Sam Salamandra

Prologo

Los hombres cometen errores, muchísimos más de los que se puedan contar alguna vez. Durante su vida, las cosas que hacen y dicen tienen consecuencias y sean éstas buenas o malas, influyen en el medio que los rodea.

De seguro conocen la teoría de que el aleteo de una mariposa puede crear un terremoto, y aunque les parezca extraño, esto tiene su lógica.

Todo lo que hice en vida fue jugar con fuego, literalmente hablando.

Solía ser un herrero que fabricaba hermosas armas para los más sanguinarios y legendarios soldados. Amaba lo que hacía, complacía cualquier tipo de pedido, y el ver a mis creaciones siendo utilizadas con destreza por algún hábil guerrero hacia que me hirviera la sangre. Pensaba en todo, desde la afilada punta hasta el cómodo y manipulable mango. Todo. Menos en las consecuencias que esto podía traer. Jamás juzgue el propósito de mis compradores. Yo solo buscaba satisfacer mi deseo insaciable de construir armas, sin importar que estuvieran hechas para defensa o masacre.

Fui un ser humano avaro, egoísta y solitario que solo colaboro con la muerte de miles de inocentes familias que nada tenían que ver con la guerra, pero que aun así pagaron con sus vidas.

Morí de tristeza a los 69 años por no poder fabricar armas, los años me pasaron factura y con mi hombro fatigado no podía siquiera levantar la mano para saludar.

Nadie se encargó de buscarme un ataúd bonito o un lugar para enterrar mi cuerpo. No tuve esposa que me llorase ni hijos a los que transmitir mis conocimientos expertos en la fabricación de armas. Morí solo, y a nadie le importo. Ni siquiera a los soldados que solían frecuentar mi taller y, aunque si lamentaron que nadie pudiera conseguir imitar la calidad de mis creaciones, poco tardaron en reemplazarme por otro herrero.

No me di cuenta de lo vacía y aburrida que había sido mi existencia hasta el día de mi muerte, y peor aún, tarde en entenderlo miles de años después.

El día del juicio final, mi alma fue condenada a servir a la humanidad por el resto de los confines o hasta que aprendiera la lección que no pude aprender en vida. No me transforme en un ángel ni ascendí al cielo, me convertí en un monstruo que llevaría consigo el peso de la magia por el resto de los tiempos.

Y así fue. Los que tenían la suerte de verme me nombraron de mil formas diferentes, pero nunca llegaron a saber que era yo exactamente.

Dios me dijo, que por haber amado tanto el fuego, sería el encargado de conservarlo vivo siempre que fuera necesario. Y entonces, en vez de volver como un mago normal, llegue al suelo con un par de escamas en los codos y la espalda y unos ojos amarillentos más brillantes que el sol mismo. La piel negra con manchas amarillas casi en forma de estrella, tan fría como un tempano de hielo, capaz de resistir y hasta extinguir el fuego. Una lengua viperina, una cola escurridiza y larga y un apetito enorme por los insectos. Pero a pesar de todas estas cualidades, todavía podía caminar y hablar como una persona normal. Era una especie de lagartija humana. Y mi apariencia física llamaba mucho la atención. Por esto, fui clasificado como “Dios del fuego”, “Demonio negro”, “Mago oscuro”, “Hereje maldito” y el último y más acertado, “Salamandra”.

Los años pasaban y la gente me dejaba en el olvido. Y en vez de hacerme más viejo, me hacía más sabio. Aprendí cual era exactamente mi misión y mientras más aprendía, más humano me volvía. Y así me hice de amigos magos condenados como yo, de brujas buenas y malas, de humanos mortales y sobre todo, del mismísimo fuego. Aprendí de amistad y cariño, de compañerismo y misericordia. Aprendí de paz, respeto y solidaridad, y un montón de cosas más, hasta que de salamandra solo me quedaron los ojos, algunas escamas y la piel fría.

¿Qué me faltaba aprender? Busqué durante 500 años la respuesta y aun no la encontraba, pero no podía perder la calma. Dios me decía que me había vuelto un alma de bien, pero que no estaba completa aun. Me desesperaba por no poder encontrar la pieza faltante del rompecabezas, vivía intranquilo y renegaba de mí mismo.

Y así fue, que durante 1500 años, viví a la par de los humanos, escondiéndome en diferentes sitios, pero sin dejar de cumplir mi misión principal. Hasta que por fin, una noche estrellada como cualquier otra conocí a la persona que cambiaría mi vida para siempre. Aunque claro, en ese momento, creí que se trataba de una simple mortal, e hice caso omiso de su presencia…

 

 



#21547 en Fantasía
#4589 en Magia
#46047 en Novela romántica

En el texto hay: fantasia, magia antigua

Editado: 12.03.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.