Khalajar. Un mundo donde todo es posible, un lugar lleno de magia y criaturas extrañas que conviven junto a los humanos, o en este caso, llamados Sihubur que en nuestra lengua, significa, sin magia. Una persona completamente normal. Al contrario que estos seres también existen los Ihanbur que son los portadores de magia. Existen dos tipos, los buenos y los malos, es decir, los que poseen la magia buena y los que poseen la magia oscura.
En este sitio, los portadores de la magia oscura son temidos por su gran poder, este tipo de magia es muy potente. Tanto que acaba por consumirte si no aprendes a dominarla a tiempo.
Nadie ha sido capaz de llegar a controlar la magia oscura por completo, todos han muerto antes de poder hacerlo.
Existen rumores de que el rey, mi padre, es el único ser que ha logrado hacerse con el control de la magia oscura. Él es uno de los pocos portadores de tal poder, no sé si es cierto lo que se dice porque aún no le conozco.
Si, como oís. No conozco a mi propio padre. En Khalajar no está permitido para la realeza, conocer a sus hijos hasta que estos cumplan los diecisiete años.
Es una norma de lo más extraña, incluso sin sentido.
Mis ánimos aumentan por segundo porque hoy es mi decimoséptimo cumpleaños y esta noche tendré el gran honor de conocer a mi padre, el rey Zorak.
Se dice por los alrededores que es un hombre altamente atractivo y joven, alguien por el que los años no pasan. Un ser hermoso pero peligroso.
Lo único que sé, es que mis ojos son idénticos a los suyos, un azul tan vivo que hasta el cielo parece apagado si los comparas.
En la ceremonia que se celebra esta noche habrá mucha gente y eso no es que me tranquilice mucho. Tengo pánico escénico y no me gustan las multitudes pero todo sea por conocer al fin a mi padre.
Las horas pasan como un suspiro y las criadas de palacio me ayudan a vestirme y prepararme para el baile. Me maquillo por primera vez y puedo decir que estoy realmente bella, la sombra oscura realza mis ojos azules y el rojo en mis labios los hace carnosos y deseables. Mi pelo negro está ondulado cayendo en cascada por mis espada descubierta.
Respiro hondo frente al espejo y acomodo por milésima vez el vestido rojo. Quiero estar perfecta esta noche, no voy a dejar que falte ni un solo detalle, quiero que padre esté orgulloso de mi y que por supuesto piense que la espera ha valido la pena.
He estado diecisiete años alejada de él y sin tener la oportunidad de conocerle.
Las carrozas empiezan a llegar a palacio y yo las observo desde mi balcón. No hay rastro del rey, esto muy nerviosa, no quiero estropearlo todo.
-Mi señora, los invitados ya se encuentran en el salón y el rey requiere de su presencia- Nattasha, una de las criadas en las que más confío hace acto de presencia en mi habitación para avisarme.
-Gracias Natt- Me miro por última vez en el espejo y camino para ir al salón.
Ha llegado la hora, por fin.
Las escaleras están a unos metros de mi. Siento que me cuesta respirar, lo que más he deseado en estos años está a punto de ocurrir y yo aún no me lo creo.
Algo aprieta mi pecho, es una sensación muy rara, mi magia está aumentando pero no puedo dejar que se desboque. Hoy no.
Intento calmarme y sigo caminando. Bajo las escaleras y al llegar al final, la gente que me mira se aparta para dejarme pasar.
No soy capaz de levantar la cabeza para verle, tengo miedo.
Las trompetas anuncian mi llegada delante del trono y ahora si, alzo los ojos para encontrarme con los gemelos de los míos. Tan azules y penetrantes que dan miedo.
Es cierto lo que dicen, se trata de un hombre joven, de cabello negro y largo, piel blanca que parece de mármol cincelado, expresión seria y fuerte cuerpo, se ve en sus ropas que se le ajusta en ciertas partes.
—Padre— al mismo tiempo hago una torpe reverencia —Es un placer verle por fin—.
Su cara sigue gélida y seria. Lo sabía, no le hace ilusión verme ni tampoco conocerme.
Se pone en pie y se acerca a mi con paso firme pero lento. Me toma suavemente del mentón y levanta mi cabeza para verme.
—Eres idéntica a tu madre — sus fríos ojos muestran una pizca de anhelo y tristeza.
Este hombre, al que todos llaman el tirano de Khalajar puede ser que esconda un corazón amable y piadoso debajo de esa apariencia dura y sin sentimientos.
El rey no dice nada más, solo me ofrece su mano y me lleva hasta el segundo trono que está a su lado. Es un poco más pequeño que el suyo pero está bañado en oro y el cojín está forrado de terciopelo rojo.
Zorak alza su copa y acto seguido, dice las siguientes palabras:
-Quiero brindar por mi hermosa hija, a la que acabo de ver por primera vez. Ella será la futura reina de Khalajar junto con un buen esposo- me mira por un instante y yo, me quedo impasible porque no sé cómo debo reaccionar ante eso.
Acabo de conocer a mi padre por primera vez y en cuanto me ve solo piensa en desposarme con un hombre.
La muchedumbre danza al son de la música suave y lenta, mi padre habla con un hombre alto y robusto al que no conozco, miro a los demás disfrutar de la fiesta. Mis ojos ruedan sobre las cabezas de la gente hasta que se detiene en una cabellera de color platino. Se trata de un chico de una edad parecida a la mía, desde aquí no puedo ver el color de sus ojos pero juraría que son de color gris. Tiene la piel pálida, tan blanca como la misma nieve. Es tan atractivo.
Editado: 24.07.2019