos hermanos: ella y un niño pequeño llamado Lucas, que misteriosamente desapareció. Acusaron a su papá de haberse vuelto loco, de asesinarlo a sangre fría y esconder el cuerpo en el bosque, así que la policía lo llevó preso y, al poco tiempo, lo metieron en un hospital psiquiátrico.

—¿Y si lo habrá hecho? —preguntó Mike con curiosidad.

—No se sabe —respondió Sarah—. Lo que sí se sabe es que Christie, que es su nombre real, se quedó sola en la casa, pues su mamá fue encontrada muerta en Salem pocos días después de que Christie cumpliera 18 años, con una sobredosis de sedantes y analgésicos.

—¡Wow! Qué fuerte —comentó Lucy, sorprendida—. ¿Y desde ahí no se le vio más?

—Pues, según mis papás, sí —continuó Sarah—. Se la veía en el pueblo comprando comida y pagando sus recibos, pero poco a poco empezó a esconderse de las miradas de la gente. Su apariencia también empeoró rápidamente: andaba andrajosa, con el pelo enmarañado y sucio, como abandonada. Dicen que un día simplemente no volvió a verse más…

—Dejando de lado todo eso —consultó Mike—. Su vida ha sido algo triste y muy trágica, ¿no creen?

—La verdad, sí —respondió Lucy—. Me imagino el dolor que debió sentir al perder a su hermano de esa manera, que su papá fuera encerrado en un hospital mental y, encima, que su mamá muriera así…

—Bueno, eso no lo sabemos. Son solo rumores. Lo que sí podremos ver es cómo está su casa actualmente. Ya falta poco para llegar —respondió Sam, transportando a sus amigos al presente mientras atravesaban el parque del pueblo y pasaban frente a la estatua de Lumoria, cuya sonrisa, iluminada por los faroles, parecía consciente de lo que pronto pasaría.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.